Aparezco en la cama de mi habitación. Por lo que entendí, yo estaba durmiendo hasta ese momento. Me hallaba despierto con los ojos cerrados, debido a que sentí la presencia de una persona deambulando a estas horas de la noche.
Pronto, escucho la voz de una chica en tono molesto dirigiendo insultos hacia mí.
- Eres un inútil, un bueno para nada, te la pasas en cama y no te importa nada. Ya estoy harta de que seas así, púdrete. No te hagas él tonto, sé que me estas escuchando. - Yo seguía simulando dormir mientras ella me decía todo eso. Temía su reacción, pensé que si abría los ojos me golpearía o algo incluso peor.
En un momento, dejo de percibir sus pasos, parecía haberse quedado en algún sitio parada esperando. Replicó aún más molesta:
- Me la paso esperando, son más de las cuatro, treinta de la mañana, ¿Qué te sucede? ¿No puedes hablar maricón? – En ese instante, escucho que sale de mi habitación mientras mantenía la respiración agitada, pero a su vez, entrecortada como si llorara.
Abro los ojos y miro hacia la puerta, todo despejado. Pero había una particularidad, la puerta de mi habitación (que por cierto está al lado de mi cama y conecta con el pasillo), deja entrar a la luz del baño que se hallaba a mano derecha del pasillo.
No iba a levantarme ni por un millón de dólares, más cuando empiezan a sonar voces de niños jugando en el pasillo. Pasó lo que parecía ser un minuto de silencio. Nuevamente, vuelvo a oír a la chica que me hablaba hace un rato. Mejor dicho, no hablar, gritar.
- ¡Yo ya no sé qué hacer! – Alzaba la voz de tal forma que parecía quedar sin cuerdas vocales. - ¡Estoy yendo por ti!
Luego de eso hubo segundos de silencio. No podía oírla, pero aquellos niños que jugaban de pronto lloraban fervientemente. Luego, la luz del baño se apagó y todo estaba oscuro. Unas pisadas a toda velocidad se dirigían a la habitación…
*Desperté*
Estaba paralizado con los ojos abiertos del susto y no podía moverme. Tenía la sensación de que alguien me observaba desde la puerta. Decidí cerrar los ojos y fue entonces que escuché el grito de ella a lo lejos.
El corazón latía como si fuese a estallar. Pronto, a los segundos deje de estar inmóvil. Agarré valor y prendí la luz de la lampara. En ese entonces, recordé lo que me dijo en el sueño, la hora. Corroboré en el celular la hora y quedé perplejo. Eran las cuatro, treinta de la mañana…
Editado: 25.11.2024