La noche inundó la ciudad, las gotas de lluvia eran tan pequeñas y caían tan lento que provocaban cosquillas en la piel, las calles comenzaron a cubrirse con charcos y el olor a tierra húmeda era todo lo que percibía, era tan relajante, que me hacía olvidar la oscuridad de las calles, que apenas era iluminada por la luz de luna.
A pesar de la poca luz, no podía detenerme y continúe avanzando, mientras la lluvia caía sobre mi y comenzaba a empaparme, entre más avanzaba por las calles, la oscuridad se hacia más densa y poco a poco la poca luz que me iluminaba, comenzó a desaparecer, era como si dios supiera en clase de infierno que me estaba metiendo y decidió abandonarme.
Aunque la oscuridad inundaba las calles, podía ver todo lo que pasaba mi alrededor. A mí derecha, había un grupo de vagabundos buscando algo de comer entre la basura, a mi izquierda estaba un hombre tirado en suelo, apestaba tanto a alcohol, que el olor me mareo un poco.
La basura aumentaba con cada pasó que daba, latas aplastadas, el sonido de las botellas girando, papeles siendo empujados por la suave brisa. Lo único que podía escuchar era el chillido de las ratas que corrían enfrenté mío, era enormes, del mismo tamaño de un conejo.
Sabía que no debía seguir avanzando, todo a mi alrededor me gritaba que era mejor regresar y nunca más volver a este lugar, pero tenía una cita por estos rumbos. Y ya estaba enfrente del lugar acordado; Un casino, que iluminaba las calles con sus luces neón, las lámparas del suelo, lo iluminaban de tal forma que parecía una presentación de una obra de teatro.
Me quedé hipnotizado viendo el lugar fijamente, la lluvia seguía cayendo sobre mi, las gotas se deslizaban por mi cara, mis manos temblaron y mi corazón latía como un tambor, la verdad es que no quería entrar en ese lugar, si lo hacía corría el riesgo de nunca más salir, pero si me quedaba afuera, jamás sabría lo que podría ganar si entraba en ese lugar.
Cerré los ojos, respire hondo hasta llenar de aire mis pulmones y tras unos segundos lo deje salir, para dar un paso al frente y entrar al casino.
Por dentro el lugar era mucho más extravagante, todo el lugar estaba iluminado por luces de diferentes colores, los sonidos de los juegos y las máquinas siendo activadas, eran cuanto menos, interesantes, todo estaba extremadamente limpio, la hermosa alfobra roja estaba tan bien acomodada, que me sentí terrible de empaparla con el agua que escurría de mí.
Sabía que no pertencia aquí, este lugar era tan extravagante, tan iluminado, tan ruidoso, que sentía que mi mera presencia apacaba el lugar. Yo tenía la ropa oscura y empapada, mi cabello estaba desalineado, y mi rostro seguía húmedo. Vaya, hasta los meceros se veían mucho mejor que yo, quizás por eso me ignoraban y pesaban de largo cuando me miraban.
Comencé a caminar por el lugar, mire cada juego, a cada persona metiendo mas y más dinero, escuchando como las monedas caían de golpe, cuando alguien lograba ganar el premio mayor. Pero yo no entendía siquiera como funcionaban, así que aunque me era difícil las ignore.
Di un par pasos más, subiendo por las escaleras hasta llegar al segundo piso, ahí todo era más tranquilo en cierta forma, solo es escuchaban algunas charlas, a los participantes subiendo la apuesta y algunas risas de los jugadores.
Cuando yo llegue, todos se callaron de golpe, dirigieron su atención a mi, mirándome de arriba a abajo, algunos hombres levantaron las cejas y un par de mujeres, no pudieron hacer una mueca de gracia, incapaces de creer que alguien como yo estuviera aquí. No le dieron mayor importancia, sabían que ya estaba muerto desde que entre aquí, así que siguieron con sus juegos.
Me quedé observandolos fijamente, quizás, esperando que al verlos aprendería a jugar y saldría de aquí, siendo rico, pero aunque puse toda mi atención en como jugaban, en que momento subían la apuesta y en qué momento no, simplemente no entendí.
Camine en círculos, viendo cada juego, escuchando cada risa, cada maldición y como las ruletas giraban una y otra vez, todo era tan hipnótico, que estaba a nada de participar en una. Pero cuando estaba a punto de pedir entrar al juego, algo me detuvo.
— Si fuera tú, yo lo haría eso — me murmuró una voz femenina, grave, sensual y coqueta.
Pero su voz no fue lo que llamo mi atención, lo que lo hizo fue el olor fresco que percibí de ella, era una combinación entre manzana y canela, que me resultó demasiado relajante.
— ¿Por qué no debería? — le cuestióne, mientras mi volteaba a mirarla — Se supone que en eso conociste una apuesta, en arriesgarse.
— Si, pero si te lanzas con los ojos cerrados, no sabras como caer — me respondió con una leve sonrisa.
Aquella mujer era peculiar cuanto menos, su tez blanca y sus labios rojizos, la hacía ver cómo una muñeca de porcelana, su cabello corto hasta los hombros, negro como el carbón parecían absorber la luz del lugar, combinaba bien con su vestido de noche, que aunque solo dejaba ver sus brazos, resaltaba su figura curvilínea, pero lo que más resaltaba de ella eran sus ojos rojos como los de un conejo, me miraban fijamente, que sentía que veía el fondo de mi alma.
— ¿Que debería hacer? — le pregunté, con la voz temblorosa.
— Lo más sensato, sería que te fueras de aquí, créeme este lugar no está hecho para personas como tú — me explico, mientras me analizaba con la mirada y luego sonreía — Pero dudo mucho que quieras irte ¿Cierto?.
— No. — respondí, agachando la mirada.
Ella soltó una suave risa ante mi respuesta, parecía que le daba ternura, sin decir nada, me tomo de la muñeca y me llevo a una mesa.
— ¿Por qué estás aquí, aunque sabes que no deberías? — me cuestiono, sin dejar de mirarme.
Me quedé en silencio unos segundos, la mire fijamente a los ojos, no sabía si hablar o no, pero sentía que no tenía de otra.
— Deudas, demasiadas deudas que pagar...
— Y poco dinero para pagar — termino por mi, con una leve sonrisa.