¡pideme Que Te Olvide!

DOCE

—¡Nos mudaremos! —Le dije a Emilio antes de entrar a la escuela. 

Se detuvo en seco. No se lo había dicho, no quise interrumpir mientras el cantaba canciones de Imagine Dragons al volante. 

—¿Estás hablando en serio? —Su mirada me transmitía inquietud. 

Suspiré. 

—Ayer, papá me dio la noticia. Se supone que mañana viene la mudanza. 

Apretó los labios, arqueo las cejas y lanzó un suspiro largo. 

—¿Te irás lejos? —Note un hilo de preocupación en su tono de voz. 

Puse mi mano en su hombro. 

—No. Nos mudaremos cerca de aquí. 

—¿Y qué va a pasar con tu casa?  

—Papá la quiere rentar.  

—¿Realmente estás hablando en serio?  

—Sí, todo es enserio. Yo no lo podía creer ayer, pero parece que mi papá está obsesionado con iniciar una vida nueva con Elena. Lo más curioso es que mamá apenas murió y ¿de dónde salió ella? Quizá no todo es como yo pensaba con mi familia. ¡Me siento sin norte alguno! 

Nos encontrábamos enfrente de la puerta principal. Entramos al pasillo, había muchos chicos y chicas metidos en sus mundos, me sorprendió que Emilio pasará su brazo por mi cuello. 

—¿Qué piensas de tu familia? —estábamos caminando. 

—¡No lo sé realmente! Todo es un poco confuso, ayer hablé con mi anónimo cara a cara.  

La mirada de Emilio se quedó sin expresión alguna. 

—¿De verdad? 

Estaba muy atento por saber. 

—Sí. Lo conocí, bueno traía puesta una máscara así que no sé quién es realmente —pausé, me mordí los labios—, dice que papá oculta algo y también, me dijo que me está ayudando en secreto a descubrir la verdad. 

—¿La verdad de qué? 

—¡Exacto! Eso mismo me he estado preguntando, por eso todo es tan confuso. 

Escuchamos el timbre anunciar el inicio de las clases. Me despedí de Emilio y fui mi clase. Mientras caminaba hacía mi salón, me encontré a Édgar. Estaba saliendo de mi salón. 

—¡Buenos días Miranda! —Su voz me hizo mirarle a los ojos. 

—¡Hola! Buenos días —Saludé, pude notar nervios en su rostro. 

—¡Nos vemos en el taller más tarde! 

Y se fue. Llevaba su camisa de cuadros, sus tirantes y, está vez, se había puesto unos anteojos un poco redondos.  

Entré a mi salón.  

Busqué mi lugar y decidí prestar atención a la clase. De pronto, a mitad de la hora, el vidrio de la ventana cercana a mí, se estrelló por el impacto de una piedra que le cayó a un compañero en la cabeza y la sangre empezó a escurrir por su rostro.  

Mis compañeras estaban gritando asustadas, algunos vidrios me lastimaron y la maestra también parecía estar muy impactada. Marcos estaba perdiendo mucha sangre y nadie lo estaba notando. Me acerque a él sin dudar, me quite mi suéter y se lo puse en la frente, él me estaba mirando, su rostro estaba mal.  

—¿Te puedes levantar? —Le pregunté. 

Asintió. 

—¡Vamos a la enfermería!  

La maestra se percató de la herida y parecía que se desmayaba. ¡Era una maestra grande en edad! Un par de compañeros me ayudaron a llevarlo a la enfermería. Lo sentamos en la cama, la enfermera lo revisó, la sangre ya había dejado de fluir en gran cantidad y mi suéter estaba lleno de su dolor.  

—Ya les han hablado a tus padres, pero nadie respondió las llamadas, ¿quieres que te atienda aquí o, prefieres que te llevemos a un hospital? 

Cuando la enfermera le pregunto a Marcos, su rostro manchado en sangre parecía triste.  

—¿Estoy muy grave? —Preguntó él. 

Mis otros compañeros se habían marchado al salón. Yo preferí quedarme con Marcos. 

—Tienes una fisura en la cabeza, es un poco grande, pero puedo curarte aquí si quieres. 

—Está bien, me quedaré aquí. ¡Gracias Miranda por ayudarme! 

La enfermara estaba preparando sus utensilios para la curación. 

—¡De nada! —Sonreí, Marcos parecía triste—. ¿Necesitas algo?  

Mi pregunta le hizo pensar. Asintió con una sonrisa y me pidió que fuera por su mochila al salón de clases. Salí de la enfermería, en el pasillo no había nadie y todo estaba muy silencioso. Caminé hasta mi salón, estaba vació.  

Las bancas estaban desordenadas, todos habían tomado sus cosas y la ventana tenía un tremendo agujero. Muchos fragmentos de cristal estaban regados por todo el suelo, manchas de sangre y mucho desorden. La corriente de aire me golpeó el rostro, tomé mi mochila, me acerqué al lugar de Marcos por su mochila.  

Justo cerca de ahí, encontré la piedra que había provocado todo esto. Tenía una rosa encintada en listón rojo y una fotografía colgaba del listón. Tomé la foto con mis manos, guardé la piedra en mi mochila y la flor también. ¡Mamá estaba en esa fotografía y tenía puesto el mismo vestido que yo había usado la noche anterior!  

—¿Qué estás haciendo aquí? —Preguntó el conserje—. Deberías estar en el auditorio. 

Mi celular vibró. Me sentía a la deriva. 

—Solo vine por mis cosas. 

El hombre tenía cara de cansancio, llevaba el trapeador en su mano y jalaba su carrito de intendencia. Salí del salón.  

Desconocido: ¡Lamento haber causado una tragedia! No era mi intención lastimar a tu compañero.  

Mientras caminaba hacía la enfermería, no podía evitar mirar la fotografía y pensar en el mensaje ¿De dónde había salido esto? ¿El anónimo estaba aquí? ¿Qué clase de persona quiere ayudarme? ¡Por qué me pasan estas cosas a mí! 

No tarde mucho en llegar a la enfermería. Vi como el doctor le terminaba de lavar la herida con agua oxigenada y aparentemente le cosieron la herida con un pegamento quirúrgico. No hubo hilo, ni puntos en su carne, solo pegamento.  

Después de una hora me acerque a Marcos. Él estaba mirando el techo de la habitación. 

—¿Cómo te sientes? —Me detuve a un lado de su cama. 

—Me siento bien, ya no me duele tanto. 

Sonrió.  




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