Persepción Birreal

El Baile Sin Retorno

Había pasado una semana del cumpleaños de Erika. Etan y ella se encontraban en el salón más grande de la academia de danza esperando a ser llamados a la pista. Él llevaba un traje cómodo, de color gris, y ella un vestido rojo hasta pasando las rodillas, cuya falda terminaba en diagonal hacia el costado, y los zapatos de baile que le había regalado su madre hacía un año. Los padres de ambos estaban ubicados en una mesa sobre una de las esquinas de esta. El dueto anterior a ellos estaba por terminar su presentación, aunque Erika no les prestó atención debido a los nervios que tenía. Tampoco prestó atención cuando los jueces daban sus calificaciones, pues esto la hubiera puesto más nerviosa aún.

-Ahora, para el siguiente turno, recibamos a Etan Smith y Erika Miller – dijo el presentador invitándolos a la pista, que era el único lugar iluminado por más que un par de velas, mientras los aplausos del público resonaban por todo el lugar.

Antes de entrar a la pista, Erika tomó la mano de Etan, quien la volteó a ver y, al notar sus nervios, le devolvió el agarre.

-Este es mi punto sin retorno – murmuró ella. Respiró hondo, conectó su mirada con la de su compañero. Los ojos de ambos ahora eran de un solo color – Estoy lista.

Etan se limitó a asentir, para luego dar la señal al encargado de sonido para que comenzara la música. Entraron tomados de la mano, acompañados por los violines; y con la voz de Dustin, comenzaron el vals. El brillo de las luces hacía parecer que eran los únicos en toda la habitación. Sus pasos eran lentos y pausados, pero se volvían más rápidos y elegantes siguiendo el ritmo de la música. Alguien bostezó entre el público oculto en las sombras. Ninguno de los presentes, a excepción de Etan, sabía el significado que cargaban esos pasos, junto a la letra de la canción.  Y al llegar al estribillo, el compás de la guitarra invitó al zapateo. Separados, volaban por la pista, mientras Erika movía con gracia la falda de su vestido. Con otro acorde fuerte, se volvieron a juntar. La coordinación de sus movimientos, sus pies hacían brillar. Sus ágiles movimientos y destreza al bailar, a ella le ayudaba al pasado olvidar. Volvió a bajar el ritmo; separados, quedaron mano con mano a la altura del rostro, girando sin poder quitar la mirada de los ojos del otro. El violín marcó el cambio; volando de un lado a otro, con movimientos más artísticos se empezaron a juntar; abrazados, la espalda de ella contra el pecho de Etan. El regreso de la guitarra los volvió a separar. Y con el zapateo volvían a brillar. Un paso, dos, tres. Se juntaron otra vez. Tan cerca que podían sentirse respirar. Estaban tan cerca que no se querían separar; intercambiaron una caricia al ritmo del vals. Sus movimientos suaves, estaban cargados de deseo y estupor. No despegaron los ojos aun cuando la guitarra volvió. Sus pasos rápidos, y zapateo veloz, no lograron separar sus manos entrelazadas. Ella se deslizó hacia un lado, y él la hizo dar una vuelta. Girando con la gracia de una bailarina profesional, Erika atrajo la mirada de todos los presentes. Y cuando el último violín estaba por sonar, se dejó caer en los brazos de Etan, quien la fue a atrapar. Terminaron pegados, cara a cara, hipnotizados en los ojos del otro. Fueron interrumpidos por los aplausos del público, pero quisieron quedarse así un rato más.

***

Pasó una semana del concurso; habían salido segundos, pero eso bastó para que los directivos de la academia aceptaran darle la beca a Erika. Ella estaba viéndose en el espejo de su habitación; era la primera vez que se ponía maquillaje ella sola, pero no le había quedado mal. Esa noche tenía una cita con Etan. "Nuestra primera cita oficial", pensó acomodándose la blusa. Se escuchó sonar el timbre.

- ¡Erika! ¡Etan está aquí! – gritó su madre desde abajo.

- ¡Ahí bajo! – contestó la chica mientras terminaba de acomodar su atuendo. Una vez lista, respiró hondo, puso su mejor sonrisa y salió tomando un saco al pasar.

En la esquina superior del espejo, se encontraba pegada una foto de Erika y Etan, en una tarima, frente a aquel hermoso lago que habían visitado el día anterior a su cumpleaños. Estaban rodeados por cinco pares de luces rojas, y un fondo negro tapaba parte de la imagen. Pero cuando la luz de la habitación se apagó, la foto se transformó: las siluetas negras adquirieron color, y aquellas pequeñas luces flotantes dejaron de serlo para transformarse en los ojos de aquellos personajes que acababan de aparecer. Eran ellos, los cinco amigos de Erika rodeaban a la pareja, formando un corazón con sus brazos, como si hubieran predicho lo que pasaría esa noche; y completando aquella foto, de aquel día que parecía haber sido hacía mucho tiempo atrás.

 



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En el texto hay: amigos imaginarios, danza

Editado: 31.07.2021

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