Píntame la mirada

Capítulo 10

—Aquí estoy— anunció al fin, cuando estuvo de cara a la muchacha.  Ella suspiro de alivio, sonriendo de aquella adorable forma.

—No sabes cuánto me alegra escucharte, tuve que discutir con mi madre para que no viniera a recogerme.

— ¿No confía en mí? — preguntó, ciertamente espantado. Ella negó

 —En realidad, no. su deseo loco era llevarme ella a la cafetería, dice que ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que tuve una cita y quería verlo, tuve que aclararle como por dos horas que no era una cita.

Un alivio recorrió su espina dorsal al ver que ella tampoco creía que fuera una cita, sin embargo, un cierto sabor amargo se plantó en su garganta al darse cuenta que ella no estaba interesada en otra cosa que no fuera ser su amigo.

Tomó su mano para empezar a caminar hacia el auto,  apretando su agarre con fuerza.  Se estaba empezando a acostumbrar a ese tacto. La ayudo a entrar al auto igual que la primera vez, aspirando aquel leve pero dulce aroma. Ya no le importaba la sonrisa que se formaba en su rostro cada vez que estaba cerca de ella y en consecuencia de ello no trataba de contenerla. Encendió el reproductor, colocando «River Flows in You» una canción del pianista coreano Yiruma. Isabela alabo su elección.

—Muy bonita pieza… fue una de las primeras que aprendí.

— ¿Desde cuándo tocas el piano?  Y…. ¿Cuántos años tienes? —la pregunta pareció causarle gracia, ya que la joven rio con dulzura

— Lo toco desde los ocho años, tengo veintidós—  tragó en seco,  vaya que era joven.  —. ¿Cuántos años tienes tú?— inquirió ella de vuelta, enarcando una ceja.

—Veintisiete.

— ¿Desde cuándo pintas? — se quedó un momento mirando la carretera, pensando.

—Desde los cinco años, más o menos— una expresión de asombro nació en el rostro ajeno

— ¡Eso es mucho tiempo! ¡Con razón has logrado tanto! —Asintió, consciente de que ella no podía verle

—Demasiado, pero pude hacerlo gracias a mis padres,  que siempre me apoyaron en todo.

— Ojala mis padres me hubiesen apoyado de esa forma… — musitó la muchacha con expresión triste.

 —Pero si tu madre parece apoyarte mucho — ella negó, con una leve sonrisa.

—Me apoya porque no tiene más opción.

— ¿No tiene más opción?— pregunto confundido, estacionando el auto frente a su cafetería favorita. Ella lo ignoro, alertándose al sentir que el automóvil fue apagado

— ¿Ya llegamos? Me muero por comer algo— frunció el ceño ante su comportamiento, pero se contuvo de decir algo, quería que esta salida fuera agradable y tenía la sensación de que hablar de ese tema la iba a volver incómoda. La ayudo a salir del auto, tomando su mano de nuevo

Lo que le gustaba de esta cafetería, era la zona donde se encontraba. Ubicada en un conjunto de edificios cerrados, estaba libre de cualquier periodista de prensa rosa. Solo famosos, diplomáticos con sus respectivos amigos solían concurrirla. Eso sí, un café costaba casi el triple que una cafetería cualquiera,  y estaba más que dispuesto a pagarlo por algo de paz.

Ayudo a Isabela a sentarse, en una de las mesas interiores — ¿Te leo el menú? — inquirió observando su expresión insegura. No sabía porque, pero le gustaba detallarla y guardar cada imagen en su cabeza. Su sonrisa, como frunce el ceño, su molestia, incluso el tormento que suele surcar su rostro por momentos.

Cada expresión de su rostro emanaba una belleza singular,  cosa que, aliado a su personalidad extraña,  la hacía tener un encanto del que jamás había sido testigo. Le leyó todo el menú con calma, observándola cada vez que acababa de leer una palabra.

—Un macchiato y un muffin de chocolate estarían bien…

—Iré a pedir— hizo ademán de levantarse, pero ella lo detuvo

— ¡Espera! Déjame darte dinero, yo fui la que te invito— exclamó con fervor, tanteando los bolsillos de su pantalón. Sonrió enternecido, era adorable.

—Yo fui el que insistió para ser tu amigo, yo invito.

— ¿Me vas a quitar la potestad como ciudadana trabajadora de este glorioso país de invitarte un café? — Alegó, cruzándose de brazos.

— ¿Y tú me la vas a quitar a mí? — interrogo, divertido. Isabela asintió con efusividad,  haciendo un puchero que le dieron ganas tomar su rostro y comérsela a besos.

Detengan el mundo. ¿Comérsela a besos? ¡Uno no hace eso con las amigas! Sacudió su cabeza para disipar aquel pensamiento.

—Lamento decirle que yo no dejo que violen mis derechos, así que iré yo a pagar. — sentencio, levantándose de la silla.

— ¡La próxima vez pago yo! Te lo advierto,  Adrián Saavedra. ¡Tengo un bastón y no tengo miedo en usarlo!

Tuvo que contener una carcajada al verla levantar el bastón blanco de manera amenazante.

— ¿Te das cuenta del semejante numerito que estamos montando? — Ella se encogió de hombros, sonriendo y bajando el bastón

—No veo a las personas, no hay vergüenza.

—Vuelvo en un momento— zanjo, risueño. Se dio cuenta de todas las personas que lo veían de reojo y sintió ganas de reír con más fuerza. En otras circunstancias estuviera muerto de vergüenza, pero esta vez, no le importaban para nada.

Se acercó a la muchacha de la caja, haciendo el pedido.  Se sintió un poco irritado cuando la chica le guiño un ojo,  que lo miraran de esa manera estaba empezando a hacerse molesto. Recogió la bandeja y volvió a su mesa, colocando el muffin y el café de Isabela al frente de ella. Para si mismo había pedido un trozo de pastel y chocolate caliente… odiaba el café. Pero evito decirlo cuando ella lo invito, ya que estaba seguro que lo usaría de excusa para inhibirse y cancelar todo.

—Y bueno… como de seguro lo notaste, soy mala haciendo amigos— ella le dio un trago a su café, antes de carraspear un poco —.  Pero hare el intento, cuéntame algo de ti.

—No creo que haya algo que mi madre no te haya contado ya— Isabela volvió a encogerse de hombros




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