Píntame la mirada

Capítulo 35

Adrián no se movió al escuchar el ruido de los tacones en el pasillo del taller,  la modelo no lo hizo tampoco. Frunció el ceño cuando la puerta del salón fue abierta y cerrada estruendosamente sin ningún cuidado.

Le esperaba un día difícil.

Trató de concentrarse en la pintura, pero con la respiración pesada de Ximena era prácticamente imposible.

 — Terminamos por hoy. Puedes ir a vestirte — dijo en voz alta, no podía seguir trabajando con aquellas ametralladoras tras su espalda. Al contrario de lo que esperaba, la modelo no rechistó y se levantó de un salto, tomando sus ropas para correr como alma que lleva al diablo al baño. Frotó sus sienes antes de darse la vuelta, observando la expresión asesina de su amiga desde la adolescencia. 

— ¿Hola…? — preguntó interrogativo al ver que la mujer no decía nada en absoluto.

Ella simplemente se levantó, dándole su teléfono.

— Mira esto — murmuró con ira, señalando la pantalla, eso hizo. Vio la imagen que le enseñaba Ximena,  confundido, era una foto de él e Isabela… juntos.   — Pásalas todas— ordeno ella al ver su expresión de extrañeza.  Eso hizo.

Pero hubiese deseado de todo corazón no haberlo hecho nunca.

— ¡¿Cómo demonios conseguiste esto?! — bramó enfurecido, agitando el aparato en sus manos, asqueado, pero sobretodo, furioso por las imágenes que habían ahí.

— ¡Me las enviaron a mi correo electrónico! ¡Es una amenaza! Te lo dije, Adrián, esa mujer no era buena para ti — contestó ella con igual o peor ira que él.

— ¡Y una mierda lo que es bueno para mí, Ximena! — gritó enrojeciendo, señalándola amenazante. — Tú bien sabes el verdadero contexto de esas imágenes… bien sabes que ella no quería eso — su voz temblaba, con rabia y con dolor, mucho dolor.  Recordó lo tranquilo y feliz que se había sentido al despertarse esta mañana con su amor entre sus brazos, verla dormir plácidamente, sin ninguna pesadilla lo había hecho sentirse lleno como no lo hacía en mucho tiempo. Isabela no se merecía esto, ella no merecía que continuaran atormentándola.

— ¡Yo lo sé, Adrián, claro que lo sé! ¿Pero lo sabe la gente? No. Dime ¿Qué pensarías tú al ver esas imágenes? — ella tomó el aparato, volviendo a poner una de esas asquerosas imágenes, movió su rostro, no quería seguir presenciándolo.  —. ¡Piensas en una prostituta! Una simple y vulgar prostituta, Adrián.

— ¡No vuelvas a hablar sobre ella de esa forma! — su grito no dio paso a objeciones, la mujer empalideció. Nunca lo había visto así de furioso, pero tuvo que reponerse, eso era por el bien de él, no el suyo.

 — Va a perjudicarte, Adrián. Todo por lo que has luchado por años va a irse a la basura si esas fotos llegan a hacerse públicas, sin contar que ella tampoco podría vivir tranquila…— habló con voz más suave, con intención de no hacerlo enfurecer todavía más.

— Todo lo que he luchado yo, lo protegeré yo. Al igual que protegeré a Isabela. — Sentencio con una seriedad impresionante —. Averiguare quien te envió eso y lo refundiré en la mismísima mierda, mientras lo hago… ¡No quiero ni una maldita palabra de esto a ella! — su tono no dejaba paso a nada más que su indignación.

— ¡Pero Adrián…!

— ¡Pero nada! Ella no se va a enterar, Ximena… al menos no hasta que yo lo necesite. Si llegas a decirle algo, me enterare ¡Y créeme que no te va a gustar! — no pudo hacer nada más que apretar los labios y guardarse su molestia ¿tan enamorado estaba? Se dio la vuelta.  Sin despedirse salió del taller dando pisotones y con la certeza de que su amigo se daría cuenta de que esa ciega no era lo mejor para él.

Ella era lo mejor para él.

Adrián pateó un bote de pintura cercano, derramándolo por todas partes.   — ¡Maldita sea! — gritó en voz alta,  completamente frustrado.  ¿Por qué ellos? Por una vez que estaba enamorado en la vida. ¿Quién quería perjudicarlos? ¿Por qué lo querían lejos de Isabela? No entendía nada, todo era muy confuso y solo pudo pensar en alguien.

Luis Montalvo.                                                                                                              

Algo tenía que ver. Recordó su sonrisa maliciosa al verlo entrar con Isabela a aquella casa, sabía que quería algo de él, pero no se imaginaba esto. Tenía que moverse rápido y averiguarlo… porque su reputación y el honor de Isabela estaban en juego, el reloj corría y él debía detenerlo con urgencia. No iba a permitir que le hicieran más daño.

Salió del taller sin recoger ni limpiar nada, ya lo haría después. Soltó una leve risilla, su yo de hace un mes estuviera escandalizado ¡Un ambiente limpio hará que hagas un buen trabajo! ¿Cómo puede cambiar todo tan rápido? La vida era realmente inesperada y sorprendente.  Envió un mensaje apresurado a Manuel antes de montarse en su coche.  No tardo en recibir una respuesta asegurándole que lo vería mañana temprano.

Le gustaría verlo ahora mismo, pero tenía que aceptar el hecho que eran casi las cinco de la tarde y él debía cuidar a Anita de ese hombre horrible. Sintió una arcada al recordar esas fotos ¿de verdad un padre sería capaz de hacerle algo así a su hija? Por más desobligado que fuera no lo veía posible… había alguien más ahí… pero su cabeza no daba el quién. Se estaciono en la escuela, sonriendo al ver los niños salir, ya era hora de volver a casa.

Sonrió enternecido al verla en el vestíbulo, despidiendo a los niños con amorosos toques en sus cabecitas. Se acercó sigilosamente, tomándola por la cintura. Rió cuando ella dio un respingo al sentir sus brazos — Adrián por favor, que hay niños aquí — exclamó ella empezando a sonrojarse. ¿Cómo alguien pudo y quiere seguir lastimando a esa dulzura? Estampo un beso en su mejilla antes de soltarla finalmente.

— Te extrañe— murmuró sincero, mirando su bello rostro con anhelo.

— ¡Búsquense una habitación, par de tortolos! — gritaron dos voces iguales exactamente al mismo tiempo, eso solo podía ser obra de sus hermanas.  Rodó los ojos mientras Isabela se encogió en su sitio, con un leve sonrojo en sus mejillas. Las gemelas se acercaron a ellos, sonrientes.




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