Caminando por un sendero que me llevaba a casa, contemplaba los rayos del sol y el hermoso silencio del domingo. Faltaban dos cuadras para llegar. Las hojas de los árboles caían por la estación de otoño, mientras una brisa leve de viento las dispersaba por la calle. A medida que avanzaba, el sonido de unos ladridos de un perro se escucha por medio de un baldío por donde cruzaba el sendero. Más allá, en donde abundaban los yuyos altos, veo a un perro enorme color gris, ladrándole a un animal muy similar a un tigre. Digo similar, la contextura de su cuerpo era muy extraña, las patas eran demasiado delgadas e incluso no tenía orejas. Dicho tigre, salta hacia el perro y le muerde el cuello con tal fuerza que lo levanta y lo sacude para que sus colmillos y dientes lo perforaran hasta el límite. El perro chillaba, y quedó inmovilizado de inmediato. Pensé en ayudarlo, pero sería simplemente un plato más para aquel animal. Decidí apartarme lo antes posible para que no se percatara de mi presencia. Caminé rápido sin mirar atrás.
Cuando creí perderlo de vista, por medio del sendero aparece este tigre. Instintivamente, en vez de huir, me lancé aterrorizado a golpearle con la mano desnuda cerca de las costillas. Al impactar el golpe, sentí como se quebraban sus huesos. En eso, el animal cae al suelo inerte, como si estuviese muerto. Tuve una sensación de poder momentánea. Al girar la cabeza para retomar el camino, el ambiente había cambiado. Estoy en un baldío mucho más grande que el anterior, con un tamaño aproximado de una cuadra. El sol comenzaba a ocultarse, el frio otoñal caería y debía realmente llegar a casa. Como era común de todas las tardes, el viento azotaba la ciudad. La tierra se levantaba y te obstruía la vista. En un descuido, algo de tierra llega a mis ojos y debo frotármelos para limpiarlos un poco y continuar el viaje. Al abrir los ojos, veo al mismo tigre, pero esta vez, durmiendo a una orilla donde concluía el baldío. La sensación de poder ya no me acompañaba, por lo tanto, decidí alejarme silenciosamente. En cuanto lo hacía, fuertes aullidos de perros siendo lastimados retumban en mis oídos. Al dar una pequeña vuelta buscando el sonido, veo a otro tigre asesinando a un perro cerca de un árbol.
- Mierda… - El miedo me inundó. ¿Como les ganaría a los dos tigres? Pensé.
- Pronto será tu turno, no te preocupes. – Dijo una voz grande, proveniente del tigre que se devoraba a aquel perro.
El pánico me llevó a correr a cualquier dirección. Tropiezo con unas raíces y al girarme para levantarme, el tigre se abalanza sobre mí. Lo golpeo en las costillas, pero tales golpes no le generan ni cosquilla. En cuanto abre su enorme boca, coloco mi brazo izquierdo para quitármelo, pero éste lo arranca con facilidad. Veo el hueso de mi hombro y me desmayo…
*Despierto*
Horrorizado, veo la hora en mi celular, apenas si eran las dos de la mañana. En mis pies, veo a mi mascota durmiendo plácidamente. Una tierna caniche que me acompañaba a veces al dormir. Su compañía me ayudó a tranquilizarme y a retomar el sueño.
*En el sueño*
Yacía en cama envuelto entre las colchas mirando hacia el techo. Entra apenas algo de luz por la ventana. De afuera, escucho perros otra vez siendo lastimados.
- Ven a jugar. – Reconocí aquella voz al instante, era al tigre acechándome.
Alrededor no lo veía en ningún rincón de la habitación. Algo como una mano toca mi hombro derecho y el miedo me paraliza totalmente. Un escalofrió recorre todo mi cuerpo, sentía la presencia de alguien a la derecha de la cama…
*Despierto*
De un brinco, quedo sentado en la cama y enciendo la luz de la lampara. Percibía ruidos extraños que generaban tensión en mi cuerpo. Veo al frente, y mi perra no está en mis pies, observo para abajo en el piso y veo como ella sin ninguna razón, da vueltas en círculos.
- Cristal, Cristal, Cristal… - La llamé repetidas veces por su nombre durante dos minutos intentando calmarla, puesto que jamás había actuado de esa forma. Intenté agarrarla una vez levantado ya de la cama, pero ella me esquiva y me ladra como a un desconocido.
“Los perros ven y escuchan cosas que nosotros no podemos percibir”, recordé lo que alguna vez dijo mi bisabuela. Tan solo me senté y esperé unos segundos, fue entonces que se calmó y se subió a la cama para pedirme un poco de cariño. Le brindé afecto hasta que toda la sensación de miedo acabó.
- Son las cuatro, veintitrés de la madruga, ¿qué será? ¿Un espíritu merodeando del antiguo cementerio donde yacía mi casa?
Editado: 25.11.2024