El cabello rubio de la modelo caía en cascada por su espalda desnuda. Se encontraba sentada en una caja de madera, con varias flores rodeándole y mirando de reojo, con un toque de seducción, al hombre tras el lienzo que no le prestaba atención alguna. Sus manos manchadas de pintura pasaban una y otra vez por la tela, sin ser consciente de nada a su alrededor. Estos eran los momentos que más amaba, esos en los que solo existían él y su obra.
—Terminamos— dijo dando una última pincelada. Metió los pinceles en un bol con agua y dio la vuelta al lienzo, para que la modelo la observara. Ella sonrió al mirarlo, sin embargo, su cara de felicidad no tardo en deformarse a una de absoluta confusión.
—Muy bueno pero, si querías que cerrara los ojos, ¿Por qué no me lo pediste?
Adrián frunció el ceño mirando el cuadro, igual de confundido. Ella tenía razón, pese a que su figura estaba detallada a la perfección y su cabello rubio pintado con esmero, tenía los ojos cerrados, adornados con unas largas pestañas. Si era más específico, los ojos cerrados y las largas pestañas que llevaban atormentándolo una semana entera.
—Eh… no quería que te sintieras incómoda, tantas horas en esa posición con los ojos cerrados iba a ser horrible—mintió de manera descarada. La chica no se quejó y solo asintió a sus palabras —.Terminamos, puedes vestirte.
Ignoró la evidente sorpresa de la mujer, saliendo del taller. De seguro a ella le extrañaba no encontrarse de cara con una proposición sexual como era costumbre en Adrián Saavedra. De hecho, el mismo se encontraba extrañado de su comportamiento, desde el día de la inauguración, no paraba de ver a esa muchacha en su cabeza y de plasmarla forma inconsciente.
Entro al salón donde guardaba las obras terminadas. Habían cuatro cuadros que serían expuestos dentro de unos meses, chicas en diferentes poses, todas, con los ojos cerrados. Maldijo en su interior porque ninguno de ellos fue apropósito. Su cabeza se perdía entre la pintura, dando aquel resultado una y otra vez.
Por primera vez en su vida, su talento lo traicionaba. Desde que se fundó la escuela de su madre, había buscado muchísimos métodos para sacar a la maestra de música de su cabeza sin éxito alguno. Varias veces al día, se sorprendía a si mismo pensándola.
Estaba empezando a considerar la idea de Ximena de pintarla, pese a que seguía pareciéndole inadecuado. Pero, ¿qué más podía hacer? Si continuaba de esa manera, iba a terminar convirtiendo su exposición en algo distinto a lo que quería en realidad. Salió de nuevo al taller, encontrándose con que la mujer ya no estaba, pero si su número de teléfono escrito con cuidado en un papel. Frunció el ceño, tirándolo a la basura luego limpio todo el taller, guardando el cuadro en la sala anterior. Lavo sus manos y salió hacia la recepción, saludando al hombre de piel oscura que abría la puerta del estudio con una sonrisa.
— ¡Adrián, hermano, es bueno verte! ¿Cómo van los trabajos para la exposición? — estrechó su mano con fuerza, él sonrió. Juan Vázquez era su manager, un hombre de treinta años con una gran visión sobre el arte. Le estaba muy agradecido, ya que sin su ayuda seguiría vendiendo sus cuadros en la carretera.
—Tengo varios terminados, si quieres puedes pasar a verlos— el hombre asintió y Adrián lo guio hasta la sala donde estaban todos sus cuadros terminados. Juan sonrió al verlos, sin embargo, no tardo en poner la misma cara de confusión que había puesto la modelo
—Todos están muy bien, pero… ¿Por qué todas tienen los ojos cerrados, acaso trabajas un nuevo concepto o algo así?
—Uh… si, ya sabes, el amor es ciego y esas cosas—sacudió la mano, tratando de restarle importancia. Juan lo miro ceñudo.
— ¿Tú, hablando de amor? — Adrián apretó la mandíbula, nervioso.
— ¿Qué tiene de malo? A la gente le gusta el romanticismo— respondió un poco a la defensiva, su manager alzo las manos en señal de paz.
—Tranquilo hermano, solo me parecía un poco raro en ti — el hombre sonrió volviendo a mirar los cuadros —. Pero si me preocupa ¿todas las obras serán así?
Negó.
—Solo una parte, quizás solo dos cuadros más…—. aseguró con una sonrisa un poco inestable. Juan pareció tranquilizarse
—Me parece perfecto… espero muchas cosas de ti, Adrián, no me decepciones.
Se despidió del hombre, saliendo del estudio y cerrándolo. Bufó frustrado, pasando las manos por su rostro y cabello repetidas veces. Aunque la exposición no era muy grande, su reputación estaba en juego, como siempre.
Cada paso que daba era visto por todos, su cara saliendo en las portadas de las revistas si descuidaba cualquier cosa de su vida. Por eso procuraba no beber fuera de casa y no salir acompañado más que con su familia. Gruño al estacionarse en frente de la escuela. Eran las cinco de la tarde y los alumnos ya estaban saliendo, entro, saludando a todos los que se le quedaban mirando. Su madre, que despedía a los niños en el vestíbulo, se sorprendió al verlo entrar.
— ¡Oh hijo! No esperaba verte por aquí ¿ha pasado algo? — Adrián negó, besando la mejilla de su madre.
—Nada, mamá, solo quería hablar contigo de algo.
Ella asintió comprensiva.
—Ya veo, pero estoy algo ocupada, hijo ¿es muy importante?
No sabía cómo calificar el hecho de que quería pedirle permiso para acercarse a la maestra de música. Así que negó.
—En realidad no… ¿necesitas ayuda en algo? — inquirió con cautela. Ella asintió repetidas veces.
—Me harías un gran favor si me ayudas llevando a Isabela a su casa… su madre no puede recogerla y yo iba a llevarla, pero estoy llena de papeleo.
Asintió… así que se llamaba Isabela. Tuvo la sensación de que la había mencionado antes, pero era incapaz de recordarlo