Me gustaba tomar mucho, al menos consumía unas cuantas vidas en la mañana, vivía en un piso alto de algún alquiler ratonera y el canto del gallo era sustituido por el grito de un orgasmo fingido de la puta de 20 dólares de al lado, no dormía ella, siempre trabajando, su cuerpo era el centro cultural del barrio, todos los anillos del edificio temblaban al verla pasar (pero creo que más temblaba ella en verdad), creo que se llamaba Era y era muy temprano en ese otoño fingiendo ser verano, aún todas las personas normales se recreaban en sus pesadillas, menos la puta de al lado, ella vivía su pesadilla despierta, su voz rajaba las flores del estampado de mi pared, las marchitaba, las hacía manchar mi piso con su sangre ¿Cómo es posible que un grito de éxtasis cause tanta tristeza? El concierto duraba 10 o 15 minutos, dependiendo del pobre diablo que está vez alquilara su cuerpo, que le rompiera más la esperanza de enamorase alguna vez de verdad, cuando terminaba el show de sus sonidos agonizantes, se oía un portazo, un silencio, un olor a muerte, a sangre, a mierda, a soledad.
Luego salía ella, en bragas, y con unos ajustadores que usaba más para sostener sus lágrimas que sus pechos, me daba los buenos días y se ponía a llorar.
-Buenos días vecina, estás mucho más hermosa esta mañana, tranquila, algún día nos vengaremos de esta vida hija de puta- le decía mientras me ahogaba en un trago amargo de vino, ella encendía un cigarrillo de esos de putas, largos y extraños.
Y limpiándose las lágrimas me miraba con esos ojazos marrones, sonreía y me decía entre sollozos...
-¿De que hablas? Mi vida es perfecta, solo me gusta cantar un poco en la mañana, ya sabes, entrenar, seré algún día una cantante famosa de ópera- Luego siempre inspeccionaba la distancia del balcón al piso, pero nunca pudo, o quizás, nunca quiso, solo le daba otro sorbo a su cigarrillo y a sus lágrimas, me miraba por última vez antes de volver a su infierno, muy caliente, o, más bien frío.
- Cuídate vecino, hay mucha distancia de acá arriba al piso, ¿sabes? Aveces quisiera poder ser como aquel gorrión y solo volar hasta el precipicio- Se dió la vuelta y empezó a cantar, a sufrir, a llorar. Pensé, pobre chica, ojalá algún día se diera cuenta de que tiene unas alas muy hermosas.
Murió a la semana siguiente, parece que fumar y querer volar no eran sus únicos vicios, no era su único mal, yo solo me paré en mi balcón, ebrio pero con las alas extendidas, e intenté volar...