Michael se levantó en la mañana. Era extraño que despertara temprano un domingo. Ni siquiera recordaba haberse dormido la noche anterior.
Entró al baño. La casa estaba oscura y desolada, como si estuviera completamente solo. Tal vez aún era muy temprano...
Vio su reflejo unos segundos. El espejo era pequeño pero podía verse bien en él. Vio su cabello platinado y despeinado, enmarañado. Su camiseta celeste contrastaba la palidez de su piel con marcas de sueño. Sus labios rojos y sus ojos entrecerrados, sin contar con el diminuto lunar que tenía en su pómulo, junto a uno de sus ojos.
No hizo nada por varios minutos, se quedó mirándose exclusivamente. Él mismo no entendía por qué. Nunca se miraba mucho al espejo, se sentía feo. Se sentía feo sin siquiera mirarse al espejo. Pero esa vez fue diferente, se sentía diferente.
Le dio igual.
En el lavabo debía estar su cepillo de dientes, lo raro era que sólo estaba el suyo, ni el de su hermana ni el de su madre. ¿Qué les habrá pasado?
También le dio igual.
Cuando volvió a subir su mirada hacia el espejo, hacia su reflejo, tiró el cepillo dental y todo lo que había en sus manos al verse. Parte de sus labios estaban cosidas con un grueso hilo negro.
Intentó gritar pero sus labios no se abrían. Los hilos dolían.
Sus ojos se abrieron completamente, con lágrimas. Su piel se volvió más pálida. Llevó sus dedos temblorosos hasta sus labios y empezó a tocar los hilos. Eso no podía estar pasando. Sus manos sintieron los hilos y se llenaron de sangre que empezó a salir.
Mientras más tocaba más se cerraban, más se cosían, como si fueran sus manos las que hacían eso. Brotó lágrimas silenciosas hasta que sus labios estaban por completo cosidos.
Sentía que su corazón saldría de su pecho, empezó a desesperarse. ¿Qué era lo que estaba pasando? ¿Qué significaba todo eso? Comenzó a sentir que le daría un ataque, una crisis.
Intentó volver a gritar pero solamente salía más sangre cada vez que forzaba los hilos.
Se alejó con miedo del espejo, viendo horrorizado su reflejo con lágrimas en las mejillas y sus labios pegados por hilo negro.
Su vista también empezó a nublarse, pensó que serían todas las lágrimas o que al fin iba a desmayarse. La taquicardia empeoró y sus rodillas empezaron a temblar.
Su ojo derecho también había empezado a coserse.
Quiso volver a gritar. Esta vez salió un alarido muy fuerte de sus labios cerrados, de los que salían chorros de sangre que manchaban el piso. Sus lágrimas también empezaron a salir con sangre.
Su vista siguió nublándose y él hiperventilándose, sus piernas temblaron y fallaron hasta que se desplomó en el suelo sintiendo que iba a desmayarse. Quería que pasara, ya no quería sentir eso.
Vio, borrosamente, el piso lleno de sangre y sus manos manchándose de la misma hasta que su otro ojo también estuvo cosido y no pudo ver nada más.
Arthur estaba sentado en el piso de la habitación de Michael en posición de indio. Era muy poco elegante, no acostumbraba hacer esas cosas cuando estaba vivo, pero era la única manera en la que su rostro quedaba a sólo unos centímetros del de Michael. Lo vio despertar con lágrimas en los ojos de la pesadilla que le había causado.
Por lo tanto, lo primero que Michael vio luego de despertar de esa espantosa pesadilla fue el rostro de Arthur junto a su cama, sus ojos grisáceos, fríos y vacíos lo miraban fijamente.
Quiso gritar también en cuanto lo vio, pero su garganta se sentía desgarrada y su dolor de cabeza era tan punzante que sólo podía concentrarse en eso.
Todo había sido un sueño. Un sueño espantoso. Una pesadilla.
En cuanto sintió sus mejillas húmedas por las lágrimas despertó de su trance. Se limpió rápidamente y se sentó en la cama, tapaba su cuerpo con las sábanas, así se sentía más seguro.
Arthur seguía mirándolo con sequedad, ni siquiera se había burlado de él por despertar así, ni siquiera una sonrisa.
—Buenos días, Mikey —dijo sin ninguna emoción.
Michael de inmediato puso su mirada enojada en él, quería poder fulminarlo. No entendía por qué había sentido tanta ira cuando escuchó la voz del contrario, no entendía por qué se sentía enojado ni por qué quería desquitarse con Arthur.
—¿Qué tienen de buenos? —hizo una mueca, aún con enojo.
—Tuviste un mal sueño —dijo como una afirmación, Michael abrió sus ojos sorprendido.
No necesitó unir muchas piezas, la respuesta de inmediato vino a él. No era la primera vez que Arthur le daba un sueño, lo hacía a menudo cuando le daba recuerdos —cosa que ya no hacía—. Normalmente daba más recuerdos, cosas normales, incluso cosas lindas. Nunca le había dado una pesadilla, nunca le había dado algo como eso.
—¿Tú lo hiciste? —habló Mikey, su voz salió más débil y frágil.
Arthur se encogió de hombros aún sentado en el piso, no se había movido o inmutado en ningún momento.
—Estaba aburrido —explicó, el menor sintió más enojo—. Ya no tenía nada que hacer, aunque cuando te duermes puedo explorar más cosas.
Michael se sintió confundido mientras veía al mayor sonreír con cinismo.
—¿A qué te refieres?
Volvió a encogerse de hombros.
—A nada realmente —le restó importancia—. Sólo me gusta pasear por ahí cuando estás dormido.
—¿Como... por la casa? —preguntó dudoso.
Sentía que había algo que Arthur estaba ocultando.
—Fuera de la casa —habló Arthur simple, Michael quedó pasmado—. Pasear por ahí.
Michael lo miraba atónito, Arthur seguía sin inmutarse.
—¿Qué? Pero... Yo... Yo creí... —empezó Michael tartamudeando.
Yo creí que no podías irte sin el diario.
—Tranquilo, no puedo hacerlo siempre, sólo cuando estás dormido.
—Pe-pero el diario... —logró gemir Michael, sintió un nudo en la garganta.
¿Cuántas más mentiras le había contado Arthur? Sintió miedo. ¿Qué más cosas podía hacer que él no sabía?