Negro

Me miras, con esos ojos tuyos tan profundos y prohibidos, esos que me dicen a gritos que me aleje, pero me invitan en susurros a un acercamiento. Trato de huir pero tu presencia me invade como el oleaje a la playa, dejándome sin escapatoria, porque amas eso, ¿no?, amas perturbarme a niveles insoportables, amas desesperarme y llevarme al límite de lo tolerable por una persona normal. Te grito que te alejes, ¡vete! ¡lárgate!, pero haces oídos sordos a mis súplicas y me sigues, de esa forma indirecta y disimulada que sólo tú posees, haciendo que me cuestione si es una invitación o yo me estoy dejando llevar por la paranoia. 

Tu sonrisa sarcástica hace aparición, dejando entrever tu verdadera esencia, esa que está oculta para quien desee verla y que sólo aparece ante el desprevenido, pues eso eres. Eres el misterio en la oscuridad absoluta que se disfraza de luz. Eres el cinismo, esa descarada sonrisa maliciosa que con palabras amables me clava dagas en lo más profundo. Eres el viento otoñal que se lleva las hojas amarillentas a un infinito sin retorno. Eres el susurro perdido que causa dudas y altera latidos. Eres el sonrojo inconsciente, esa mirada insistente que se disimula pero no desaparece. Eres el olor a libro viejo, antojo de sabiduría difícilmente encontrada pero fácil de olvidar. 

Una vez más tu mirada eterna se posa en mí, acompañada por tu sonrisa irónica, de oscuros pensamientos, amedrentadora, intimidante. 

«Vamos a jugar», me dices, esa sonrisa extendiéndose hasta tus ojos que, resplandecientes, iluminan de oscuridad nuestro alrededor. 

No sé jugar, te quiero decir, no quiero saber, no quiero querer saber, no quiero quererte queriéndote como lo hago, no quiero más de ti, no quiero nada de ti, nada, nada, nada, no quiero todo de ti aunque mi corazón ardiendo diga lo contrario, no quiero tus miradas de largos y eternos siglos posada en mi figura endeble, no quiero tus palabras tan afiladas como dagas que me atraviesan sin piedad, no quiero tus conocimientos tan infinitos como el universo, no quiero nada de ti, simplemente. 

Todo eso te quiero decir, pero las palabras que escapan de mis labios son otras. 

«Adelante», una respuesta tan falsa como la seguridad en mi voz, escondiéndome, escondiendo la verdad tras valentía inexistente y firmeza tambaleante. 

Tu sonrisa es todo lo que recibo a cambio nuevamente. 

(Pero me es suficiente, para vivir, para respirar, para sentir. Me matas con cada sonrisa, me asesinas con cada mirada, con cada palabra, con cada suspiro. Nada de ti es suficiente para mí). 

Doy un paso y tú retrocedes, el miedo me paraliza, retrocedo, mas tú avanzas, acorralándome y haciendo caso omiso a mis sentimientos. Cuando quiero hablar, callas, cuando callo, hablas. No te entiendo, sin embargo, sé que si te entendiera, todo esto no existiría, no viviría, no sería ni la nada. 

Cierro los ojos y caigo en el vacío de tus labios, pues en tus labios está la muerte, esa amante incansable, así es cómo ella se ha vuelto mi amante, con quien me encuentro furtivamente, a escondidas de sonrisas hipócritas y miradas llenas de escrutinios. 

Pero, así como está en tus labios la muerte, en tu mirada reside la vida, luminosa y etérea, también oscura y real; así, cada vez que muero en tus labios, tus miradas me reviven sólo para verme desfallecer nuevamente. 

Y ese es tu juego. 

(Aquel que me acostumbré a jugar, pues sólo así puedo sobrevivir a ti, no en paz, no en guerra, si no que en este intermedio en el cual me matas para revivirme y así continuar tu diversión. 

Si no te amara como te amo, quererte como te quiero, no podría sobrellevar esta situación, que es pero no es, que no es vida, pero tampoco es muerte, que no es amor, pero tampoco odio. 

Tú no amas ni odias, ya que nunca te han amado u odiado como yo lo hago, porque no conoces los extremos si no que sólo el intermedio, y es por esa razón que no puedes ni amarme ni odiarme, es por esa razón que me obligas a sufrir bajo tu mirada atenta, que me hiere pero se detiene a curar mis yagas sangrantes). 

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Escrito hace dos años.