Tanto ventanas como puertas se hallan cerradas en la habitación, hay luz por la pequeña lampara en mi escritorio. Acostado boca arriba siento que la cabeza me da vueltas, acompañado de un dolor agudo en la muela inferior derecha. Opto por tocarme con las manos para corroborar si estaba frágil o algo por el estilo. Entre las yemas de los dedos percibo un hilo bastante delgado entre los dientes. Sin pensarlo, tiro con fuerza para ver si aquel dolor se calmaba. Hubo una pequeña resistencia al momento de jalar, pero ya una vez arrancado y en mi mano, veo a un diente lleno de caries y junto a él, un montón de insectos diminutos a su alrededor. Sorprendido y con mucho asco, me paro y busco un basurero para botarlo.
Una vez que lo tiré, volví a acostarme. La herida del diente palpitaba y generaba demasiado dolor. Intenté cerrar los ojos y dormir, pero me vi frustrado al sentir a mi boca llena de sangre. Conservando la calma, me dirijo a la pileta del baño para enjuagarme la boca y colocarme un trozo de algodón para que cicatrizara la herida. Llegado al baño, escupo la sangre que no dejaba de acumularse. Escucho pasos desde fuera, provenían del pasillo. Mientras intentaba lavarme con agua, veo por el espejo que por la puerta entra mi madre. De repente, la visión se me nubla y veo transcurrir al entorno en cámara lenta. Por alguna razón, volteo a ver mi habitación y contemplo a un enjambre de bichos negros como cascarudos saliendo de allí. No hablo de cientos, sino miles y miles de insectos. En el corto lapso que observo, comienzo a realizar arcadas y a escupir más sangre. En lo que intento que pare el sangrado lavándome con mis manos, estas dejan de reaccionar y caen. Al ver que no dejaba de sangrar, mi madre se angustia completamente.
- ¡Es una hemorragia! – Grita mientras se toma la cabeza con las manos.
La situación empeoró, en el momento en que la pileta se tranca y toda aquella sangre empieza a caer al suelo esparciéndose por todo el baño hasta llegar al pasillo. Un dolor abrumador ataca mi pecho y las piernas pierden estabilidad para mantenerse de pie. Giro para ver a mi madre una vez más cara a cara, y veo que aquellos bichos eran atraídos por la sangre. También se hallaban por todo el baño, y poco a poco subían por mis pies. ¿Su destino? Parecía llegar a la boca.
Pronto, caí al suelo quedando sentado apoyado de un mueble. Desde el pecho, sentí un dolor inmenso al sentir que algo desgarraba los órganos internos. Con una fuerza inconmensurable, algo perforó el plexo solar. Por lo que se veía, se trataba de la pata de un insecto enorme saliendo de mi cuerpo. Ante la impresión de dicha escena, desperté…
Editado: 25.11.2024