La Cicatriz del Reloj
Por Felicia Laurent
El zumbido de la lámpara de neón me taladra el cráneo antes que el dolor de la muñeca. Parpadeo. Sábanas ásperas. Una habitación que no reconozco. La ciudad suena afuera como una jauría hambrienta.
La cicatriz está allí, roja, recién cerrada, justo donde solía estar ese maldito reloj de bolsillo. El que le robé al viejo antes de que lo pusieran en una bolsa negra, con tres balas en el pecho y una en la frente. El reloj que él siempre decía que marcaba los destinos de quienes lo poseían.
Yo lo robé con 16 años. Lo escondí. Lo perdí. Creí que estaba enterrado con todo lo que fui.
Hasta esta noche.
Me incorporo. Sobre la mesa hay un vaso con dos dedos de whisky. Viejo, fuerte, puro como el primer pecado. Lo bebo de golpe. El ardor en la garganta me recuerda que aún estoy viva… pero más cerca de la muerte que nunca.
La habitación huele a cigarro apagado, whisky y desesperación. En el aire flota el eco de una promesa incumplida. En el suelo, la gabardina de William, mi chofer, mi sombra, el único que sabía dónde estaba anoche pero él no está.
Se esfumó. Como siempre. Como todo el mundo.
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El bar se llama The Hollow King. Nadie entra sin sangrar antes. El humo de cigarro es tan denso que parece que la ciudad entera exhala desde sus ruinas.
Ahí está él.
Cris Grayson.
El Rey del Crimen. El que asesinó a mi padre.
Lleva el reloj. El mío. El de mi padre. Lo cuelga del bolsillo como un trofeo. Como si no supiera que eso es una sentencia de muerte.
Hay dos copas en la mesa. La suya intacta. La mía servida. Un gesto de paz, o una amenaza velada. En este mundo, son la misma cosa.
— ¿Por qué solo hay dos copas? — le pregunté, con un tono frío.
— Porque está reunión es solo entré tu y yo, Querida — me responde, con una sonrisa ensanchada.
— Pues pierdes el tiempo, porque no me gustan los ancianos como tú — le respondí, con una mueca de asco.
Él ríe. Como ríen los cuervos.
— Por favor querida, si quisiera una cita contigo, te invitaría a un lugar mejor que está posilga — me responde, mientras me miraba de arriba a abajo. — Quiero hablar de negocios
— No me vuelvas a llamar "Querida" — le contesto, mientras coloco mis manos sobre la mesa.
— Está bien, no volveré a decirle así, señorita Felicia — me responde con un tono más calmado — Por favor toma asiento, quiero hablar de negocios contigo.
La tensión se corta cuando el extiende su mano, para invitarme a tomar asiento. Le hago caso y me siento enfrente suyo, mientras le doy un pequeño sorbo a mi copa. No por sed. Por legado. El whisky ya no simboliza calor, sino guerra.
— Sabes, la última vez que hablé con tu padre, fue en la este lugar — me comenta, mientras le da una mirada al reloj — Al igual que contigo, hablamos de negocios... Aunque en su caso no termino bien.
— Esperemos que no te pase lo mismo que le pasó a mi padre, después de esta conversación — le respondí, con una sonrisa coqueta.
— ¿Eso fue una amenaza?. — me cuestiono con una sonrisa.
— No, fue un simple comentario — le respondí, mientras giraba mi vaso de whisky.
— Por ese tipo de comentarios, tu padre dejo este mundo. — comenzó a decírme, mientras se acomodaba hacia adelante, recargando sus codos en la mesa.
— Y lo mismo te puede pasar a ti — le respondí, mientras miraba fijamente sus ojos azules.
— Tu no eres tu padre, pero tendrás su mismo destino si cometes los mismos errores que él — Me explicó, con un tono más serio — Y a menos que quieras evitar, que el legado de los Laurent desaparezca por completo, lo mejor que puedes hacer es aceptar mis términos.
— Ni muerta, aceptaría trabajar para ti.
Me levanto. Él me observa. No sabe si debe reír o dispararme.
— Solo recuerda quien es el Rey de esta ciudad, ahora — me amenazó desde su mesa.
— ¿Acaso un plebeyo que roba un trono, puede considerarse Rey? — le cuestióne, sin dirigirle la mirada.
Salí del bar mientras el humo de cigarro y las miradas me siguen. En la acera, Hugo me espera junto a mi auto.