Siempre hemos pensado, de alguna forma, que podemos lograr cualquier cosa si nos esforzamos, si le ponemos empeño y nos dedicamos en cuerpo y alma. Que sin importar las dificultades todo se soluciona, que podemos tomar las riendas de nuestra vida, y que lo único que no tiene remedio es la muerte.
Tal vez esto sea cierto para algunos, pero para otros es más bien un inútil esfuerzo por tratar de cambiar nuestro destino.
“Nadie es dueño de su propio destino” como dicen por ahí.
Yo era uno de los que tenía esos ideales, me criaron así, con la idea de no darme por vencido con nada ni nadie. Pero a veces simplemente hay cosas que no puedes evitar que pasen... que son inevitables...
El destino, con una cruel lección, me enseñó que a veces simplemente no puedes luchar contra él.
—¿Piedra… papel… o tijera? —susurramos ambos al mismo tiempo.
—Uno —empecé yo, mis manos sudaban.
—Dos —sus ojos me miraron, su característico brillo seguía ahí.
—Tres... —cerré los ojos por unos instantes y los abrí sólo para observar su linda sonrisa desvanecerse lentamente.
Hola!
Espero disfruten de esta historia!
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