Cuando tengo pena me acuerdo de cuando llegamos al depa y no teníamos nada. Con cuea unas mantitas y unos platos de plumavit que compramos en el negocio de la esquina, donde la tía me dio un pedazo de pan de pascua cuando me vio pasar corriendo a comprarle un encendedor, con más ojeras que cara y una palidez que daba susto, le di esa pena que me dan a mí los perritos flacos y sucios que se me acercan cuando camino por la calle, me tomó la mano y me dijo que tenía una hija de mi edad y que me cuidara mucho. Cuando ando especialmente amargada y gris recuerdo a esa señora y el sabor dulce del pan de pascua que no me gusta pero que nunca antes me había sabido tan rico. Ese verano, recuerdo que era como diciembre y tan tan tan contenta porque habían amigas y mota y un sentimiento de romanticismo dentro de la escasez que no he encontrado en otra parte. Nos sentía tan naranjos y cálidos, como niños. Como niños.
Hace frío hoy. No sé si lo que sale de mis labios es el humo del cigarro o mi aliento. Hace frío para los perros. Hace frío para mí. Envuelta en la chaqueta de mi padre, con el cuello tapando mis orejas y el pelo picándome en la nuca, hace frío esta noche.
Ese día salimos de clases y caminamos hacia mi depa. La Vicky, la Pash, el Mati, yo, caminábamos por el centro medio perdidos, aún no reconocíamos el camino como a un hogar, nunca se confunde el camino al hogar. Compramos galletas y marihuana. Seguíamos sin tener nada, pero yo sabía que lo teníamos todo. Las risas hacían esa magia única, esa magia que logra que olvides cuanto caminas, olvidas el cemento duro bajo tus pies y el sol potente del verano, nada logra eso sino una buena carcajada. Cuando llegamos les mostré todo, como una madre orgullosa que por fin tiene un techo propio, seguro, cálido. Juntamos las mantas y nos sentamos en el suelo, abriendo las galletas y armando un caño. Era de las primeras veces que fumaba con la Pash, merecía un té, pero no cualquiera, té de canela para calentar el corazón y suavizar la garganta (no sabía en ese momento que, después, cada vez que probara ese té, los recuerdos vendrían a mí y aliviarían el azul, llenándolo todo de un marrón dorado que sabe a hogar, sabe a amigos, sabe a llora porque estamos contigo). Fumamos lento, riéndonos porque sí, porque no, porque podíamos, porque fue un semestre duro, porque el tiempo no se apiada de los que adolescen, porque todos tenemos nuestras grietas pero existen estos oasis, estos momentos que son como un parche curita sobre ellas (porque no curan nada, no resuelven nada, pero refrescan lo que se sentía como un incendio). La Pash estaba muy volada, me hablaba con una ternura que nunca había visto en ella y yo solo podía escucharla, de repente nos habíamos invertido y se sintió como un bálsamo, cuando las personas frías se abren a ti solo puedes acogerlas con el corazón abierto, el cariño es mucho más apreciado cuando es escaso, por triste que sea. Llegó la Rayen y vi esa lucecita en la cara de la Vicky que se prende cada vez que ella llega, esa luz que me hace dudar de si realmente el amor no existe, no es una luz que se pueda fingir, no es un dorado que se pueda disfrazar.
El otro día fui a Los Ángeles. Siempre que viajo en bus o micro me siento junto a la ventana, ver el mundo pasar como espectador tiene algo que saca toda mi melancolía. Estaba húmeda por el frío, no pude soportarlo más y, con la manga de mi chaleco, lo sequé, dejando un agujero entre las gotas. El Bío-bío me miraba de abajo del puente, las aguas torrentosas no descansan (¿acaso alguien lo hace?).
Ya, ármate otro, llegó la Rayo. La Vicky se rió con mi excusa de mierda y la Pash me dijo algo sobre el Polo. Me reí, drogada, entumecida, pensando en que debería haber una canción sobre esto porque es imposible que nadie que haya vivido esta calidez pueda seguir sin plasmarlo en algo. Me reí de nuevo y me río hoy porque no creo merecerlas. Recibo el caño y me elevo con el humo, porque ya habrá otros días para menospreciarme, ahora solo puedo reír y ver como la Pash toce porque la mota está especialmente picante y la Vicky se ríe de eso como la mamá perezosa que es. Hoy hace frío y no necesito té de canela para recordar, porque siguen aquí. Porque están.