—Iré a buscarla ¿alguna idea de donde puede estar?— una chica ciega y sola por la calle era muy peligroso, el terror se apodero de su cuerpo solo con imaginar que algo pudiera pasarle y la voz temblorosa de Manuel no hacía más que promulgar ese pánico
—N-no lo sé… mi madre y yo estamos dando vueltas cerca de casa, pero no está por ningún sitio cercano. Tiene dinero, así que tememos que pueda andar muy lejos…aún lleva el celular con ella, pero no nos contesta…
— Te llamare si la encuentro— su familia miro completamente desconcertada su semblante preocupado —Tendremos que cancelar la cena… ha ocurrido una emergencia. Isabela se ha perdido, tengo que buscarla— un gesto de horror se formó en el rostro de todos. Su madre salió de la cocina, con el pánico en su mirada
— ¡Dios mío! Mantennos informados si necesitas ayuda.
Asintió saliendo de su hogar apresuradamente. Marcó su celular varias veces, sin recibir respuesta. « ¿Dónde estás? » maldijo cuando vio las gotas de lluvia a través del parabrisas de su auto. Manejo, sin dejar de marcar. La lluvia arrecio « ¡Contéstame! » gritó su mente, los truenos hacían los vidrios del vehículo vibrar. El sonido de la contestadora no hacía más que irritarlo a sobremanera.
Después de veinte minutos, finalmente escucho como descolgaban. ¡Por fin!
— ¿Hola?— hablaron bajito, muy bajito
—Isabela ¿dónde estás?— pregunto, preocupado.
—No necesito que vengas, no soy una inútil. — su voz se escuchaba quebrada. Se notaba que había estado llorando.
—Isabela, por favor. No te considero una inútil, eres una chica estupenda. Pero es muy peligroso que andes sola por ahí. Dime donde estas, por favor. — Un silencio invadió la línea, solo lograba distinguir el golpeteo de la lluvia. La escucho suspirar.
—Estoy en la escuela, en el jardín delantero.
—Voy para allá, no te muevas—piso el acelerador, manejando rápidamente por las calles, otra multa y le quitaban la licencia. La escuela de noche era bastante tétrica. Salió del auto, empapándose hasta los huesos. A pesar de eso, lo único importante fue verle, estaba sentada en la hierba, completamente mojada y con la cabeza gacha, se acercó en dos zancadas.
—Isabela— le llamo suavemente. Ella alzó la cara, y en ese preciso momento, sintió como el aire se iba de su cuerpo.
Sus ojos no estaban cerrados como siempre y no mentía al decir que eran los más bellos que había visto en su vida. Eran enormes, de un color azul tan claro que podía ser fácilmente confundido con el mar.
— ¿Adrián…? — sacudió la cabeza tratando de huir del encanto de aquella mirada hermosa pero vacía.
Su madre solía decir que la vida te daba beneficios pero tenías que dar algo a cambio. Efectivamente, este era el caso. Una belleza extraordinaria eclipsada por el hecho de que ella misma era incapaz de verla.
Tomó su mano, ayudándola a levantarse del suelo. Las lágrimas se mezclaban con las gotas de lluvia que caían por su rostro enrojecido.
—No llores… todo está bien. — ella negó frenéticamente, un sollozo salió de sus labios.
— ¿Cómo van a estar bien las cosas? No deberías estar aquí. Manuel tiene razón, soy incapaz de defenderme sola, solo sirvo para molestar.
Y ahí estamos de nuevo. La Isabela atormentada en todo su esplendor, sin pensarlo demasiado, la rodeó con sus brazos, apretándola contra su cuerpo mojado. Por un momento, la sintió tensarse, aunque presa de aquel incontenible llanto, no tardo en abrazarlo de vuelta y esconder la cara en su pecho.
Se sentía pequeña, muy pequeña y frágil. Acaricio su cabello con una dulzura impropia de él.
—No eres una molestia… ¿Qué tengo que decirte para que te des cuenta?— la escucho sorber por la nariz y aferrarse más a él. Suspiro. —. Déjame llevarte a casa… nos vamos a enfermar si seguimos aquí.
Se separó, negando.
— ¡Llévame a un hotel! Aún no quiero ir a casa, por favor... yo puedo pagarlo— saco una tarjeta de débito de su bolsillo, el plástico brillaba debido al agua.
—No te llevare a un hotel Isabela… tienes que volver a casa— negó, cruzándose de brazos
—Puedes irte, entonces, ya encontrare sola un hotel— dios mío, pero que mujer tan terca. Todavía con las lágrimas en sus ojos seguía siendo orgullosa. Vio como empezaba a irse dando tropezones.
—Isabela, espera…— ella lo ignoró. Siguió caminando, apoyándose en las paredes y las alambradas.
¿Cómo rayos había llegado ahí si ni siquiera llevaba su bastón? La siguió, tomándola por el brazo para detenerla
—Cálmate… por favor, si quieres, puedes venir conmigo a mi casa— miro sus ojos azulados abrirse aún más de la impresión. Joder, que eran hermosos.
— ¿A tu casa? — musitó, bajito.
—Sí, puedes quedarte en la habitación de huéspedes, no te dejare sola. Pero por favor, decide rápido, que me muero de frio.
Ella asintió, una pequeña sonrisa formándose en su rostro rojizo. Tomó su mano nuevamente guiándola hacia el auto, donde la ayudo a entrar para seguido hacerlo él. Internamente, agradeció el calor que le proporciono aquella acción. Arrancó el auto, mirándola de reojo cada vez que le era posible. En un momento, se percató que ella cerró sus ojos nuevamente.
— ¿Por qué cierras tus ojos? — pregunto sin poderlo evitar, ella se encogió de hombros.
—Porque no sirven, y si no sirven ¿para qué mantenerlos abiertos?, solo los abro cuando lloro porque… escuece.
— ¿Escuece?
Ella asintió.
—Las consecuencias de la última operación para intentar recuperar la vista que me hice.
¿Recuperarla? ¿Acaso vio antes? Miro su rostro inexpresivo por unos segundos
— ¿No eres ciega de nacimiento? — Isabela negó, suspirando.
—Me hubiese gustado serlo, quizás de esa forma sería menos doloroso resignarse
Estacionó el auto frente a su casa. Su ropa estaba empezando a secársele encima, al igual que la de ella.