Esta vez, procuró pasar la noche solo para no terminar muy cansado. Se coloco un traje oscuro hacia resaltar sus ojos grises. Peino su cabello de la manera correcta y salió de su hogar, metiéndose en su auto para manejar con tranquilidad por las calles. Sonrió para sí mismo, hoy no habría regaños maternales.
—Enciendan las velas, ¡estamos en presencia de un milagro!— grito Gabriela al verle bajar del auto, frente a la escuela. Carlos, que estaba junto a ella, se carcajeó—. ¡Adrián ha llegado temprano! ¡Ha llegado temprano! — sacudió las manos, haciendo señas exageradas. Adrián rodo los ojos.
—No siempre llego tarde— indico, serio. Su hermana lo miro con indignación.
— ¡Claro que sí! Llegaste tarde a tu graduación, a nuestro cumpleaños, al concierto de papá…
—Llego tarde a su propio nacimiento— comento su madre, llegando a su lado—. ¡veinte horas de trabajo de parto! Decidió salir un día después de lo planeado, ni con las gemelas pase tanto dolor— Adrián gruño y ella le beso la mejilla. —.Me alegra que hayas llegado temprano ¿vamos dentro? Los periodistas no van a tardar en llegar— todos asintieron. Gabriela siguió a su madre cuando entro al edificio, no sin antes sacarle la lengua. Carlos se acercó a él, sonriéndole.
—Es bueno verte, hermanito ¿mucho trabajo?
—Ni te imaginas— ambos rieron antes de entrar al lugar. La escuela era colorida de una forma muy abrumadora. Respiro profundo, conteniendo sus impulsos. Los ambientes recargados lo agobiaban. Por eso su casa estaba pintada en blanco por completo y los muebles eran de diferentes tonos de azul. Los demás colores los guardaba para los lienzos.
Los primeros alumnos no tardaron en llegar. Varios chicos en silla de ruedas, con discapacidades motrices, ciegos, sordos y mudos entraban al lugar junto con sus padres. Siendo guiados por los terapeutas hacia cada área. Varias personas se acercaron a saludarle y a felicitarle por su trabajo, incluso, un niño mudo se acercó a él. Enseñándole como tenía como fondo de pantalla de su celular una de sus obras.
Carmen no cabía en su dicha. Todos los niños que entraban en la escuela eran la luz de sus ojos. Con una familia llena de amor al arte, quería que todos pudieran vivirla y amarla como se debe, incluidos los que por algún motivo la vida les había quitado alguna habilidad.
—Bienvenidos todos a la Escuela Saavedra, para niños discapacitados— los periodistas llenaban el lugar, sus cámaras apuntando a todas partes—. Nuestro objetivo es que todos los niños puedan disfrutar de la hermosura del arte en todas sus expresiones, sin discriminación alguna. — todos aplaudieron. Y el orgullo no podía ser más obvio en sus hijos, los cuatro sonreían a su madre con emoción. —Si me permiten, les guiare por las aulas para que con sus propios ojos, sean testigos de que con esfuerzo, todo sueño es posible.
Más aplausos siguieron antes de empezar el recorrido. Primero, pasaron por las aulas de la planta baja. La clase de artes plásticas, donde un profesor les enseñaba a los niños las diferentes técnicas de pintura. Nicolás Oviedo fue su compañero de universidad y aunque no hablaban mucho, lo recomendó para el trabajo, debido a lo bueno que era. La paciencia con la que trataba a los niños le hizo ver que, en efectivo, no se había equivocado en su decisión.
El aula de teatro era la más grande de toda la escuela. Ahí, una maestra de rasgos asiáticos hablaba en lenguaje de señas. Los niños reían imitando sus movimientos y sus expresiones. Miro a su hermana Alejandra, que los observaba apasionada. Sabía que quería estudiar teatro, y tenía la sensación de que estaría seguido por aquí, buscando formas de ayudar a la maestra.
La clase de literatura parecía la más tranquila. Los niños escuchaban con atención los cuentos de un hombre regordete que hacia muchísimos gestos para explicar su historia. Frunció el ceño a su padre, sabía que quería ser profesor de la escuela, pero no se imaginaba que iba a serlo en esa clase. De manera natural, creía que iría por música.
Música. Pensó en esa palabra cuando el sonido del piano los envolvió a todos apenas subiendo las escaleras, seguido de la voz más hermosa que había escuchado en toda su vida. Aunque se tratara de una canción infantil, sentía como si estuviera escuchando a los mismos ángeles del cielo.
Lucho contra el grupo de personas, pero no logro ver a la dueña de tan melodioso cantar por más que lo intento. La puerta del aula era estrecha y todos, se arremolinaron en ella, igual de atraídos. Su hermano enarcó una ceja hacia él, curioso por su repentina ansiedad. Trato de mantenerse relajado, después de todo, solo era una profesora de música.
Nada más una profesora de música.
— ¿Escucharon bien? — Preguntó la maestra dentro del aula, tenía una voz muy suave y cálida. Su corazón latió con fuerza. Un sonoro « ¡Si maestra! » salió de todos los pequeños.
— ¡Muy bien! Ahora quiero que canten conmigo. No importa si no se saben la canción, intenten seguirme ¿vale?
En ese momento, todos se alejaron de la sala en grupo arrastrándolo a él en el proceso. No se dio la vuelta a intentar mirar, continuó con los demás. El arte tiene muchos propósitos, entre ellos cautivar. Puede que su reacción desmedida se debió a al efecto de un talentoso artista. Algo respetable, considerando su naturaleza exigente. Pero nada del otro mundo.
O al menos eso quería pensar
Los periodistas no tardaron en hacer preguntas cuando llegaron de nuevo al vestíbulo. Sobretodo preguntas hacia él, como artista reconocido. Respondió a todas con cierto desdén, estaban ahí por su madre, no por su persona. Hablo de como apoyaría con fervor a que todos los niños de la escuela cumplieran sus sueños tal y como él lo hizo.
Aplaudieron ante sus respuestas, regresando la atención a su madre. La sesión se preguntas fue bastante larga. Notó como sus hermanas empezaron a jalarse el cabello y a pellizcarse una a la otra, cosa que hacían solo cuando estaban aburridas. Tenía verdaderas ganas de unírseles, estaba empezando a obstinarse.