Isabela apretó los puños sobre el pantalón deportivo, aguantando los jalones en su cabello enmarañado. Julia intentaba con todas sus fuerzas no halarlo demasiado, pero considerando el largo que tenía era prácticamente tarea imposible.
— Tienes un cabello precioso, pero cuando venga el estilista voy a hacer que te lo rebajen un par de metros ¡Es demasiado! — farfulló la mujer, pasando el cepillo una y otra vez por los enredos.
— Lo siento… hace demasiado que no voy al estilista, mi madre era la que me cortaba el cabello, pero se limitaba a hacerme una coleta y usar las tijeras — se excusó reprimiendo un gesto de dolor cuando el ultimo jalón se hizo presente en su cabeza. Ambas suspiraron de alivio cuando Julia por fin soltó el peine, lanzándolo a quien sabe dónde.
— Habías dicho que no tenías familia — murmuró ella tranquilamente y sintió su peso hundirse en el colchón donde estaba sentada. Se encogió en su lugar. Carajo, era muy mala manteniendo mentiras.
— No me gusta hablar de mi familia — sorprendentemente, Julia rio
— A mí tampoco. Y supongo que tendrás tus motivos para negarla — frunció el ceño, los únicos motivos que tenía para negar a sus hermanos era el hecho de que quería protegerlos… a sus padres si podía agregarles unos cuantos más, pero no iba a hablar de su familia disfuncional ahora.
— ¿También tienes mala familia? — preguntó a Julia, queriendo desviar la atención de su persona.
— En realidad, no, creo que el principal problema siempre fui yo. Pero bueno, ya te hablare de mí en su debido momento — sintió como Julia volvía a incorporarse en la cama, probablemente acomodándose frente a ella —. Como prácticamente te rescate de las calles, voy a tomarme el derecho de hacer las preguntas primero, si tú contestas, yo lo hare ¿trato? — tragó en seco, no quería hablar de temas escabrosos, menos sabiendo perfectamente lo que Julia iba a preguntarle.
Pero tampoco quería ser desagradecida con ella, esa mujer había accedido a ayudarla sin conocerla en absoluto. Le había dado un trabajo y un techo donde dormir, contarle lo que quería era lo menos que podía hacer, sin contar que ella también sentía muchísima curiosidad por aquella enigmática mujer.
— Esta bien, venga pregunta — dijo, repleta de nerviosismo. Julia rio, y para su sorpresa, las preguntas no tuvieron nada que ver sobre la conversación telefónica que había presenciado hace unas horas, más bien su cuestionario le pareció el típico que hacías en una cafetería cuando querías conocer a alguien: ¿En qué trabajabas? ¿Qué te gusta hacer? ¿Dónde aprendiste a cantar tan bien?
— Así que no eres ciega de nacimiento — murmuró Julia un poco pensativa, luego de que contara la historia de cómo cantaba para sus hermanos menores cuando era más joven. Ella asintió.
— Un desafortunado accidente del que no me gusta hablar
— ¡Es que a mí tampoco me gustaría! — declaró la mujer, estallando en carcajadas extrañamente contagiosas. No tardo en echarse a reír con ella durante unos largos minutos hasta que la habitación volvió a sumirse en un incómodo silencio. Que solo fue roto por el sonido de los resortes de la cama, Julia estaba moviéndose de nuevo.
Escucho también el tintineo característico de una botella contra las copas, reconociendo el olor del vino — Toma — dijo la mujer en tono neutro, tendiéndole algo. Estiro la mano insegura, dándose cuenta de que le tendía una copa ¿Por qué de repente la necesidad de beber? Era muy temprano aún… además que no había comido nada en absoluto. — La pregunta que te hare va a ser incómoda, por eso creo que ambas necesitamos algo de alcohol, después de todo siempre te hace valiente — valiente no sería la palabra exacta que usaría para describir lo que hacía el alcohol en las personas, pero la presunción de una pregunta incómoda la quitaba cualquier gana de discutir sobre cualquier cosa. Dio un trago a la copa, sintiendo como el líquido bajaba por su garganta hasta caer en su vacío estómago, estaba muy bueno.
Julia suspiró, volviéndose a sentar a su lado.
— Ahora, cuéntame ¿de quién estas huyendo? — la tensión se hizo presente de inmediato en cada poro de su cuerpo.
— ¿C-como…? — tartamudeó ella sin poder formular su pregunta, estupefacta.
— ¿Cómo sé que estas huyendo? — su tono burlón fue desconcertante, esa mujer parecía tener la tendencia a reírse en situaciones completamente inadecuadas —. Porque yo también escape en su momento, niña. Todas aquí lo hicimos, la diferencia abismal entre nosotras y tú es que ninguna de nosotras tiene talento para cantar y que tú eres mucho más agraciada — se estremeció ante la sola idea de acabar igual que Julia, y sacudió la cabeza para sacar esos pensamientos crueles de su mente. Julia era buena persona a pesar de su profesión.
— Escapé de mi novio… bueno… ahora ex novio — el escozor en su garganta casi no le permitía hablar, no le gustaba ponerlo a él en esa categoría, aunque debía ir resignándose a la idea. Sintió el peculiar ardor en sus ojos, pero se negó a abrirlos… no iba a hacerlo de nuevo.
— El hombre que amas, si no me escuche mal — asintió ante su afirmación. Indudablemente amaba a ese hombre, tanto que apenas habían pasado veinticuatro horas desde que estuvo la última vez con él y sentía la imperiosa necesidad de salir corriendo de ahí para lanzarse a sus brazos. — ¿Por qué? — fue lo único que su compañera preguntó.
Y en el momento que la pregunta fue formulada procedió a contar la historia, de manera floja y sin tanto detalle como lo había hecho con Adrián. Después de todo, únicamente podría abrir su corazón de esa manera a él. Sin embargo, sentía cierta empatía con la mujer a su lado, como si llevara conociéndola toda su vida, además de que necesitaba desesperadamente que entendiera sus motivos, porque si no lo hacía, tenía la sensación de que sería arrastrada a la fuerza al taller de Adrián... y la idea no le desagradaba, pero sería fatal para él.