Perspective

Welcome to the hotel California

Una vez me dijeron que el ser humano vive de recuerdos y muere por la nostalgia. Hoy, cagándome de calor en mi pueblito, pienso en Conce y siento que es verdad. Yo no estoy acostumbrada a extrañar a la gente. Yo no sé extrañar a la gente. Pero pienso en la risa imbécil del Pavlo y, por un segundo, creo que tal vez sí sé extrañar.

Es increíble la forma en que vidas tan ajenas a la propia en un inicio se entrelazan hasta que se forma una maraña irreconocible, al final cuando miro en mí no sé reconocer qué es mío desde un principio y qué se fue añadiendo, transformando y tergiversando hasta volverse un todo. Los humanos somos seres sociales, crecemos en comunidad, nos formamos, buscamos de una u otra manera el contacto con otras personas, dejamos que se metan bajo nuestra piel, porque no hay entrega más íntima que la que se hace con el miedo confuso a la herida que aún no es.

No he podido determinar en qué momento en específico la Jaz se metió tanto en mí. Nos conocemos desde que tengo tres años. Es el aire que me aviva, la brisa que me calma, me conoce más de lo que nadie hace, ha estado conmigo desde que mis memorias se aclaran. Es una persona excéntrica una vez se la conoce. No conozco a nadie más digna de ser amada que ella. Inhumanamente altruista, las sombras y luces se intercalan en ella en el complejo mecanismo que es su mente, tan frágil pero tan fuerte. Siempre me ha dicho que yo soy la fuerte, pero entonces la veo y sé que está equivocada. Es quién saca mi parte más humana, más niña, más real. No tengo porqué fingir, ella lo sabe todo de mí, lo ve todo. Somos contrarias hasta lo imposible. Ella morena, yo clara. Ella insensiblemente cruel, yo sensible crueldad. Ella voces, yo letras. Ella canta, yo escribo. Ella dulce agonía, maquilla heridas hasta que no son vistas; yo franca sin tacto, abro yagas donde quiero curarlas. Ella, suave brisa que encubre tifones implacables, corrientes subterráneas torrentosas; yo, fuego a flor de piel, incendio por donde camino, mas cálidas brasas siempre quedan al morir la furia. ¿Qué es más destructivo? ¿La tormenta inadvertida que te ahoga por dentro o el incendio que arrasa sin culpa hasta quedar reducido a cenizas?

El Pavlo tiene la mala costumbre de invadir mi espacio personal. Nuestra dinámica es diferente de acuerdo al acompañante de turno (exdí). Somos caóticos juntos, no sólo por mi usual humor cambiante, sino porque Pavlo, mendigo Pavlo con sus ojos inexpresivos de café negro, su pelo a veces rebelde, a veces dócil, sus gestos que están a medio camino entre ser robóticos o humanos, tan randoom que choca con mi espontaneidad creando un caos descontrolado que se divide en abrazos de fuego y gritos que rompen estándares, conversaciones que nos hunden y levantan en lo que dura un latido. Es tan extraño como funcionamos, no es como si nos entendiéramos totalmente, no es como si supiéramos como funciona la mente del otro, no es como si fuéramos idénticos, es que en los momentos en que vale, basta una mirada, una sonrisa cómplice y ya, ahí está; cuando todo se está desmoronando y colgando a pedazos alrededor, es un toque, un abrazo, y entonces todo está donde debe estar. Lo amo como se ama al alma gemela que sabes te acompañará aunque digas que no. A veces lo único que quiero es que se vaya a la mierda, bien lejos de mí, porque oírle una sola palabra me enerva y los instintos asesinos me llenan. A veces lo único que quiero es que esté a mi lado con sus sonrisas idiotas, sus bromas aweonás, pseudo científicas, pseudo pendejas, con sus caras raras y su incapacidad de quedarse callado y admitir un error. Cuando estamos con el Titi, todo se vuelve un espiral de bromas suicidas, frikiedades varias y discusiones existenciales. Titi y Pavlo son tan diferentes como la Jaz y yo. No puedo decir que conozco al Titi tanto como lo hacía hace un año, pero conozco la esencia (ese algo que nos define, que se expande y se moldea, que se enfría o se calienta, nos cubre y no sabemos definir realmente), amoral, ojos más celestes que azules, mas grises que negros, no el café cálido y hogareños que es Pavlo, es un celeste grisáceo frío, un poco distante, como si no estuvieran aquí, como si pertenecieran más a las nubes que a la tierra. Pavlo no, Pavlo es, aunque inexpresivo, legible, como que te fuerza a recibir y entender sus sentimientos, es consistente, real, honesto (brutalmente, francamente, fuertemente, boomboom, siempre boomboom).

Con la Caro es familia, no la familia que tengo con el Mati y el Arica, es familia de que puedo llorar y ellos secarán mis lágrimas con labios sangrantes, de que puedo reír hasta desarmarme y ellos me levantarán con sonrisas cómplices y manos firmes, de que puedo enojarme y gritar y maldecir el mundo y ellos me sostendrán y maldecirán conmigo, siempre con una mano en mi pelo y una caricia oculta. La Caro es tanto desorden, tan cambiante, desorganizada, caótica de una forma distinta a Pavlo, tanto amor y tanta fuerza oculta en su aparente menudez. Es la mujer que más familia he sentido fuera de mi familia. Tiene esa forma de saber lo que necesito cuando lo necesito, ella ampara mi femineidad escasamente expuesta con manos abiertas y sonrisa comprensiva. Siempre he sabido que si peleo con la Caro, nos arreglaremos, es como si no pudiera estar lejos de ella aunque la furia me domine; lo mismo con el Pavlo, a pesar que mis habilidades sociales dejan mucho que desear, están bastante más desarrolladas que las de ellos (exdí). En cambio, me asusta saber que si ellos pelean no sean capaces de lidiar con esto, de entender las intrincadas señales ajenas que piden un acercamiento sin decirlo directamente. Los tres somos, al mismo tiempo, puente entre todos, mediadores y árbitros según se pida.




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