Pétalos.

Final alternativo.

—Michael, para, ahora... —repetía Arthur con voz calmada.

Michael simplemente no dejaba de llorar, no hablaba ni hacía movimientos, sólo temblaba con la pistola en su frente.

Arthur no quería eso, no quería que Michael muriera, prefería sólo irse pero el rubio no lo escuchaba, estaba empecinado en que iba a hacerlo, y si el fantasma se acercaba realmente lo haría.

Arthur supo que todo acabaría ahí cuando lo vio poner su dedo en el gatillo. Todo su cuerpo temblaba, pero el disparo sería letal.

—¡Michael! ¡Michael! —se empezó a escuchar cerca.

Michael abrió sus ojos grandes y empezó a mirar a los lados.

¿Era...?

—¿Chris? —murmuró el menor.

Volteó a buscar a Arthur con la mirada, pero ya no estaba, al igual que su diario.

No estaba.

Volvió a temblar con la pistola puesta en su sien, ignorando los llamados cada vez más audibles de Chris.

¿Era Chris? No, no podía ser, debía ser Arthur tratando de distraerlo, conocía sus juegos y no podía estar más asustado.

—¡Cállate, voy a hacerlo! —comenzó a gritar al aire.

—Michael, ¿dónde estás? —habló el castaño entre los árboles—. ¡Michael!

Y apareció, siguió la luz de la fogata y vio a su Michael envuelto entre frazadas, frunciendo los ojos y apuntándose con un arma.

—¡Michael, no! —corrió hacia él y apenas le dio tiempo de abrir los ojos para cuando Chris se le abalanzó, haciendo que soltara la pistola.

Michael quedó estático, sentía por completo el tacto del mayor y estaba brindándoles calor corporal, cosas que Arthur no podía hacer...

¿Era Chris?

—¿Michael? —Chris sostuvo su rostro, haciendo que lo mirara, estaba pálido, con los ojos rojos y frío, muy frío—. Estás temblando, te estás congelando.

—Hace f-frío —logró pronunciar Michael, casi para sí mismo.

¿Qué estaba pasando?

—¿Quieres ir a la tienda? Vamos... —le dijo levantándose, tratando de hacer que el otro se levantara.

Apenas logró que se parara, sus rodillas temblaban y casi tenía que cargarlo, pero hizo que entrara a la tienda.

Recogió las frazadas y miró por última vez la pistola tirada en la tierra, Chris también temblaba.

Entró a la tienda y la cerró sólo para encontrar a Michael acurrucado en una esquina, tomó los mantos rápidamente y se cubrió; se encogió cuando Chris intentó acercarse.

—Aléjate, no te acerques —le pidió tiritando.

—Oye, soy yo... —trató de explicar volviendo a acercarse.

—No, no... —empezó Michael en murmullos cuando Chris estuvo frente a él, tratando de tocarlo, trató de empujarlo varias veces, pero el castaño sostuvo sus manos.

—¡Soy yo, no te voy a hacer daño! —le gritó en cuanto Michael comenzó a pelear contra su agarre.

—¡No! ¡No te creo, no eres real! —repetía el rubio.

—¿Qué? Michael, estoy aquí contigo, yo solo. Solos, tú y yo... —habló más calmado, volvió a colocar sus manos sobre el rostro de Michael, limpiándole las lágrimas.

Michael dejó de pelear.

—Puedo sentirte... —respiró agitado.

—Y yo te siento —Chris tomó sus manos y las apretó, entrelazando sus dedos—. Aquí estoy y nada malo va a pasarte.

Sentían el aliento frío del otro por la cercanía, que cortó Chris con un beso corto y casto.

Los labios de Michael estaban hinchados por el llanto y seguía mirándolo atónito, pero finalmente se lanzó a abrazar a Chris y los sollozos volvieron...

Chris se dejó caer sobre el suelo de la tienda, estaba frío y era incómodo, pero volvió a tomar el rostro de Michael para besarlo y no lo soltó.

Duraron varios minutos así, hacía frío pero sus cuerpos juntos hacían calor así que la ropa les empezó a estorbar y la quitaron, igual que el temor.

El tiempo corrió lento y todo fue suave y dulce, como la primera vez, con besos, caricias, sus manos entrelazadas y sus ojos en los del otro.

No sabían cómo era el sexo convencional, pero sabían que eso era amor y que era suficiente para dejar atrás el dolor.

Nada más existía, sólo ese momento perfecto entre ambos.

Y no sabe para cuando terminó, pero Chris despertó a la mañana siguiente sintiendo su cuerpo pesado. A su lado estaba Michael acaparando todas las sábanas, sólo la mitad del cuerpo desnudo de Chris estaba cubierta.

Hacía frío pero podía aguantarlo, siempre fue Michael quien no toleraba bien las bajas temperaturas.

Aún estaba algo oscuro afuera, debía estar amaneciendo apenas.

Michael seguía plácidamente dormido, no quería despertarlo, parecía un ángel cuando dormía, su cabello cae sobre su frente delicadamente, su boca entreabierta y su ligero sonrojo. Seguía pálido y tenía ojeras, pero era lo más hermoso que Chris vio nunca.

Sin embargo, no pudo evitar comenzar a besar su espalda, repartiendo besos a lo ancho de esta, subiendo hasta su cuello, luego hacia cada parte de su rostro, terminando en la comisura de sus labios, hizo que se removiera, pero no lo despertó, sólo consiguió que se acurrucara junto a él, en busca de más calor corporal.

Siguieron así unas horas más: durmiendo abrazados bajo un montón de mantas en medio del frío bosque.

Michael, en su pequeño momento de consciencia, se sentía confundido, no sabía qué hacer, tenía a Chris ahí, estaba durmiendo en sus brazos y tenía cientos de dudas, preguntas e incógnitas formuladas, pero no podía hablar, no quería despertar y volver a la realidad, quería que dormir sobre el pecho desnudo del castaño se volviera su realidad.

No podía sentir su mano acariciando su brazo, su espalda con delicadeza y no terminar necesitando siempre de ello.

Pensar en quedarse sin eso era como pensar en quedarse sin oxígeno.

Los dos despertaron sin moverse, se quedaron en la misma posición por una hora más, aproximadamente. Ninguno emitió palabras, sólo se miraban.

—¿Qué haces aquí? —terminó por preguntar Michael.



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En el texto hay: fantasmas, amor lgbt, angst

Editado: 20.09.2020

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