—Quiero hablar con Isabela, por favor. — intento ser educado, aunque en el fondo, tenía ganas de gritar. ¿Por qué estaba con Isabela y porque contestaba su teléfono?
—Está ocupada— contesto Nicolás, por su tono nada amable, sabía que estaba retándolo. Sonrió para sí mismo, si le lanzaban el guante, él estaba más que dispuesto a recibirlo.
— ¿De verdad? Es que tenemos una cita pronto y debo concretar algunos detalles…— escucho un gruñido tras la línea, ja.
— ¡Gracias por sostener mi celular mientras estaba en el lavabo! — aquella voz suavecita tras la línea lo hizo sonreír, ahí estaba la pequeña de sus ojos
—Te llaman— logro oír como Nicolás le pasaba el teléfono, no muy contento.
— ¿Hola?
—No sabes cuánto gusto me da escucharte— contesto, coqueto. Escucho un pequeño chillido que lo hizo reír levemente
— A… a mí también me da gusto escucharte, Adrián. — respiro profundo, tratando de organizar sus ideas.
—Quería hablarte de… nuestra cita, he alquilado una casa para este fin de semana
—Oh vale… ¿debo hacer algo especial? Nunca me habían pintado— se enterneció ante su inocencia. ¿Acaso era posible ser más adorable?
—Con tu presencia es suficiente ¿te recojo a las diez de la mañana?
—Bien, a esa hora está muy bien…hasta entonces, Adrián. — se despidió igualmente. Una despedida cargada de muchas promesas. Se dio la vuelta para buscar a su hermana, sobresaltándose al verla detrás de él, lamiendo su helado con una sonrisa malévola.
—Es hora de volver a casa.
Tartamudeó un poco al decir aquello. Su hermana asintió y se encontraba extrañado de que no hubiera hecho un comentario burlón. Ella no paro de verlo raro durante todo el camino de regreso. Al estacionarse, abrió los ojos como platos al ver a su madre en la entrada con los brazos cruzados.
—Necesitaba ayuda para ir al supermercado y tuve que ir sola por tu culpa— se encogió de hombros ante el reproche de su madre, iba a disculparse, siendo cortado por Carmen —. Ya que has decidido robarme a tu hermana por la tarde, me pagaras quedándote a cenar. Sin objeciones, jovencito.
— ¡¿Gabriela está invocando al diablo otra vez?!— gritó Alejandra al escuchar a Gabriela cantar, desde alguna de las habitaciones del segundo piso. Indignada, la otra muchacha se asomó por el borde de las escaleras
— ¡No invoco al diablo, estúpida!
—Solo está cantando la música de sus chinos— señalo su madre tranquilamente, metiéndose en la cocina, causando otro grito de la muchacha que hizo a todos brincar en su sitio.
— ¡No son chinos, son coreanos, co-re-a-nos! ¡Tú has viajado por el mundo, Adrián, deberías saberlo!— el aludido alzo las manos en señal de paz.
—Yo solo vine a cenar.
Escucharon un portazo, seguido de lamentos. Miró a su madre preocupado que hizo un gesto con la mano.
—En cuanto huela el pollo asándose bajara, no te preocupes — asintió indicando que entendía, antes de sentarse en la barra de la cocina. Alejandra se sentó a su lado, con una consola en sus manos.
— ¿Te ayudo en algo?— pregunto su hermana, abriendo el aparato y encendiendo la pantalla. Carmen la miro alzando una ceja
— ¿De verdad tienes intención de hacerlo?
El hecho de que no levantara su cabeza de la pantalla fue su respuesta.
—Lo hare yo, mamá— dijo Adrián, levantándose. Tomó los tomates que le tendía su madre, procediendo a picarlos. Concentrado en su tarea, ya que la cocina no era realmente lo suyo y ya se había cortado más de una vez anteriormente. Intento no prestar atención a otra cosa que no fuera el fruto entre sus manos.
—Dime hija ¿Qué hiciste con tu hermano hoy?— pregunto Carmen curiosa.
—Fuimos a comprar un vestido para Isabela
— ¡Ay!— la sangre ya salpicaba la tabla de picar. Quejándose abrió el grifo para limpiar la herida.
— ¿Por qué le compras vestidos a Isabela, Adrián?— lo encaró, enojada, él no respondió absolutamente nada —. Respóndeme, jovencito— respiró profundo consciente de que aquello podría costarle la vida
—Lo haré cuando deje de desangrarme.
Carmen rodó los ojos, sacando su mano del agua. El corte era profundo, sí. Pero muy pequeño, no tardo en ir al baño por una pequeña bandita. —Eres igual a tu padre, dramático. — lo regaño y escucho a su hermana riendo, sin dejar de mirar la consola. Bufó, observando la bandita de dinosaurios. ¿Por qué su mamá seguía comprando esas banditas? Ya no tenían seis años.
— ¿Y bien? — miro hacia otro lado, inflando las mejillas. Sintió un pellizco en su brazo. —. ¡A mí no me hagas berrinches, jovencito! Puedes ser un adulto pero aun soy tu madre, respóndeme Adrián ¿Por qué le compras vestidos a esa jovencita?— gimoteó, sobando su brazo.
—Porque va a ser mi modelo, necesitaba un vestido. ¿Bien? ¡Ya no me pellizques!
Lo miro por unos segundos, estupefacta. Ella suspiro profundamente. —Hijo, te seré sincera. Esa niña ha tenido muchos problemas desde hace tiempo, es muy sensible, puedes hacerle daño con cualquier cosa. Deberías buscar otra modelo, quizás solo sea un capricho tuyo y…
— ¡Oh por dios, mamá! ¿Es en serio? — Alejandra por fin arranco los ojos de la consola. Mirando ceñuda a su madre. —. ¡Por primera vez en la vida, tu hijo no piensa con la polla! ¿No deberías estar contenta? — Carmen se quedó estática.
— ¿A qué te refieres, Alejandra?
— ¡Me refiero a que tu estúpido hijo, está enamorado! ¡Por primera vez en su vida está enamorado! — señalo a su hermano mayor, haciendo que ella volviera su atención a él. Observo con sorpresa su rostro, percatándose de su expresión sensiblera. No podía creerlo, era imposible.
— ¿Eso es verdad, hijo? — él no la miro. Su desconcierto era enorme. Su hijo, el que jamás había traído una novia a casa y aseguraba que iba a pasar el resto de su vida solo. Lo vio enrojecer, sacándole una gran sonrisa —. ¡Oooh, mi bebé! —pellizco sus mejillas, haciendo que él se apartara molesto