Píntame la mirada

Capítulo 11

¿Pintarla? ¿A ella? Isabela jadeó del asombro.

—Y-yo… yo no…— sintió las manos de Adrián apretar las suyas con delicadeza.

—Por favor, Isabela, concédeme ese honor.

¿Honor? ¿Pintarla a ella? ¿Cómo podía ser eso un honor? Quiso llorar, pintar a alguien como ella no podía ser un honor.

—Yo no soy buena modelo, Adrián. — quiso apartarse, pero él se lo impidió, acercándose más.  

Sus mejillas se calentaron al sentir su aliento en su frente, seguido de un suave beso.

—Serias una gran modelo, Isabela.  Por favor, déjame pintarte. — su cercanía la abrumaba, tenía su mente completamente en blanco. No comprendía su empeño ¿Qué podía tener ella de especial?

Escucho una puerta abrirse, seguido de un carraspeo. Adrián se alejó de ella lentamente y escucho la voz de su hermano.

— ¿Es que no piensas entrar? — espeto Manuel. Ella titubeo por unos segundos

—Solo dame un momento…

—Piénsalo, Isabela, por favor. No tienes que contestarme ahora, tomate tu tiempo. Mándame un mensaje cuando quieras— rogó Adrián con voz suave, antes de despedirse para marcharse.  Sintió un jalón en su brazo y se adentró en su casa. Escuchaba a la perfección las pisadas de su hermano delante de su persona.

— ¡Al fin llegaste, cariño! — sintió los brazos de su madre rodearla con ternura. Correspondió torpemente pensando que quizás los había preocupado —. ¿Cómo te fue? Últimamente eres toda una rompecorazones, eh — escucho un gruñido de su hermano y se sintió confundida.

—No soy ninguna rompecorazones mamá, Adrián es un amigo — la risa de su madre la desconcertó aún más.  

— ¿Y ese muchacho que vino a buscarte hoy a la casa quién era? — ahora sí que no entendía nada. ¿Quién demonios había ido a buscarla?

—No debiste decirle eso, mamá. — la ira de Manuel llenaba el aire. Escucho un bufido de su madre, que la tomo por los hombros con suavidad en señal de apoyo.

—No le hagas caso a tu hermano, tú también tienes derecho a conocer a todas las personas que quieras.

—Oh por dios, mamá. No estoy entendiendo nada de nada. — esto no la estaba ayudando a pensar en lo que acababa de ocurrir ahí afuera.  Quería esconderse en su cuarto y llorar de desesperación.

—Tú compañero de trabajo, el profesor de arte, ha venido a verte. —  ahora sí, que detengan el mundo ¿Por qué Nicolás la buscaba?

—No me jodas, madre. Primero, llega el hijo extremadamente encantador de Carmen a hablarme y ahora mi compañero de trabajo me busca,  cuando hace apenas unos meses,  ningún hombre volteaba a mirarme.  ¡¿Qué demonios es esto, una novela?!— se quitó los zapatos, lanzándolos a la nada junto con el bastón. Dio tropezones hasta su cuarto —. ¡No quiero que nadie entre! ¡Y ni lo intenten, porque los escucho respirar!

Se lanzó en la cama, chillando y pataleando. Sabía que se comportaba como idiota al hacer un berrinche,  pero le daba igual. ¿Por qué tenían que pasarle estas cosas a ella? No podía decir que era feliz, pero al menos, no sentía aquella confusión.

Las palabras de Adrián seguían rondando su mente. ¿Por qué un hombre como ella querría pintarle? Digo, era famoso, podía tener a la modelo que quisiera en su taller,  alguien exuberante y conocida.  ¿Qué podía tener ella de especial?

Trato de recordar su físico, inútilmente. Apenas lograba evocar que su cabello era color castaño, pero nada más venía a su mente. De todas formas, las personas cambiaban con el pasar de los años y su apariencia pudo haber cambiado de muchas formas.

Tomó su celular, dubitativa. Por otra parte, quería estar cerca de alguien.  Durante tres años, se había aislado por completo limitándose a estar únicamente con su familia. La soledad ya estaba empezando a afectarla, haciendo que un vacío creciera muy dentro de sí.

Extrañaba las tardes con sus amigas de la universidad,  pero no extrañaba los suspiros de lastima.  No quería sintieran pena de sus desgracias, quería estar con alguien de manera tranquila. Sentirse normal. Y hoy, con Adrián, esa sensación había sido plena.

— ¿Isabela?— contestaron inmediatamente cuando ordeno al aparato en sus manos llamar, trago en seco.

—Hola— su voz era jodidamente temblorosa.  « ¡Cálmate! » se ordenó a sí misma con fuerza, estaba haciendo el ridículo.

— ¿Ha ocurrido algo? — pregunto él con voz preocupada.

 —N-no… es que yo… eeehm

—Isabela, te dije que lo pensaras. — Su tono suave confundió

— ¿Eh? — respondió con un tono más agudo del normal. Escucho una risa ronca en la línea

—Sé que me estas llamando por lo que te propuse, Isabela, puedes pensarlo el tiempo que quieras, no me voy a enojar ni me voy a alejar de ti por eso.

— ¿De verdad? — Pregunto con voz baja, aún insegura

— ¡Por supuesto! ¿Crees que me alejaría de una chica que me amenaza con un bastón? Eso es único. — tuvo que cubrir su boca para no reír a carcajadas.

— ¿Crees que soy única?

—No lo creo. Estoy seguro, es muy distinto— sonrió para sí misma, sonrojándose. No podía creerlo,  se sentía incapaz de creer aquello. ¿Alguien la consideraba única?

— Gracias — respondió, con sinceridad.

— ¿Por?

—Por estar cerca de mí—dijo con simpleza. Escucho un jadeo tras el celular y se alarmo

— ¿Dije algo malo? — una leve negación salió de él.

—Es un placer, Isabela, siempre es un placer. — mordió su labio, el timbre de su voz era suave, cargado de sentimentalismo.

—Buenas noches, Adrián.

—Buenas noches, Isabela— no quito el celular de su rostro hasta que noto que se cortó la llamada. Coloco el celular nuevamente en la mesita de noche,  recostándose entre las sabanas con su corazón latiendo desenfrenado.  Abrazo una de sus almohadas, pensando en cómo cambia la vida en tan poco tiempo, de un momento a otro puedes quedar ciego y las personas pueden entrar o salir muy rápido de tu vida.




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