Es extraño: ya no te veo,
y sin embargo, cada día que pienso en ti, te deseo.
No tiene sentido: tú y yo no nos conocemos,
apenas coincidimos,
pasando uno al lado del otro
como sombras sin nombre.
Pero debo admitirlo:
me quedé cautivado la primera vez que vi tu rostro.
No he podido olvidarlo,
ni quiero hacerlo.
Hay algo en ti que me arrebató,
algo imposible de explicar.
No sé si fue el color de tu cabello,
el brillo secreto de tu mirada,
la forma en que caminabas
o el misterio que tu silencio llevaba.
No sé nada de ti,
así como tú nada sabes de mí.
Quizá ni sospechas de mi existencia,
quizá nunca me diste importancia.
Yo soy un desconocido,
fácil de olvidar.
Lo incomprensible es que yo
no logro olvidarte.
Entre menos sabía y más te veía,
más crecía mi deseo,
y en mi cabeza se multiplicaban
las preguntas sin respuesta:
“¿De dónde eres?
¿Cuántos años tienes?
¿Cuál es tu nombre?
¿Quién eres?”
Quiero conocerte.
Ansío volver a verte,
descubrir la voz de tus palabras,
el gesto de tu sonrisa,
el brillo de tus ojos
si alguna vez me miraras.
Sueño con sentir el roce de tus manos,
con la posibilidad de estar a tu lado.
Ojalá la vida me regale el azar de encontrarte de nuevo y que esta vez, me atreva a hablarte,
para romper el hechizo del misterio
y convertirlo en encuentro.