Píntame la mirada

Capítulo 37

Adrián se encontró con Manuel en un pequeño parque cerca de la antigua casa de la muchacha, según le explico, hace unos días se habían mudado con su padre a una zona adinerada de la ciudad.  Aquella declaración le enojo, puesto que según tenía entendido, anteriormente Isabela y su familia tenían muchas carencias.

— ¿Por qué me llamaste? ¿Acaso le paso algo a Isabela? — pregunto el adolescente mientras abría una galleta y empezaba a mordisquearla. Adrián trago en seco, realmente no le apetecía hablar de las desgracias de Isabela, pero en ese momento, no tenía opción.  Procedió a contar todo lo que había ocurrido, desde las fotos, la amenaza y la sospechas sobre Luis Montalvo. Haciendo que Manuel escupiera la galleta de la impresión, empezando a jadear.

Palmeó su espalda varias veces, preocupado de que fuera a ahogarse. Manuel tomo aire varias veces antes de hablar

— Mi padre es un tremendo hijo de puta, no lo voy a negar, pero estoy seguro que él no envió esas fotos a tu amiga, no tiene sentido — se quedó mirando al vacío, como si quisiera atar cabos. Espero pacientemente, poniéndose nervioso —. Creo que ya sé quién pudo ser…

Su expresión de odio no pasó desapercibida  — Estoy seguro que tuvo que ser su ex… solo él puede tener esas fotos — esas palabras bastaron para que una chispa se encendiera en su cerebro, era obvio. Quiso abofetearse por ser tan estúpido para no pensar en lo que era más lógico.

— Dime el nombre de ese desgraciado — exigió. La rabia impregnando cada palabra.

Manuel se quedó en blanco, intentando recordar el nombre del hombre que le daño la vida a su hermana, solo recuerda ver a ese tipo una vez y ella todo el tiempo uso apodos para dirigirse a él, demás no lo nombraba. Solo pensar en todo lo que paso bastaba para que ella rompiera en llanto. Miro al hombre de ojos grises cargados de una ira indescriptible.

— No lo recuerdo — contestó en voz bajita, haciendo que Adrián se levantara del banquillo furioso y pateaba una lata olvidada muy pero muy lejos de ahí.

— ¡No puede ser que nadie quiera decirme como se llama ese imbécil! — gritó haciéndolo sobresaltar.

— No es que no desee decírtelo, solo no lo recuerdo. Para Isabela nombrarlo era el equivalente de nombrar a Voldemort en Harry Potter — repuso con firmeza, intentando tranquilizar a él iracundo hombre que parecía a punto de matar al que se le cruzaba por el frente — Si quieres saberlo, será mejor que se lo preguntes a ella directamente.

 De manera inmediata, Adrián negó.

— No quiero involucrarla, se preocuparía y no es justo — Manuel hizo una mueca de desagrado

— Entiendo tu punto, pero lamentablemente ella está involucrada ya y de la peor manera.

Adrián bufó con frustración, tenía razón. No deseaba que ella se enterara de aquello, pero lamentablemente debía hacerlo.

 — Tienes razón, iré a hablar con ella — dijo con resignación y Manuel asintió, pero no parecía muy contento.

— Sera lo mejor… solo prométeme que en cuando captures a ese imbécil, me avises para ayudarte a partirle la cara — asistiendo frenéticamente ante las exigencias del menor,  Adrián subió a su auto para ir directamente a su casa.

Paso todo el camino pensando en cómo decirle las cosas sin que se preocupara. Desde que se había llevado a Isabela a vivir con él se había hecho dos promesas, la primera era que por más que sintiera un profundo deseo por ella, no iba a tocarla al menos que estuviera lista para ello.  La segunda, era que iba a hacerla feliz  o al menos, hasta donde él pudiera.  Sabía que una relación no bastaba para hacer feliz a alguien pero si él podía hacer algo para hacer su vida más bonita ¿Por qué no intentarlo? El poco tiempo que llevaba viviendo con ella lo había hecho ver que era una chica de lo más dulce, siempre dispuesta a ayudarlo en todo por más dificultades que se le presentaran. Estaba seguro que si él fuera ciego no tendría esa misma voluntad de hacer las cosas, de demostrar que aún con una discapacidad se puede ser independiente.

Estacionó frente a su casa, sintiendo el más profundo pánico al ver el auto de Ximena estacionado unos metros más allá, el Mustang rojo resaltaba de manera escandalosa entre la hilera de autos en su mayoría negros.  Bajo del propio corriendo como un loco, abriendo la puerta de su casa y no encontrando a nadie en la sala de estar. « Maldita sea… voy a matarla » murmuró para sí mismo, subiendo las escaleras y revisando cada una de las habitaciones. Le sorprendió encontrarlas en la suya, pero más le sorprendió encontrar  a Isabela dormida y a Ximena en uno de los muebles, mirando su celular como si no pasara nada. Gruño acercándose a la muchacha en su cama.

— Se ha desmayado — aviso la pelirroja al verlo, la preocupación de inmediato se plantó en él, de inmediato, reviso que la castaña no tuviera ningún golpe.

— No te preocupes,  logre tomarla a tiempo. Esa niña necesita alimentación ¿eh? Es ligera como una pluma. — el sarcasmo en su voz lo hizo irritar incluso más de lo que estuvo hace un rato.

— Abajo, ahora — siseó, intentando no gritar para no despertar a la seguramente perturbada muchacha. Con altanería en cada paso, Ximena salió del cuarto. Miro por última vez a la castaña, asegurándose que continuara dormida antes de salir tras de ella.

— ¡¿Puedo saber que carajos haces aquí?! — ladró nada más al bajar las escaleras, sintiéndose furioso por la postura arrogante de ella, que no dejaba ver ni una pizca de arrepentimiento.

—Eso debería preguntarte yo,  Adrián ¿Qué hace esa mujer viviendo contigo?  ¿Por qué no estabas en el taller? Estas descuidando tu trabajo — era la primera vez en toda su vida que tenía ganas de golpear a una mujer ¡¿Qué demonios le importaba a ella lo que él hacía o dejaba de hacer?!

— ¡Responde mi pregunta! — gritó perdiendo la paciencia, ella apretó los puños.

— Le conté todo ¡Absolutamente todo! Se alteró y se desmayó, eso fue lo que ocurrió — aquella habitación parecía una bomba a punto de explotar a causa de tanta ira contenida, pero no iba a perder más tiempo con ella.




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