¡pideme Que Te Olvide!

CINCO

El receso había terminado cuando lo encontré recargado contra la entrada de mi salón, era Aldo y todas las chicas de mi clase se le quedaban mirando muy emocionadas. Sonreía, tenía su camisa algo desabotonada y su pecho era visible. Parecía querer coquetear. ¡Qué cosa tan más extraña! 

—¡Hola Miranda! —Me dijo él—. Quería disculparme contigo por lo del otro día en el campo de fútbol.  

Se refería a la pelea. Asentí.  

—¿Querías? —Me le quede mirando fijamente. Sonreí—. O sea que ya no quieres.  

Se puso nervioso.  

—Es decir, quiero disculparme.  

Extendió su mano hacía mí.  

—Está bien. Sin problema, todo bien.  

Acepte su mano. 

¿Qué esconde este chico? Su sonrisa era coqueta, los ojos que conocí en aquella fiesta no eran los mismos. Era como si algo en él hubiera cambiado.  

—Pues bueno, mi clase ya va a empezar —le dije al ver qué no decía nada.  

—Es verdad. Te veo más tarde —dijo y no dejaba de sonreír.  

Entré al salón, la señorita Carla estaba anotando en el pizarrón y los demás conversaban. Todos me miraban, siempre hacían lo mismo, no decían nada, solo pensaban. ¿Qué pensaban de mí? ¡Sabe! No tengo ni la más remota idea.  

Me senté en mi banca y en la cubierta había una pequeña nota.  

Decía:  

“¿No te gustaría escribirme? ¿No sientes curiosidad por conocer a tu anónimo? La dureza de la vida a veces puede hacerte sentir incompleto y yo, quiero que sepas que, si te hace falta una mano amiga, aquí estoy para ti.”  

La tinta era de color azul y el papel era blanco. Miré a todos lados intentando buscar a mi escritor, pero no tuve éxito. ¿Quién podría ser?  

—Miguel —le susurré a mi compañero—. ¿Sabes quién dejó esto aquí?  

Y le mostré la nota.  

—No. ¿Dónde la encontraste? 

Me le quede mirando un poco extrañada. El chico estaba dibujándose un tatuaje falso con un lapicero negro.  

—¡No se me distraigan allá atrás! Miranda, Miguel —dijo la maestra.  

Todos se giraron a mirarnos. No había donde esconderme. ¡No había indicios de mi anónimo! 

***   

A las doce treinta abandone la clase de ética para ir al taller. Llevaba mi bolso en el hombro, el pasillo estaba vacío y caminé hasta el aula. El Carolino era un colegio de paga en la ciudad de Puebla. Los hijos de los ricos venían aquí, pero a mí me daba igual si era una escuela cara o de gobierno. Al final, tantas matemáticas en charola de oro no me iban a enseñar a respetar lo que de verdad importa. ¿Y qué importa?  

Las personas. ¡Las personas deben importarnos! 

En el aula del taller, estaban todos esperando a que yo llegara. ¡Eso me sorprendió! Todos parecían emocionados por comenzar con el taller, Laura estaba hablando con mucha emoción y cargaba con su típica sonrisa de niña boba. Jared me miraba con curiosidad y el profesor Édgar llevaba unos tirantes puestos con su vestimenta.  

—¡Todos te estábamos esperando! —Dijo Laura tomando mi brazo.  

—Ya me di cuenta, parece que yo soy la tardista en esta ocasión.  

Mi sorpresa fue cuando vi las mesas, las habíamos colocado para poner las cartas y allí estaban. Repletas de cartas. ¡Un éxito sin duda! Los sobres desbordaban a causa de la gran cantidad de mensajes.  

—Nos encargamos de vaciar todos los buzones —dijo Jared.  

El profesor solo miraba a sus alumnos. De un segundo a otro, sus ojos se posaron en mí y eso me hizo pensar un poco. Sonreí para mostrarle que todo esto era parte del plan. 

—Pues parece que hay que comenzar ya con la entrega de correo —dije animada.  

Cinco chicas armábamos paquetes de quince cartas y los carteros salían disparados a la entrega. Decidimos que aún no usaríamos el buzón madre debido a la gran cantidad de correo que habíamos recibido. Los chicos se encargaban de ir a los salones y repartir las tarjetas.  

Le escribí a Emilio para que ya no me ayudará de cartero, él estaba en su entrenamiento. Tampoco fue necesario que los chicos del taller nos escribiéramos entre nosotros para promover la actividad.  

¡Esto era una locura muy genial!  

—¿Te imaginas como será si alguna de estas cartas tiene respuesta? —Preguntó Jessica.  

La chica sostenía una carta de sobre azul.  

—¡Tu idea es todo un éxito! —Exclamó Laura.  

—¿Se imaginan recibir una carta? 

Todas las chicas gritaron emocionadas. Estaban con su modo cursi activado. ¡Qué lástima que yo no tenía un modo cursi que activar!  

—¡Ojalá y yo tenga un anónimo! —Exclamó Jessica con mucha emoción.  

En lo que regresaban los muchachos, nosotras nos encargamos de hacer todos los paquetes posibles. Las demás chicas también fueron carteras y el profesor Édgar, bueno, tuvo una reunión en la dirección.  

—¿Cómo fue que se te ocurrió está idea? —me preguntó Diana.  

Parecía que todos estaban muy interesados en saber el porqué de esta idea. ¡Si supieran! Y tal vez si supieron con el tiempo.  

—¡Miranda! —Llamaron mi nombré.  

Joel entro al salón, había regresado de repartir correo. Su semblante parecía emocionado y su boca hacia muecas mientras estaba recuperando la respiración. ¡Había corrido!  

—¿Qué pasó? —Le pregunté preocupada al verlo en tal situación.  

—Acabo de recoger una carta en el buzón que estaba cerca del taller de computación —su respiración era agitada—, es para ti.  

El chico se acercó a nosotras, me miraba con atención y de pronto, alzó la mano. Había una rosa de color rojo con un talló fresco, parecía recién cortada. La flor tenía amarrada una carta, el sobre era idéntico al primero que recibí en mi casillero como primera nota anónima.  

—¡Miranda! —Todas excitadas por mí.  

—¿Seguro que es para mí? —Pregunté a Joel.  

—Sí, estoy seguro de ello, dice Miranda —y señaló mi nombre escrito en el sobre—. ¿Ves?  




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