Píntame la mirada

Capitulo 43

Isabela se levantó, adolorida. Definitivamente dormir en el suelo era muy incómodo. Se puso de pie, volviéndose a colocar la capucha de su ahora sucio abrigo, saliendo del callejón que había encontrado  y empezando a vagar por las calles nuevamente. El frio de la ciudad en las primeras horas era insoportable y se preguntó qué hora seria puesto que no tenía su teléfono, ya que ayer lo había vendido a unos adolescentes por un poco de dinero ya todas sus tarjetas y dinero en efectivo se habían quedado en casa de Adrián.

Lo único que recordaba del aparato era un número en específico que se había empeñado en aprenderse el día anterior, solo necesitaba un teléfono público. El problema sería encontrar uno considerando que no sabía dónde rayos estaba y al juzgar por los sonidos de desprecio que emitía la gente por su presencia, nadie iba a ayudarle. Si era sincera, ella tampoco se ayudaría a sí misma, era una persona bastante despreciable. Respiró profundo, sintiendo el aire helado colarse por sus pulmones, intentaba no pensar en Adrián pero a estar alturas le era imposible no hacerlo.

En este momento debía estar odiándola por haberlo dejado de esa forma, y aunque la idea doliera como el demonio, era lo mejor para él. Seguramente no tardaría en superarlo y encontrar una mujer de verdad, ya que por fortuna, ella había durado muy poco tiempo en su vida.

 Poco tiempo que había calado de una manera impresionante dentro de ella,  sabía que ese hombre sería difícil de olvidar. Pero ellos dos tenían muchas diferencias, recalcando el hecho de que él era completamente especial mientras que ella no valía nada.

De lejos, escucho a una persona hablar por teléfono y mencionar claramente que lo hacía de uno público, trato de enfocar bien el lugar donde venía la voz para esperar a que colgara. Luego de eso, camino rápidamente tratando de no perderse. Se detuvo cuando su bastón choco con algo duro y sonrió tanteando la cabina de teléfono, ahora el problema sería reconocer los números, ya que no recordaba demasiado como leer braille, lo había practicado muy poco. Mordió su labio, sacando una moneda de su bolsillo e introduciéndola en la ranura, maldijo cuando presiono mal el segundo número, esto iba a ser tarea difícil.

— ¿Necesitas ayuda? — musitó una voz femenina y algo ronca  hablo a su lado, intento no hacer ningún gesto de desagrado ante el olor a cigarrillo que inundo sus fosas nasales de inmediato, queriendo aprovechar la ayuda que se le ofrecía  

— Si por favor — respondió apartándose del teléfono

— Nárrame el número,  querida, no te preocupes por la moneda — sonrió a la mujer, dictando los números uno a uno y aceptando el auricular que le tendía.

— ¿Quién habla? — contesto una voz ponzoñosa de inmediato, tragó en seco.

— Ximena, soy yo — dijo tratando de no sucumbir ante el miedo que esa mujer le causaba, después de todo esa conversación no iba a durar mucho — Solo llamaba para decirte que he hecho lo que me pediste,  lo he abandonado — su voz se quebró al decir esas palabras tan fuertes. Tuvo que contener un sollozo que amenazaba con salir de sus labios. La voz al otro lado estuvo un momento en silencio, antes de hablar, esta vez con menos desprecio.

— Bien… con que tú si conservas algo de cordura. Has hecho lo correcto, solo espero que no vuelvas a aparecerte por su vida — sorbió por la nariz, sintiendo las lágrimas caer por sus mejillas sin poderlo evitar

— No volveré, Ximena,  puedes responder a la amenaza para que lo dejen en paz… solo necesito un favor y no sabrán de mi más nunca — la línea se quedó en silencio y por un momento sintió pánico de que hubiese colgado, pero no fue así.

— Adelante — espetó con voz cansada, seguramente queriendo librarse de ella de una buena vez.

Ella suspiro profundamente.

 — Dile que lo amo y lo siento mucho — susurró con voz quebrada, antes de colgar sin esperar respuesta alguna y romper a llorar a todo lo que sus pulmones le permitían.

— Niña… cálmate — murmuró la misma voz ronca a causa del cigarrillo a su lado, se sintió completamente espantada. ¡La mujer no se había ido! Seguramente había escuchado toda la conversación

— Y-yo… y-yo… l-lo-sie-ento…— fue lo único que logro decir, antes de darse la vuelta y salir corriendo nuevamente.

— ¡Eh niña! ¡Vuelve aquí! — gritó  la mujer con desespero, sin embargo, no se detuvo. Siguió corriendo hasta perder el aire de sus pulmones, ahogada por el ardor y las lágrimas. Tuvo que parar pero se obligó a si misma a seguir caminando sin rumbo, dispuesta a encontrar algún rincón de esa gran ciudad para ahogarse en su dolor hasta que estuviera tan entumecida como para no poder sentirlo. Termino encontrando uno de los tantos parques que habían esparcidos por toda la ciudad. Cuando era más pequeña, le encantaba sentarse bajo los árboles a contemplar los pájaros brincando de un lado al otro y al sol traspasar por sus hojas. Le servía de gran inspiración para interpretar sus canciones con gran emoción y  sentimiento.

Ahora no podía ver nada de lo anteriormente mencionado, ni sus sentimientos eran similares a los que tenía en esos momentos, pero de igual forma empezó a cantar suavemente. Aún no tenía claro por qué lo hacía,  quizás para intentar calmar el dolor tan intenso que la afligía. Con cada verso pronunciado las lágrimas caían con más fuerza, empapando su rostro sin cesar. Su voz se quebró al final de la triste melodía, la dulce voz remplazada por fuertes sollozos.

Se alertó cuando escucho un par de aplausos a su lado, incorporándose rápidamente

— Me he quedado impresionada, cantas muy bien ¿eh?— exclamó la misma voz de hace rato a su lado… ¡La mujer la había seguido! Seco sus lágrimas pasando sus manos sucias por su rostro sin ningún cuidado 

— ¿Q-que hace usted aquí? ¿Por qué me ha seguido? — inquirió con voz temblorosa.

— Porque cuando te vi, me di cuenta de inmediato que no eres una niña de las calles y ahora estoy más que segura de ello — la mujer suspiró — No es normal encontrar ciegos por las calles, cuando te vi luchar con el teléfono público creí que llamarías a tus padres. Pero en cambio tuviste esa conversación que me dejo muy desconcertada y supe de inmediato que necesitabas ayuda— se encogió en su sitio, vaya persona tan analítica.




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