—Fue un gusto estar como su maestro en este taller, agradezco mucho toda la dedicación y tiempo que invirtieron aquí —la voz del profesor Édgar sonaba un poco nostálgica. Se estaba despidiendo de todos.
Faltaba una semana para la graduación.
El timbre sonó, todos empezaron a salir del salón de clases. Alisté mi bolso y comencé a caminar a la salida.
—¡Miranda! ¿Tienes cinco minutos?
Su voz me hizo retroceder.
—¿Pasa algo?
Su mirada era bonita.
—Solo quiero agradecerte por todo tu trabajo y apoyo.
Se quitó los nervios y me dio un librito, casi tipo revista.
Dudé en tomarlo, pero al final lo hice. La pasta era blanda y el grosor era promedio. En la portada había una fotografía tomada por mí y el título de la obra era "Saudade". ¡Él me estaba dando un ejemplar de su proyecto!
—¡Muchas gracias! Yo...
—Se imprimieron mil ejemplares. ¡Ese es el primero!
Di una ojeada rápida y pude sentirme orgullosa de mi trabajo.
—¡Muchas gracias! Yo espero que esto sea un éxito para usted.
—No agradezcas. Al contrario, gracias a ti por aceptar ayudarme.
Él estaba sonriendo, de pronto me di cuenta de que éramos los únicos que quedábamos en el salón.
—Por cierto, descubrí que tú si eres esa fotógrafa de Instagram, arroba saturnsaudade. Me enviaste una foto idéntica a una que aparece en tu feed, las compare y son la misma fotografía. ¡No me sorprende tu talento! Eres increíble.
—Pues, que le puedo decir. ¡Se suponía que era un secreto! Si es mi blog, pero nadie sabía de eso, me gusta pasar desapercibida.
Sonrió.
—Entiendo y descuida, guardaré tu secreto.
En ese momento mi profesor conocía una parte de mí que nunca le había contado a nadie. Mi blog en Instagram era algo que me hacía sentir anónima y las fotografías que subía eran una forma de expresar sin palabras lo que sentía cuando estaba sola.
—Pues, le agradezco. En verdad, por tomarme en cuenta.
La sonrisa de Edgar tenía un toque de rubor.
—Para mí fue un gusto que pudieras ayudarme con esto. ¡Por cierto! Esta carta es para ti, la encontré en el buzón madre.
El sobre era de color blanco y tenía una estampa de un geranio rojo.
—¡Gracias!
—De nada, parece que eres muy popular, ¿has recibido muchas cartas?
—¡Mmmmm! Pues regular. Creo que he recibido las necesarias solamente.
Édgar hizo un gesto curioso con sus ojos.
—¿Has respondido algunas?
—No realmente. No es que no sean cartas bonitas o que sea una arrogante, nada de eso. Solo que ahora, no siento que sea lo más sensato para mí.
—¿Por qué no sería sensato? Creo que eres joven y puedes disfrutar de la vida y del amor.
Negué con la cabeza, le sonreí.
—Creo que eso es lo que muchos piensan, que debemos usar la juventud para hacer y deshacer, que hay que vivir y divertirse, pero, ¿no se supone que en la juventud es cuando uno se define como adulto? ¡Qué clase de adultos serán todos los de mi generación! Me parece que no puedo permitirme pensar en hacer y deshacer, no puedo permitirme pensar en un amor por ahora. ¡Tengo tantas cosas que arreglar en mi vida como para desarmarme por un chico!
Entonces sentí que estaba hablando de más con mi profesor del taller. Su mirada parecía tranquila, como si estuviera observando a una chica adulta. ¡Esto era un poquito inefable!
La neta es que me sentía tranquila, como si fuese normal hablar de amor con un profesor de preparatoria.
—Creo que eres una chica diferente y eso algo que no todos tienen. Empiezo a entender entonces el porqué de tus fotografías.
***
—¿Cómo te fue en la universidad?
Emilio visito el campus de BUAP, la universidad a la que asistirá. Resulta que logro conseguir una beca por ser muy bueno en el equipo.
—Todo estuvo bien. Supongo que es otro mundo, un poco más atrevido que el nuestro.
Era cierto. La universidad no tenía nada que ver con la preparatoria.
—¿Y cómo te sientes de que ya casi te gradúas?
—Me siento bien. Aún no me cae el veinte, pero creo que será una etapa muy interesante en mi vida. ¡Qué lástima que no estarás ahí!
Sus ojos me trasmitieron nostalgia.
—¡Descuida! Nos seguiremos viendo, somos amigos y seguiremos siéndolo.
Sonrió.
—Eso es cierto. ¡Lo bueno que no tengo que mudarme al campus! O bueno…aun no me decido, igual y estaría padre irme a vivir a la universidad. Mi madre dice que no me mude, pero papá dice que sí.
La ventaja de Emilio es que podía conducir desde su casa hasta la universidad, seguiría conservando su habitación, sus cosas, su mundo, sin necesidad de estar cambiando su vida por la escuela. O bueno, yo pensaba eso, quizá y él quiera abandonar su mundo en casa de sus padres para así poder embarcarse con sus propios ideales.
—Es una muy buena ventaja. ¡Qué bueno que no eres de otro estado! —El viento era fresco y era una ventaja tener una terraza en la azotea de la casa nueva—. ¿Qué fue lo que más te gustó del campus?
Emilio se quedó pensando. Su boca formó un gesto curioso y el brillo no tardo en aparecer en sus ojos.
—¡El estadio de fútbol! No sé, me gustó pararme en medio de la cancha y ver esas gradas, me imaginé jugando a toda máquina. ¡Fue algo chido!
Su sonrisa era bonita.
—Pues entonces iremos varias veces a verte jugar. ¡Qué bueno que lo disfrutaste! Esperó que puedas cumplir ese sueño.
—Gracias por tu buen deseo, yo también espero poder lograrlo.
Estar con Emilio era una costumbre. Era cierto que la vida estaba cambiando para ambos. Él iría a la universidad y yo seguiría descubriendo la verdad sobre mí. Emilio era un gran muchacho, muy importante para mí y por eso había momentos en los que imaginaba que él no estaba junto a mí. ¡Emilio merecía ser feliz sin mis problemas!
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Editado: 14.02.2024