Robert Rickman: Agente inmobiliario. Leía el nombre de mi amigo en la identificación de su pecho mientras lo veía negar con la cabeza. Una de sus manos mesaba su barba entrecana mientras la otra descansaba en su regazo.
—Nadie va a comprarla—decía mientras recorría con su mirada el interior de aquella antigua casona—Nadie ¿quién compraría una casa en la que han muerto de forma brutal y misteriosa más de diez hombres en los últimos cincuenta años ?
"Solo un loco... o tal vez alguien muy valiente o incrédulo. Quizás un maldito loco valiente e incrédulo"
Sonreí ante mi pensamiento. Debía encontrar a ese hombre o mujer que tuviera una de estas cualidades, o todas juntas.
Escuché el tamborileo de los dedos de Robert sobre la desvencijada mesa de roble. Mis ojos se fueron a ese lugar mientras escaneaba sus gestos, la forma en la que respiraba y suspiraba; estaba a un paso de la histeria. No lo podía culpar. En esa casa no solo habitaban toda clase de insectos y arañas tan grandes como mi mano, también residían misterios, un sinfín de interrogantes, y dolor, sangre y sufrimiento, de los cuales ya no había manchas, ni gemidos, ni ruegos, pero que aun sin dejar una huella audible ni visible parecían no estar completamente borrados; silenciados, mucho menos.
—Sé que no sera fácil, pero encontraré a alguien— dije con una seguridad que no era tan firme como quería aparentar.
Mi amigo se fue claramente en desacuerdo y hasta diría ofendido por mi decisión de quedarme allí por una semana entera. Seguro creía que era una locura exponer mi integridad de esa manera solo por una venta. Pero él no entendía mis motivaciones; este era un gran reto, sí, pero también algo mas, un deseo...no, una necesidad.
Ahora bien, tenía siete días para corroborar el estado general del inmueble, calcular los gastos de restauración y darle una revisión profunda a los derechos de sucesión y demás detalles legales. También, y esto no lo diría en voz alta, encontrar respuestas a las preguntas que habían quedado colgadas como densas telarañas cubriendo la verdad durante décadas, ocultándola a la vista, negándole a los sufrientes cualquier tipo de consuelo.
¿Quién había asesinado a Rose Marie Richards?
¿Qué había sucedido con su único hijo?
¿Qué o quienes habían terminado con la vida de aquellos diez desafortunados hombres?
¿Qué?¿quién?¿porqué?...esos cuestionamientos me carcomían la mente.
Suspiré pesadamente y cerré los ojos.
Hoy, días después, aun puedo recrear con claridad ese momento en el tiempo. Instante en el que tuve dos elecciones: irme de aquel maldito lugar y olvidarme de aquella obsesión sin sentido, o quedarme y arriesgarme a....¿qué?, ¿a ser otro más en la lista de horror atribuida a esa casa?, ¿el número once?
«Dorian Prescott, dirían los titulares, un idiota que se quiso hacer el valiente»
Y decidí.
Antes de que Robert se fuera aquel día, mientras estaba sentado en aquella silla que crujía ante su peso, había dejado caer unas palabras. No dirigidas a mi, más bien, reflexiones personales.
"No debemos tentar a lo que está en las sombras. Ni invocar sobre nosotros fuerzas que desconocemos. Ni obligar a lo espiritual a cruzar el cerco, pues al final de la linea que somos nosotros...solo carne, ¿y qué son ellos?... ¿qué son ellos?
¿Desearía haberlo escuchado?
No, ¿cómo te hubiera conocido si ese fuese el caso?
Verte a los ojos... entregaría mil vidas si me ofrecieran solo una de tus ardientes miradas delineadas en negro y esfumadas en gris. Mil almas por ver solo una vez más tu boca, tus dientes nacarados mordisqueando tu labio inferior.
Tal vez no debí. Pero a Dios doy gracias de haber tenido el valor suficiente ( y una tozudez que se le iguala) para hacerlo y ya, sin temores ni excusas nacidas del miedo. Sin, y ahora es cuando más lo creo, sin voluntad, pues si, tú mi dulce titiritero del averno, me atrajiste a ti con hilos sutiles y suaves; irrompibles, al igual que el lazo enredoso con el cual me subyugaste el espíritu y de paso el corazón...oh mátame....pero no me liberes. Que hay quienes matan y hay quienes mueren, quienes someten y quienes se rinden al sometimiento, pero en nuestra historia, mi amor, yo soy tanto guardián como prisionero, y tú al mismo tiempo mi cárcel y mi libertad.
"Baila para mi Petit poupée...baila para mi muñequita del infierno"