—Él me quito el volante bruscamente, haciendo que perdiera el control del coche y provocando un choque múltiple… muchas personas salieron heridas. —las lágrimas eran incontrolables—. Cuando me desperté ya no podía ver nada. Todo era la más absoluta y pura obscuridad. Me desesperé, sobretodo porque nadie me decía nada… estaba preocupada por Anita.
>> Mi hermanita quedo en silla de ruedas por mi culpa… — sollozó. Adrián ya no quiso escuchar más.
—Vamos a la casa, por favor, vas a enfermarte— susurró con voz quebrada. Escucho como salía del auto para seguido, ayudarla a salir a ella. Se aferró a su fuerte brazo, estaba helado y de seguro iba a enfermar.
Como siempre, por su culpa. Todo era su culpa
El olor masculino perforo su nariz al entrar a su hogar. Aquel lugar tenía su esencia impregnada, intento imaginar que decoración tendría, pero con Adrián sería imposible saberlo. El hombre a su lado le parecía tan fascinante, al contrario de ella que parecía tan sosa.
La ayudo con lentitud a subir unas escaleras, Adrián casi no pronunciaba palabra y se encontraba completamente tenso. Tres años encerrada en casa y cuando salía lo único que lograba era cagarla. Una lágrima escapó por su mejilla, pero no abrió los ojos. Probablemente después de estallar de aquella manera Adrián ya no iba a querer ser su amigo, después de todo ser amigo de una persona como ella debía ser lo peor, no podría culparlo.
—Quédate aquí, creo que mis hermanas dejaron algo de ropa por alguna parte—susurró suavemente y comprendió que Adrián sentía por ella lo mismo que sentían todos. Lástima.
Él salió de la habitación, adentrándose en la suya y rebuscando en sus cajones. En realidad, no tenía nada de sus hermanas pero Ximena solía quedarse seguido en su casa, por lo que a veces, dejaba ropa ahí. Encontró un camisón de seda que por su tamaño y las curvas de su amiga supo que a Isabela le iba a quedar enorme. ¿Pero era mejor que nada, no?
No encontró ropa interior, así que saco unos bóxer ajustados. Se sintió inseguro de dárselos pero no tenía nada más y no la iba a dejar sin ropa interior, seria… incómodo. Camino con la ropa en sus manos hacia la habitación de invitados donde había dejado a Isabela.
—Encontré algo de ropa— murmuro al entrar, ella asintió sin moverse. Tomó sus manos y coloco la ropa en ellas. Le dio un poco de ternura al ver como la tanteaba las telas con cuidado. Sonrió.
— ¿Podrías decirme donde está el baño, por favor? — pregunto ella y asintió, guiándola al lugar.
Isabela se quedó sorprendida ante el sitio. Su casa era grandísima, nada más el baño de invitados era más grande que su habitación. Hizo un gran esfuerzo para encontrar el cajón con las toallas y la ducha, a pesar de que las indicaciones de Adrián fueron bastante claras.
Tenía sentido. Incluso, recordaba aquella conferencia de arte donde le conoció. Carmen decía que los más grandes críticos asistían a ese evento anualmente, Adrián era muy importante y ella tan poca cosa. Coloco su celular encima del lavamanos al igual que su tarjeta y una bola de papel que supuso seria el efectivo que llevaba en los bolsillos. Dejo toda su ropa empapada a un lado, metiéndose bajo el agua caliente que acaricio su piel, causándole un gran alivio.
Tomó la loción que había en la ducha, esparciéndola por su cabello y cuerpo. Tenía aquel olor masculino con el que ya había identificado al muchacho. No era agobiante como el de su ex, no era dulzón como el de Nicolás, ni era fuerte como el de su hermano Manuel. Era suave, fresco, y la envolvía con delicadeza.
Aseguro de secarse bien con la toalla antes de salir de la ducha. Se colocó la ropa que había dejado encima del cajón de las toallas. El hecho de ponerse ropa interior de hombre le causaba gracia. Aunque le parecía todavía más gracioso el hecho de que le mintiera sobre la ropa de sus hermanas, sabía que ese camisón de seda no era ni por asomo de alguna de las Saavedra. Mostraba demasiada piel y era muy corto.
Según Carmen, su hijo estaba soltero. Le parecía difícil de creer, un hombre tan encantador no podía estar soltero, quizás lo ocultaba. Y no lo culpaba por ello, con su cara en todas las revistas de chismes constantemente y una familia tan excéntrica, ella también lo ocultaría.
Un escalofrió la recorrió al salir del vaporoso baño. No supo que hacer ¿trataba de encontrar la cama? ¿Buscaba a Adrián? Se decidió por lo segundo. Se acercó a la pared, guiándose por ella hasta tocar el marco de la puerta, tomo la perilla abriéndola y saliendo hacia al pasillo.
Lo que no se esperó, fue chocar de frente contra un pecho desnudo.
— ¡Lo siento! — se separó de inmediato, con el calor subiendo a sus mejillas. Su voz ronca la hizo estremecerse
—No pasa nada ¿te sientes mejor? — asintió, con una leve sonrisa.
—Yo también me siento mucho mejor— murmuró agarrando su mano, jugueteando con sus dedos. Ella no se movió y lo dejo hacer, le gustaba aquel tacto suave.
— ¿Quieres comer algo? Muero de hambre—Adrián sonrió al ver que asentía. Sin soltarla, bajaron las escaleras. Podría acostumbrarse a aquello, tomar aquella mano suave para todo le era sumamente agradable. Su presencia era tan llenadora que su casa ya no se sentía tan vacía.
Sintió como se sobresaltó de repente.
—Mi hermano— murmuró con preocupación.
—Ya lo he llamado, sabe que estas aquí— ella se relajó visiblemente, respirando profundo. Le gustaba verla tranquila y también, el hecho de que ella no pudiera ver lo perturbado que se sentía. La historia de aquel accidente le había partido el corazón. Sobre todo, la idea de que algún hijo de puta pudiera dañar a alguien tan dulce.
Era la primera vez que tenía una mujer vestida de aquella forma en su casa sin ninguna condición. Y aunque la hubiera, no tenía ese tipo de deseo. Isabela valía mucho más que una noche en la cama.