Solicitados a una reunión de trabajo en otra provincia que quedaba en el otro extremo del país. El camino era demasiado largo para viajar en camioneta, por ende, con mi padre deberíamos tomar un avión en el aeropuerto para llegar a tiempo. Él compro los boletos, y con poco equipaje, subimos al avión. Intente dormir para no alargar el tedioso vuelo.
Al despertar de semejante viaje, revise el teléfono para contestar un mensaje. Para mi sorpresa, este no tenía batería. Un mal momento para tener descargado el celular, eso causó molestias. Al salir del avión, contemplé el alrededor. Esto no era Buenos Aires, lugar donde recordé que íbamos a la reunión. Todo lo contrario, el lugar donde yacíamos parados fue Japón, Tokio. Reconocía el lugar por videos y por películas, además, de que en todos los edificios había publicidad en japonés. Una ambivalencia de emociones se presenta, por una parte, estaba angustiado por quedar varados en un lugar al otro lado del mundo, y por otra, una inmensa felicidad, puesto que siempre quise conocer Japón. Ignorando las circunstancias, decido pedirle un favor a mi padre aprovechando la ocasión.
- Podemos visitar… - No recuerdo que dije exactamente, solo sé que se trataba de un lugar muy famoso del país.
Sin respuestas verbales, él se limita a asentir con la cabeza indicando un “sí”. Su rostro expresaba serenidad, tanta que parecía tan solo un muñeco o alguna especie de robot. Sin embargo, con señas de manos me recuerda que debíamos volver a casa. Concordaba con dicha opinión, en este país desconocíamos del lenguaje y tampoco teníamos suficiente dinero como para quedarnos varias noches.
Vamos camino al aeropuerto con la esperanza de conseguir boletos hacia Argentina. Al no saber japonés, intento pedir un boleto en ingles a un operador que actuaba de traductor en el lugar.
- We need two plane tickets from Japan to Argentina…
Observe la cara del traductor, parecía no entenderme. Repetí al menos unas cinco veces aquella oración. De repente, mi padre quien se encontraba detrás, se pone de frente y le dice al sujeto.
- Queremos dos boletos para Argentina. – Su rostro expresaba confianza.
- Debieron haberlo dicho en español, joven. – Suelta una carcajada mientras encarga los boletos. – Solo les diré que tenemos viaje recién para el 24 de julio, ¿Aun así, lo aceptan?
- Y si no queda de otra. – Respondí. Hoy era 14 de julio, faltaban diez días para que llegase el viaje, pero era la única salida.
Allí, el hombre entregó los boletos y nos retiramos del aeropuerto. Me preocupaba el gasto que generarían la estadía, la comida y demás. Sin embargo, el rostro de mi padre yacía muy sereno. Comento la idea de caminar un rato para encontrar un buen hostal en el cual alojarnos.
Las calles de “Japón” se distorsionaban gradualmente. Los edificios comenzaban a parecerse a una ciudad como las de Argentina. En las veredas transitaban una multitud de personas, y entre ellas, aparecen el resto de la familia, mi madre y dos hermanos.
Ya alojados en el Hostal, busco un lugar para poner a cargar mi celular. Entro en una habitación en donde dos japoneses se encuentran conversando sobre algo que parecía muy importante. Vestían trajes negro muy elegantes y llevaban un peinado bastante peculiar hacia atrás, llenos de gel para el cabello. Los ignoro y conecto el teléfono para revisar notificaciones. En él, veo mensajes por medio de un videojuego en el cual me amenazaban para transferirles dinero. Tal parecía ser gente del mismo país que me habían hackeado aprovechando la vulnerabilidad de estar en otro lado. También, decido ignorar aquellos mensajes e irme con mi familia al comedor.
Alrededor de una pequeña mesita de madera que se hallaba al centro de la habitación, estaba la familia y un montón de personas del lugar, todos japoneses. Mi madre me comenta el haber comprado empanadas de cerdo, lo cual, me pareció genial. Decido tomar la bolsa que dejaron sobre la mesa y abrir el envoltorio de papel que tenía. La sorpresa y el horror fue grande al contemplar como la masa de la empanada, no era precisamente una masa. En su lugar, se hallaba la piel de un cerdo recién nacido, incluso, permanecía con su cabeza intacta. Por lo percibido, habían abierto su estómago para ponerle un relleno y luego, cocerle para comer. De inmediato, hice arcadas por tal aberración. No pretendía comer dicha comida. Observé el alrededor buscando excusarme, pero los japoneses comentaron que, si no quería comerlo, debería de comer a mi perra (caniche) que se hallaba por debajo de la mesa. Baje la cabeza para confirmar que ella en verdad se hallaba allí.
- Si no comes la empanada, vas a tener que comer a tu mascota. Si no quieres, come la empanada y nosotros nos encargaremos de comerla a ella. – Dijo uno de los hogareños mezclados entre la habitación. Ya ni siquiera me parecía extraño escucharlos hablar español.
No planeaba comerla, pero tampoco que otros lo hicieran. Si de esa forma asesinaron a las crías de los cerdos, no me imaginaba que podrían hacerle a ella, entonces, debía yo comerme a la perra. Entre dudas, agarro coraje y brutalidad para darle un mordisco por la altura de su columna. No emitió ni un chillido, pero clavó su mirada en mis ojos. En sus pupilas se reflejaban la pena, el dolor, y a su vez, amor. Entre lágrimas, procedo a morderla una tres veces más hasta dejarle un hueco que permitía verle sus órganos internos. Ella seguía consciente, la escena me destrozaba por completo. Parecía ignorar que la lastimaba, porque su única reacción fue comer una de las empanadas de cerdo que había en la mesa. La culpa y el dolor me carcomía entre las entrañas. Llorando, caigo de espaldas al suelo y espero su perdón, tal atrocidad no se lo merecía. A través de mis ojos ya nublados por las lágrimas, veo como ella se acerca hacia mi mano para así yo poder brindarle un último cariño ya que la sangre que perdía, comenzaba a debilitarla…
Editado: 25.11.2024