Píntame la mirada

Capitulo 45

— Adrián, deja de caminar de un lado al otro que vas a abrir un hoyo en el suelo — rogó Carlos, dando un golpe a su escritorio. Su hermano apenas y lo miro, sin dejar de caminar en círculos como un animal enjaulado. No sabía qué hacer, jamás en toda su vida había visto a Adrián en semejante estado de ansiedad. Era frustrante no poder hacer nada para que se calmara.

Pensó también en que jamás lo había visto llorando durante su vida adulta, la última vez que había visto llorar a su hermano menor, fue en el funeral de su abuela, cuando ellos tenían 12 y 23 años respectivamente, las gemelas eran unas bebés.  Su hermano lloraba desconsoladamente en el regazo de su madre, también recuerda ver alrededor del féretro varios cuadros pintados por el mismo, todos regalos para su difunta abuela a la cual era extrañamente cercano. Desde ese día no lo había visto llorar otra vez.

Hasta ayer.

Cuando su hermano rompió a llorar en plena escuela,  sintió que estaba volviendo a esa época nuevamente. Estaba viendo de nuevo al mismo niño desconsolado de esa vez, aunque las circunstancias fueran abismalmente distintas.

— En serio,  Adrián. Detente, me estas poniendo de los nervios — repitió de nuevo, frotándose las sienes.

— ¡¿Y tú crees que yo no estoy de los nervios ahora?! — gritó sobresaltándolo, noto su expresión de culpabilidad por haberlo asustado de inmediato.  —. P-perdona, hermano… ¡es que ese maldito detective nada que llama!

— Se lo avisamos ayer en la noche, necesita tiempo, tú mismo te diste cuenta de que Isabela se escondió muy bien, aún tiene a todos dando vueltas por la ciudad tratando de encontrarla— Adrián mordió su labio, conteniendo las lágrimas que amenazaban con salir de sus ojos, tenía razón… ella estaba muy bien escondida,  dolorosamente lejos de él.  ¿Dónde pudo haberse metido? ¿Estaría en un lugar seguro? ¿Habría pasado frio? Anoche él si paso mucho frio. Ella estuvo poco tiempo en su casa, pero sin su presencia todo se sentía abrumadoramente vacío, silencioso… sin sentido.

— Hermano, tranquilízate. La vamos a encontrar — levanto la vista de nuevo hacia Carlos, percatándose de que estaba llorando nuevamente. Si no estuviera tan dolido se habría reído.

Isabela decía que era una llorona y ahora el llorón resultaba ser él. La única diferencia, es que en ese exacto momento se sentía sin consuelo alguno y no tenía los brazos de nadie para aferrarse.

Ambos alzaron la cabeza al escuchar la puerta del despacho de su hermano abrirse. Quedándose completamente confundidos al ver la pelirroja exuberante entrar ¿Qué demonios hace Ximena ahí? ¿No debería estar trabajando? Parece estupefacta al verlo. ¿Por qué pone esa cara?

Se tensó de inmediato cuando la mujer lo rodeó con los brazos, apretándose contra él.  Podía sentir sus pechos a través de la ropa. Ese contacto no le gusto para nada, no era delicado, no era tierno ni amoroso. No la quería cerca, de hecho no quería que nadie más que no fuera su pequeña lo tocara. La tomó por los hombros, apartándola y ella pareció ofenderse, pero no dijo nada.

— Adrián, lo siento mucho… supe lo de Isabela — frunció el ceño, secando sus lágrimas con el dorso de la mano. ¿Por qué iba a sentirlo? Ella fue la que causo todo esto, si no le hubiese contado nada sobre esa maldita amenaza Isabela seguiría en sus brazos.

— ¿Ahora estas contenta, no? Se ha ido… como siempre quisiste que lo hiciera —  ella abrió los ojos sorprendida por su acusación.

— ¡Yo no quería que se fuera de esta forma! Yo le pedí que te dejara por las buenas, no de esa forma tan vil. Al final termino demostrando ella misma que no era buena para ti — apretó los dientes enrabiado y de inmediato, sintió como su hermano lo tomaba del brazo, probablemente temiendo quizás que se lanzara a golpearla

 — ¿Quién te contó lo de Isabela, si puedo saber? — inquirió Carlos a la mujer sin contener de ninguna manera su desprecio. Ella alzo una ceja

— Ella misma me lo dijo… me llamo por teléfono hace unas horas — Adrián se soltó de inmediato del agarre de Carlos, lanzándose sobre ella como una fiera para tomarla por los hombros y sacudirla.

— ¿Te llamo? ¡¿Qué te dijo?! ¡¿Te dijo dónde estaba?! ¡Dímelo! — farfullo preso del pánico. Ximena se separó de su agarre bruscamente.

— ¡Tranquilízate! Solo me dijo que avisara al tipo de la amenaza que había hecho lo que pidió… más nada, luego colgó.

Ximena se mordió el labio al ver como las lágrimas volvían a los ojos de su amigo, verlo llorar era incómodo. Pero no iba a darle el último mensaje de Isabela. Eso solo serviría para que la buscara con aun más empeño y lo mejor era que se olvidara de esa ciega de una buena vez,  para que se fijara en una mujer que si valiera la pena… como ella.

— Adrián piénsalo con calma, es lo mejor. Así podemos enfocarnos al cien en encontrarla — Adrián negó frenéticamente. ¡No, no era lo mejor! Le habían dado a ese tipo exactamente lo que quería, rienda suelta para continuar haciéndole daño. Se llevó las manos a la cabeza, completamente frustrado por la situación, ¡Que alguien detuviera el maldito estrés que lo estaba matando!

— Adrián… yo…— musitó la pelirroja con cierto temor, él apretó los dientes

— ¡Y una mierda, Ximena! ¡Si no le hubieras dicho nada, seguiría en casa! ¡No se hubiera largado! No… No…

Y ahí estaba otra vez, cayó de rodillas en el suelo, llorando como un bebé al que arrancaban de los brazos de su madre. Carlos suspiro cansado

— Vete de aquí, Ximena, no es el momento — espetó a la mujer que no salía de su asombro —. Hablo en serio, lárgate — siseó perdiendo la paciencia. Ximena le dedico una mirada a él y a su hermano repetidas veces, antes de escapar rápidamente como había entrado. Carlos regreso su atención a Adrián que continuaba sollozando en el suelo, ajeno a otra cosa que no fuera su dolor.

Suspiró. Cualquiera pensaría que era exagerado llorar de esa forma por una chica a la que conocía de tan poco tiempo, pero para un hombre que jamás había experimentado el verdadero amor en su vida aquello debía ser fatal.  Su hermano nunca probó una relación previa que no fuera meramente sexual, todas las mujeres con las que había estado sabían lo que él quería y estaban satisfechas con ello, en cambio esto era muy distinto. Él había abierto su corazón completamente a esa chica a pesar de que todo a su alrededor gritara que eran demasiado distintos como para encajar.




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