Pétalos.

Capítulo 16.

Michael caminaba tranquilo hacia la tienda de víveres que quedaba cerca de su casa.

No había tenido la mejor mañana de su vida, Arthur volvía a molestarlo, aunque ya no le causaba pesadillas, se había detenido desde que lo había hecho soñar que besaba a Chris.

Arthur no le había hecho nada malo desde entonces, pero no parecía cerrar la boca en todo el día sobre cualquier cosa que Michael no escuchaba de todas maneras.

Se había acostumbrado a despertar cada día con Arthur viéndolo fijamente.

Ya nada le importaba, ni siquiera trataba de hacerse daño por la frustración, ya no sentía ganas de golpearse contra las paredes hasta que perdiera la consciencia, o de llorar hasta deshidratarse. Era como si ya estuviera muerto.

Esa mañana, unos minutos después de levantarse, su hermana comenzó a tocar su puerta para pedirle que fuera a comprar algunas cosas; él se hubiera negado en cualquier otro momento, pero estaba tan desesperado por tener un poco de aire fresco, de salir de esa casa sin Arthur, que aceptó de inmediato.

No se molestó en cambiar su ropa, tomó el dinero y la lista que le dejó su hermana y no tardó en salir de ahí. La mirada penetrante de Arthur lo siguió intensamente hasta que salió del lugar. Gracias a dios no había insistido en ir con él.

Sintió una intranquilidad entrar en su cuerpo cuando la brisa mañanera lo golpeó.

Se obligó a no mirar cuando pasó junto a la casa de Chris. Fue casi doloroso.

Pasaron unos minutos y llegó a la pequeña tienda, tomó una canasta y empezó a tachar cosas en la lista. Casi se sentía bien hacer algo tan normal como comprar víveres. Ya nada en su vida era normal.

Se sentía horrible saber que la única persona con la que hablaba en su casa era Arthur, quien ni siquiera contaba como un miembro de la familia. Su hermana no le hablaba a menos que fuera estrictamente necesario; un día había tratado de saber por qué era que se veía tan desdichado, pero él sólo la había mandado al diablo, y desde ese día no se hablaban mucho... Su madre era otra cuestión, ella trabajaba por muchas horas, sin descanso, no tenía tiempo ni siquiera para preocuparse por su familia. Michael no la culpaba, nunca lo hizo, él sabía que, desde que su padre los abandonó, quedaron sin nada y ella tuvo que resolver todo. Se veía tan cansada cuando estaba por la casa..., tanto que no parecía notar el declive de su propio hijo.

Pero estaba bien, se decía Michael, no podría contarle nada de todas formas... No quería darle más preocupaciones.

Cuando no tuvo que buscar más artículos se dirigió hacia la caja. Habían varias personas frente a él, debía esperar para pagar e irse, pero no tenía prisa, casi se alegró por tener que hacer fila.

Hasta que...

—¿Michael?

Michael se petrificó al escuchar esa voz, sintió cómo su corazón volvía a latir después de mucho tiempo. Se volteó como si no le importara y trató de mantener la calma, aunque por dentro estaba gritando.

—Chris —dijo como si fuera un murmullo.

Ambos se miraban como si fuera un espejismo. Chris parecía atónito y Michael trataba de verse indiferente cuando, en realidad, el hormiguero, la ansiedad, que sentía en su interior lo estaba matando.

Ambos estuvieron apunto de preguntarle al otro qué hacía ahí, pero era una pregunta claramente estúpida. Estaban en una tienda cerca de sus casas, cada uno con una cesta de víveres, era bastante obvio lo que hacían ahí.

—Puedo... —empezó Chris nervioso—, volver en otro momento, si quieres...

Michael lo miró sorprendido, confuso, veía las sonrojadas mejillas del castaño y como evitaba mirarlo a los ojos, no tenía lentes ese día, pero seguramente tenía de contacto, los cuales realmente no le gustaba usar...

—Por supuesto que no, no soy el dueño de la tienda, puedes estar aquí todo lo que quieras. No seas ridículo —bufó el menor, se volteó de inmediato con la intención de no hablar más con el castaño.

Y funcionó por unos segundos, quizá dos minutos, hasta que Chris rompió el silencio de nuevo:

—No te he visto estos días en la escuela... —empezó.

La fila se movía con normalidad, pero se estaba haciendo eterna para Michael.

—Sí, he estado un poco enfermo.

—Oh, ¿y ya estás mejor?

Era patético su intento de hacer conversación.

Los dos estaban notablemente tensos e incómodos y era una horrible sensación en sus pechos que amenazaba con no desaparecer.

Michael se encogió de hombros para evitar responderle, y pareció que eso complació a Chris, porque sólo asintió y volvió a quedarse callado, por lo menos, por otro par de minutos. Hasta que su impotencia y repentino valor lo obligaron a abrir la boca:

—¿Así que nos vemos en la escuela el lunes? —preguntó balanceándose en su sitio.

Michael rió con cinismo y se volteó sin responderle.

La respuesta era no, de igual forma.

Y pudo haber terminado ahí, hasta que la ansiedad de Michael empezó a devorarlo con una sensación que sabía que estaría ahí mucho más tiempo.

—¿Qué te pasó en la cara? —preguntó casi para sí mismo, sin mirar al otro y tratando de no sonar como lo preocupado y angustiado que estaba desde que lo notó.

—Me asaltaron, no paso nada —contó como el mal mentiroso que era, y las ansias masoquistas que Michael tenía lo obligaron a voltearse levemente y detallar su rostro mejor.

Su pómulo rojo era bastante evidente, pero tal vez contrastará con sus ojos verdes cuando se volviera morado. Está partido, eso y su labio —y su corazón—, tiene costras de sangre seca y las partes magulladas están levemente hinchadas. Sus manos también están lastimadas, sus nudillos estaban rojos y magullados y sus uñas sucias.

Michael apartó la mirada antes de alterarse demasiado.

—Por dios, ten más cuidado —se permitió decirle.

Si todo iba como Michael quería, la conversación terminaría ahí y, finalmente, la mujer que llevaba bolsas muy grandes y que era la culpable de que tuviera que permanecer parado en el mismo sitio salió de la tienda y él pasó a pagar por sus cosas como si nada.



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En el texto hay: fantasmas, amor lgbt, angst

Editado: 20.09.2020

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