Años atrás, solía soñar que recorría un pueblo hecho de figuras geométricas. Techos de triángulos, habitaciones de cuadrados y rectángulos, con ventanas de círculos y con diferentes colores muy vivos, como el verde, amarillo, celeste, rojo. En aquel lugar, solía caer una lluvia muy particular. Del cielo no caían gotas, sino lanzas bien afiladas que se incrustaban en las casas y el suelo. Si una impactaba con tu cuerpo, sufrías inmediatamente una descarga eléctrica que te despertaba y te dejaba con parálisis del sueño.
Caminaba por un terreno llano, sin vegetación y en soledad. No había rastro de ningún otro ser vivo. Al frente, se encuentra este pueblo de figuras totalmente desolado. El suelo no era de tierra, tenía un color rosáceo y mostraba un tanto de transparencia. El cielo era del mismo color, era como estar atrapado en una fantasía de la cual no estaba consciente. A medida que atravesaba aquel pueblo, devienen recuerdos de como dichas casas desaparecían y nubes negras tapaban el cielo. Eso indicaba un significado posible, la “lluvia de lanzas”. Al recordar esa situación, me desvió del camino que cruzaba por el pueblo para no repetir el suceso de la lluvia.
Al salir, de igual forma el cielo queda cubierto por unas nubes negras que tronaban con furia. El miedo indicó lo que se avecinaba. Intento correr para salvarme, pero sin tener una dirección fija. Apenas alzaba la mirada para ver el cielo. Fue entonces que veo a lo lejos a una mujer con un vestido blanco, sucio y deshilachado. Al verla, el suelo y aquel pueblo que había dejado atrás, comienzan a desvanecerse poco a poco. Acompañada a esta situación, la lluvia da inicio y las lanzas comienzan a caer por los alrededores. Mientras esquivaba aquellos hierros, voy saltando en unos cubos de aquel material rosáceo que era el suelo, hasta llegar a donde se ubicaba aquella mujer sin darme cuenta. Ya en frente de ella, observo su cabeza, noto que sus pelos negros le tapan el rostro.
- ¿Quién eres tú? – Pregunté con curiosidad. No tenía miedo por ella, sino más bien a la lluvia de lanzas.
Hubo silencio. La mujer yacía inerte, sin preocupación. El terror a la muerte llevo a solicitarle ayuda para que me salvara de aquella lluvia.
- ¡Ayuda! – Expresé intentado tomar sus brazos para movilizarla.
Cuando la agarré, una sensación dolorosa recorrió mi cuerpo. Una lanza había atravesado mi espalda inferior, saliendo la punta por mi abdomen. La sangre se desparramó por el suelo hasta formar un charco. Caí de rodillas y una lanza del cielo venía directo a la cabeza.
*Desperté*
Al abrir los ojos, me encuentro mirando en dirección al techo de la habitación. Arriba de mi rostro, observo la cara de una mujer bastante lastimada y sin ojos. Hago fuerzas para gritar, pero era inútil, no emanaba ni un sonido para suplicar ayuda. Cierro los ojos e intento mover el cuerpo, pero este tampoco responde. En la mente suplico ayuda y rezo. A medida que transcurrían los segundos, recupero movilidad y me abalanzo hacia la dirección que se encuentra la mesa de luz. Abro los ojos y veo a aquella mujer de vestido blanco mirándome desde el borde de la cama sin sus ojos y la boca abierta. Con fuerza, tiro de las sábanas para taparme de la terrible escena.
- Esto no puede estar pasando. – Digo susurrando y con la voz entrecortada.
Pronto, escucho la puerta de la habitación abrirse. Pienso en dos opciones, era la mujer del sueño o alguien de mi familia que venía como un salvador. Armando valor, me quito un poco de las sábanas y veo hacia la puerta sin mirar los bordes. Por la luz de la luna, contemplo que nadie yacía en la puerta, ni en ningún lado de la habitación. En la casa a altas horas de la madrugada, reina un silencio espantoso. No enciendo la luz, ya que la lampara se encontraba a dos metros de la cama y no pensaba en levantarme. Espero pacientemente sin descuidar la puerta. Luego escucho la habitación de mis padres abrirse. No sabía si llamarlos o quedar en silencio. Escucho pasos en el pasillo que vienen a mi habitación. Una figura difusa aparece en la entrada.
- ¿Vos me abriste la puerta? – Dijo mi madre al encender repentinamente la luz de la pieza.
- No, no lo hice. – respondí asustado.
Ella no era de creer mucho en situaciones de espantos, pero el rostro aterrorizado de ella me dio a entender que algo extraño había acontecido ese día en aquella casa. Algo que, a pesar de revisar todos los sitios, no encontramos rastro o explicación alguna del suceso.
Editado: 25.11.2024