Honestamente jamás creí en la idea del amor.
Porque es un sentimiento, que nunca conocí, en mi hogar, los gritos, los regaños, las exigencias, las discusiones e incluso los golpes, eran lo más constante de todo. Rara vez, pude sentir la calidez de un abrazo o si quiera, soñar con un beso.
No se que me molestaba más, el hecho de saber que todos se desahogaban conmigo o que no me permitieran demostrar, como me sentía. "No grites", "No llores", "¿De que te ríes?".
Reprimi tanto mis emociones, que ya no sonrió, no lloro, ni me enojó, pero aún así, soy considerado una molestia para todos los demás. Todos me tachan de raro, de insensible, me piden que afronte las cosas con una sonrisa, cuando ni siquiera se cuándo estoy realmente feliz.
La vida ya se me hace tan aburrida, que la muerte poco a poco me tienta, con un susurró a la oreja. Pero no necesito morir para ser un cadáver, llevo años siéndolo.
Estoy avanzando sin rumbo, esperando mi último día...
Y fue cuando estaba más perdido que ella apareció por primera vez, era todo lo contrario a mí. Una gran sonrisa siempre acompañaba sus gruesos labios, su rostro aunque pálido, siempre parecía brillar y sus ojos color avellana siempre estaban llenos de vida, incluso su cabello castaño parecía tener vida propia.
A diferencia de mí, ella se sentaba al frente, era la que más participaba en clase, la que nos hacía reír a todos. Me encantaba que se sentará al frente, porque la podía admirar desde mi lugar, pero eso hizo que odiara mi lugar, porque ella jamás podía mirarme.
En la salida me quedaba embobado mirando como se alejaba, deseando que un día me mire como yo quiero. Pero se que jamás podré sentir el tacto de sus labios, porque soy invisible ante los demás.
Jamás había odiado tanto que no supiera expresarme, desde que llegó lo único que hago es admirarla a la distancia, siempre me quedé en intentos de poder acercarme y hablarle, solo podía verla a la distancia, reír y disfrutar del día, junto a los demás. Se me hizo costumbre, mirarla a lo lejos, como un tonto, uno que jamás podrá acercarse a ella.
La única ocasión en la que ambos nos cruzamos, yo me quedé callado y mirándola a los ojos, ella en cambió me sonrió y me deseo un buen día. Eso fue suficiente para mi, mientras camino a mi lado y pude aspirar su hermoso olor a café, decidí hablar.
— Disculpa.... ¿Cómo te llamas?.
— Me llamo, Lyla — me respondió con una sonrisa. — Es un gusto, Dorian.
Cuando hablo, me quedé congelado y con una expresión de sorpresa, no se muy bien si fue por escuchar su voz o por el hecho de que ella sabía mi nombre, pero al menos sabía que para alguien yo no era invisible.
Pero nunca más pude acercarme nuevamente, solo me quedaba mirándola e imaginaba un futuro a su lado, algunas veces ella lo notaba y me saludaba con una sonrisa.
Pasaron los meses y yo seguía sin acercarme, solo la miraba a la distancia. Pero un día ella dejó de asistir a clases y nuevamente, mis días volvieron a hacerse grises, ahora siempre miraba a la puerta, esperando verla entrar, con esa sonrisa que tanto la caracterizaba, pero eso jamás paso.
Mis días volvieron a ser lo mismo, aburridos, sin sentido y grises. Cuando estaba caminando a casa, la lluvia me atrapó y comencé a correr, esperando escapar de la lluvia, pero justo cuando corría, vi a Lyla a la distancia, al igual que yo estaba escapando de la lluvia, pero se hizo tan fuerte que tuvo que ir a cubrirse en un árbol. Sin pensar corrí con ella, quizás con la esperanza de esta vez ser capaz de hablar con ella.
Cuando nos vimos nuevamente, ella abrió los ojos con sorpresa y luego soltó una leve risa.
— Tiempo sin verte, Dorian — hablo finalmente.
— Si... Me alegra volver a verte — fue lo único que pude decir.
— Te ves un poco diferente a la última vez que hablamos — comento, sin dejar de verme.
— Tu... Te ves igual a la última vez — le respondí, apenas con una sonrisa nerviosa.
Ella soltó un par de ros