Gabriela abrió lentamente la puerta del salón de artes, con el corazón en la garganta. Le había dolido ver a Nicolás de esa forma, demasiado para ser sincera. Probablemente estaba cometiendo una gran tontería ¿pero que sabían los adolescentes sobre tonterías?
El hombre la miro con aquellos penetrantes ojos azules al sentirla pasar, su rostro se veía todavía peor que cuando los vio juntos allá afuera.
— ¿Se te ofrece algo? — pregunto con un tono de frívola cortesía. Trago en seco, era obvio que la tratara así, ella lo conocía, pero él no la conocía a ella.
Conocía a Karen.
— Te vi un poco mal allá fuera… quería saber si estás bien— el hombre frunció el ceño ante su pregunta y sintió su nerviosismo aumentar con creces.
— No necesito tu lastima — escupió el rubio con desdén y se sintió claramente, ofendida. ¿Solo quería saber si estaba bien y así la trataba?
— Vale, que no tienes que ponerte a la defensiva, solo quería ser amable.
— Bueno, no necesito tu amabilidad— señalo Nicolás con sarcasmo, haciéndola enrojecer de la ira.
— Por eso estas solo, te comportas como un anciano amargado — espetó con rabia, antes de salir, dando un portazo indignada. El hombre se quedó estupefacto en su sitio… anciano, lo había llamado anciano y ese término le resultaba familiar.
Aterradoramente familiar.
No pudo evitar sacar su celular del bolsillo en ese momento, casualmente Karen estaba desconectada. Sacudió su cabeza, seguramente estaba sacando conclusiones apresuradas. Después de todo ella había dicho que daba la impresión de ser un anciano y la niña Saavedra solo había corroborado su punto. Pero… ella también había dicho que estaba solo ¿y cómo podía Gabriela saberlo? Él solo le había contado eso a Karen. Trago en seco, enviándole un mensaje de inmediato.
-Hola, sé que esto sonara repentino y extraño… pero necesito conocerte en persona.