Diez años antes...
Mi familia era peligrosa, y no tanto por el hecho de que estuviera repleta de secretos o que sus tratos no fueran del todo legales, sino por el hecho de que su don para manipular a las personas era impresionante, haciéndolos así buenos en los negocios.
Mi padre, un hombre valiente, dispuesto a aplastarte y patearte con tal de que no estorbes en su camino. El cual ama a mi madre con locura e hizo todo lo posible por encadenarla a su lado, quien tiene grandes expectativas en mí, su único hijo, y que construyó el imperio de nuestra familia a base de una gran inteligencia y astucia.
Mi madre, la mujer más inteligente que he conocido hasta ahora, bueno, tal vez no lo suficiente como para realizar ciertas cosas normalmente sencillas para la mayoría. Mi padre la encadenó dejándola sin opciones, sin embargo, pronto lo aceptó y amó de igual manera. Soy su adoración, como me repite constantemente, no le gusta involucrarse en el negocio de la familia de su esposo, pero si hay algún problema es la primera en tratar de encontrar una solución.
Y luego estoy yo, el hijo de este peculiar matrimonio, nieto de uno de los grandes pianistas de la época por parte materna y próximo sucesor de nuestro imperio. No tengo muchas habilidades, heredé el don de mi abuelo para la música, mi madre dice que canto como los ángeles y no me va tan mal con las matemáticas, pero más allá de eso, soy bastante simple, a decir verdad. No poseo la malicia ni la astucia de mi padre, pero de igual forma la tendré algún día, quiera o no.
Hoy era la primera vez que acompañaría a mi padre en una de sus reuniones, estaba nervioso, no tenía idea de que se supone íbamos a hacer, pero Marco me había pedido vestirme más o menos formal, y en estos momentos me encontraba luchando con la corbata.
—¿Estas listo Jonatán? —mi madre casi estalló en carcajadas al verme, mi rostro estaba rojo, sofocado por tratar con el pedazo de tela en mis manos, la miré molesto y con mis manos le indiqué que me ayudara con mi problema en vez de burlarse.
Ella asintió y se acercó a mí, dibujo una sonrisa burlona en su rostro y ató la corbata, al mirarme al espejo pude ver el “nudo” que había hecho.
—¿Qué se supone que hiciste?
—No me preguntaste si sabía hacerlo, y la respuesta es no, odio atar corbatas. Por eso tu padre tuvo que aprender de tu tía y ahora lo hace él solito —dijo abrazándome por detrás con una sonrisa.
—Ya entiendo porque mi padre siempre me arreglaba para las reuniones de pequeño
Hannah se encogió de hombros y me dio una suave nalgada.
—No me gusta que te involucren en sus cosas, pero es algo que no vale la pena discutir, suerte y pórtate bien —besó mi mejilla y salió de la habitación.
Un suspiro escapó de mis labios, revisé mi aspecto en el espejo de cuerpo completo una vez más, mis ojos tenían pequeñas bolsas debajo, producto de no haber dormido lo suficiente.
—Jonatán ya nos vamos —miré a mi padre, su mirada bajó inmediatamente a mi corbata, camino hasta a mí, la desató y la ató de nuevo, esta vez de forma correcta —. Listo, el auto nos espera.
Asentí a sus palabras y ambos salimos de mi habitación.
Subimos al auto, saludé a nuestro chófer Oscar y éste después de regresarme el saludo, arrancó rumbo al punto de encuentro.
En el camino mi padre me preguntó acerca de mis notas en el instituto, sobre las clases privadas que estaba obligado a tomar y sobre mi salud.
¿Por qué?
Hace poco había tenido Hepatitis y aunque había sido la más leve, mis padres me habían ordenado no levantarme de la cama, a menos que quisiera ir al baño. Ya estaba bien por supuesto, pero igual seguían preguntando.
También me habló acerca de hacer más ejercicio ya que mi complexión física, según él, debía mejorar. Al escuchar esto observé mis brazos, no estaban mal, considero que tengo buen cuerpo y una estatura aceptable, aun así, asentí a su petición, haría más ejercicio.
Llegamos al lugar y me sorprendió ver lo “normal” que lucía. Era una casa de dos pisos bastante moderna, tenía un bonito jardín delantero y el vecindario lucía tranquilo.
Mi camisa manga larga con corbata, mis jeans oscuros y los mocasines que calzaba no concordaban con el lugar, pero ya era tarde para cambiarse.
Bajamos del auto. Había otro estacionado más atrás y reconocí a los guardaespaldas de mi padre bajando de éste y posicionándose a nuestro lado. Tocamos la puerta y enseguida un hombre nos dió la bienvenida apartándose para que pudiéramos entrar, ingresamos a la casa.
—Marco, querido amigo —el hombre de aspecto gracioso nos saludó con una sonrisa, sus cortas piernas se acercaron a mi padre y lo estrechó entre sus brazos, debido a su altura la cabeza del hombre había quedado al nivel del pecho de Marco.
—Carlos, que gusto verte —los hombres se separaron y entonces el mencionado posó su mirada en mí.
—¿Tu hijo?
—Así es, Jonatán el es mi viejo amigo Carlos y futuro socio
El hombre estrechó mi mano y me sonrió alegre.
—Carlos, amor, ¿Por qué no me dijiste que ya habían llegado nuestros invitados? —todos nos giramos hacia la voz, una mujer hermosa bajaba con elegancia las escaleras, una vez frente a nosotros, estrecho nuestras manos con una radiante sonrisa.
—Ella es mi esposa Camille
—Soy Marco y éste es mi hijo Jonatán, es un placer conocerla
—Igualmente, traeré café, no tardo —dicho esto se retiró.
Los tres nos sentamos, observé a los guardaespaldas quienes permanecían de pie inexpresivos y sentí cierta pena por su trabajo, debía gustarles.
Ambos hombres entablaron una conversación, al principio estuve pendiente de sus palabras, pero luego me distraje con la decoración, tenían buen gusto, mientras observaba creí ver algo asomado en el inicio de las escaleras, sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo al pensar que podría tratarse de un fantasma, pero deseché rápidamente la idea por lo ridículo que sonaba, probablemente vivían mas personas en esta casa.