Pavlo se movía sin ritmo, a ojos cerrados y manos ligeras. Sonaba la canción de Kirby, creo, o de algún juego parecido. No sé quién tenía el celular con la música, pero esta al parecer rebotaba con las paredes vacías del baño.
Miré al Titi.
-Creo que una vez tiramos escuchando la cancioncita de Mario Kart.
Me miró. Tenía la sonrida distraída que ya reconocía en él. Los ojos rojos y febriles que deja la buena mota. Soltó una risita extraña, entre la ligereza mental que me dejó la marihuana y la felicidad general de la situación no pude catalogarla en sus reacciones normales.
-No, creo que...
-Ah, verdad, tienes razón. Esa vez no tiramos.
-No, me refería a que creo que era de Pacman.
Me reí. El baño estaba hecho para mandarse un trip. Los pseudo patrones de la pared, todo en verde, todo ese relieve en un verde infinito que no sabes si te recuerda a las hojas o al pasto (porque sí, toda persona que se reconozca a sí mismo como tal sabe que el verde pasto y el verde hoja son distintos. ((Quiero jugar Pokemon de nuevo. Pero el Rojo Fuego))). Queríamos hacer un saumerio*, pero fumar en la pipa bonita del Pavlo no producía el humo suficiente, no como un caño, así que teníamos que conformarnos con la sugestión (si piensas que la mota está buena, según yo te vuelas más. Así que si pensamos que fumar encerrados en un espacio de 1x1 nos volará más, entonces lo hará). Tomé la pipa y fumé, quemando cuidadosamente con el fuego todo lo verde que se distinguía entre las cenizas. El humo se acumuló en mi boca y lo aspiré cuidadosamente. Me picó la garganta y tosí entre risas. El encendedor es lila. Robado, seguramente. Ah, sí, del Vinci, pero con él en la Serena, está muy lejos para devolvérselo (o para extrañar((lo))).
Mirándonos así, somos la viva imagen de la decadencia. Pavlo (con v y no con b, porque este es un Pablo diferente, es un Pavlo), con su pelo oscuro brillante y desordenado, los ojos chinos y sangres, con una sonrisa idiota en los labios, todo él apoyado en unas tablas que hacen de improvisado armario, todo él moviéndose sin ritmo mirando la ventana diminuta y cerrada frente a él. Titi, con su pelo rubio y largo, los ojos celeste piedra ensuciados en el rojo delator, su cara de nada llena de una sonrisa tenue que no cambia, apoyado desinteresadamente en la puerta, ahora con la pipa en la mano y mirada de sonrisa. Yo, por otro lado, con una manta gigante que no era mía, el pelo claro enmarañado y los ojos casi inexistentes, pura sonrisa, sentada en el w.c, junto a Titi y frente a Pavlo (como siempre, desde que nos conocimos y decidimos que nuestros vacíos calzaban), pegadísima pensando en cómo mierda llegamos aquí. Decadencia pura. Adolescencia pura. Típica historia universitaria gringa, ciudad grande, departamento y droga. Hollywoodense. Chilense. No, era de raza. Rebeldía pura. Me gusta esta rebeldía, esta casi rebeldía, esta pseudo rebeldía, esto de tomarnos el día (tomarnos la vida) en medio de época de fin de semestre, fumando marihuana y jugando Carccassone como si nada importara. Como si todo lo hiciera. Es una rebeldía estúpida y casi autodestructiva. Me niego a estresarme. Mierda, me fui a repete* de Orgánica. Puta la wea. Puta vida. No. I don't give a shit. Denme un caño y me fumo la vida. Denme un abrazo y me lo fumo también.
El living está vacío, igual que el resto del departamento. Aún no nos mudamos. No sé en qué momento nos sentamos en el living, las baldosas frías. Mientras escribo esto, el Titi se acerca y trata de mirar. Lo empujo. Nunca pude dejar que leyera lo que escribo, ni antes ni antes del antes ni ahora. Demasiado poder. Demasiada vulnerabilidad. Aún así, me gusta que la tensión de mierda que duró casi seis meses, desapareciera (casi del todo, porque soy humana, porque perdono pero no olvido. Siempre quedará cicatriz, y mientras quede cicatriz quedará memoria. El resentimiento es leve pero palpitante. Como la molestia de un grano. O quitarse una costra. O cuando tienes bruxismo y sabes que eso conlleva a una molestia crónica en el cuello, que si bien no es dolorosa, siempre está presente en forma de incomodidad. Sí, supongo que Titi es mi bruxismo. Llega un momento en que sabes que lo tienes, pero ni lo sientes, tan acostumbrada estás, hasta que haces un movimiento distinto y allí está, aún vivo. Sin nada del poder que tuvo, pero vivo). Extrañaba su amistad (que es cómoda hasta que o él menciona a su mina o yo menciono al interés del momento).
Tomo los monitos rojos y le explico las normas generales del Carccassone. Qué buen juego. Lo que más me gusta hacer es hacerle la guerra a los demás, cagarles el juego. Amo la cara de rabia, las puteadas entre furiosas y divertidas. Debo admitir que me gusta llevar la contraria, generar odio. Me divierte. Quizá es mi parte Aries, los chiquillos siempre se ríen de mí porque creo en las personalidades del horóscopo. Me siento Aries, clavadita. Impulsiva, terca, niña, la eterna guerrera que le hace la guerra a la guerra y el amor a la paz, a su extraña manera. Rebelde a la vena, con y sin causa, sólo por el gusto de serlo. Hicieron una alianza y me cagaron. Fui buena. Pavlo empezó a sacarse fotos con el iPad. ¿Vanidad o previsión? Con el Titi nos reímos y empezamos a comer galletas navideñas. Weón, es noviembre aún y ya andan con la Navidad encima. Como si quisieran acelerar el tiempo (como si no pasara ya lo suficientemente rápido, como si nos diéramos cuenta de cuando deja de ser hoy para ser ayer).