Píntame la mirada

Capítulo 8

Se sentía un estúpido, un reverendo imbécil ahí de pie, pero ya lo había hecho. Ahí estaba, admirando su belleza nuevamente, con un ardor en lo más hondo de su pecho.  No sabía que le pasaba, pero cuando vio a Nicolás entregarle aquel tonto chocolate y salir del aula con su cara roja, quiso golpearlo.  Al verla sonreír ante su detalle, quiso gritar. No le gustaba para nada que sonriera ante los detalles de hombres. De hecho, no le gustaba para nada que hombres le dieran detalles.

¿Dónde estaba aquel mocoso cuando lo necesitaba?

— Quería hablar contigo— vio su labio inferior temblar.  Isabela se encontraba hecha un manojo de nervios y él también, la ventaja, era que ella no podía verlo.

—Creí que te había llamado ayer… lo siento pero yo…

—No me importa lo que paso ayer Isabela— la interrumpió de manera tosca  ella cerró la boca de inmediato. —. ¿Por qué me pediste que me alejara de ti? —  inquirió acercándose., sintiendo algo crecer dentro de él que se combinaba con la profunda molestia por lo ocurrido hace unos momentos.

Tristeza.

Pensó en ello toda la maldita mañana. Después de soñar con ella toda la noche y sus ideas de alejarse,  tuvo ganas de llorar. Por algún motivo, sabía que la idea de parar de ver a esa chica iba a atormentarlo por muchísimo tiempo.  Quería continuar con su vida, y la única forma de hacerlo era arreglando las cosas,  acomodando sus sentimientos encontrados y hacer caso a lo que su corazón le pidiera.

—Yo… yo no quería molestarte más— su voz se escuchó frágil, como una melodía emitida por un aparato defectuoso.

—No me molestas, si lo hicieras, no estuviera aquí— contestó serio, tomando su mano temblorosa.  —. Quiero conocerte, Isabela, llegar a ser tu amigo ¿me dejas?

Era lo único que podía hacer para empezar. Aún se encontraba reticente a aquellas palabras de Carlos. No podía enamorarse tan deprisa, lo que si podía, era hacer amigos nuevos. Abrir un poco aquel circulo tan cerrado en el que se había recluido. Vio como ella respiraba profundo, para luego apretar su mano con suavidad

—Solo te dejare ser mi amigo si actualizas tu gusto musical.

— ¡Oye, que esa canción de Lady Gaga es muy buena! — se quejó, fingiendo indignación. Una sonrisa gigante se plantó en su cara al escucharla reír.  De repente, todo el enojo que había sentido hace apenas unos minutos se esfumó.

No sabe cuánto tiempo paso, pero solo dejo de mirarla cuando escucho un carraspeo tras de ellos. Soltó su mano y volteo a ver a la terapeuta, que le sonrió, saludándolo educadamente.  Vio a los niños detrás de ella y se dio cuenta que debía despedirse.

No supo que lo impulso a hacer lo siguiente, pero de todas formas lo hizo. Se acercó a ella, depositando un beso en la suave y cálida mejilla para susurrar un «Hablamos luego» cargado de emociones. Luego, salió de la escuela casi corriendo, teniendo cuidado de que su madre no lo viera ahí.

¡¿Por qué demonios había hecho eso?!

Jadeó repetidas veces al salir a la calle. Para luego empezar a caminar, alejándose de la escuela. Ese día había preferido dejar su auto en casa, quería hacer algo distinto. De un momento a otro la rutina lo estaba agobiando a sobremanera.

Sintió su celular vibrar en el bolsillo de su pantalón, al ver el número de Ximena, colgó. Llevaba varios días llamándolo y él le ignoraba. Le sentaba mal no atender sus necesidades, pero ahora su cabeza no estaba para sexo sin compromiso.

Varias personas lo saludaron al verlo pasar, incluso pidieron fotos.  En esas épocas la gente no era muy adepta al arte, pero a él, lo trataban como si fuera una estrella de cine.  Sospechaba que era por su físico, algo molesto, si era sincero.

Sentirse bien consigo mismo era algo positivo, una buena apariencia atraía a las personas, pero no era lo más importante. Quería que alguien lo viera a él, como ser humano, aquellos sentimientos y pensamientos profundos que lo hacían plasmar cosas increíbles.  El físico era banal, algo que se deterioraba con el tiempo.

Quizás eso era lo que le atraía de Isabela. Se sentía cómodo a su lado, seguro de que no recibiría ningún tipo de insinuación sexual. Ella parecía una persona tan dulce y… atormentada. Incapaz de dañar una mosca pero muy dañada a la vez.

La palabra «molestia» parecía habitual en su vocabulario.  Algo que le parecía inaudito ¿Cómo va a ser esa belleza una molestia?

Su teléfono volvió a vibrar, esta vez, por una llamada de su madre. Respondió de inmediato para evitar la segunda guerra mundial.

— ¿Ocurrió algo, hijo?, me acaban de decir que estuviste por la escuela —tragó en seco, lo había descubierto

—No ha pasado nada, mamá— contestó, tratando de sonar relajado. Un silencio sepulcral se mantuvo en la línea por al menos, dos minutos. Carmen no le creía. Era oficial, estaba jodido.

—Si no ha pasado nada ¿Por qué viniste?— suspiró con cansancio, sintiendo su estómago cerrarse, sabía que lo mejor para él era optar por la sinceridad.

—He ido a hablar con Isabela.

Otro silencio se atrinchero en la línea telefónica. Se detuvo en un parque, sentándose en una de las bancas esperando alguna señal de su madre.

— ¿Mami? — pregunto, usando el mismo tono de voz que solía poner de niño cuando recibía algún castigo de su mamá. Se escuchó un suspiro al otro lado.

— Cuídate ¿sí?, te quiero.

No tuvo tiempo de responder, debido a que su madre colgó antes de que lo hiciera. Miro el celular en sus manos, ceñudo.  ¿Qué había pasado? Nunca, jamás en su vida Carmen Saavedra había actuado de esa manera.

Se levantó, continuando el camino hacia su casa. Cuando hablaba con mujeres ella solía felicitarlo y dejaba ver su deseo de que por fin conociera a alguien, sin embargo, esta vez parecía todo lo contrario.  De repente, recordó al hermano menor de Isabela ¿Qué pasado tan escabroso tendría para que no quieran que nadie se le acerque?




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