A Isabela no le gustaba creer en el típico cliché de que todos los estilistas eran gays, pero lamentablemente esta vez era imposible negarlo. Fabián era el hombre más gay que había conocido en toda su vida y también el que más impresionado con ella estaba.
Había cortado su largo cabello castaño en capas, arreglo su flequillo y uso un rizador para resaltar las ondas naturales. Maquillo su pálido rostro, puso esmalte en sus uñas y paso horas buscando entre el montón de vestidos que había traído. Finalmente se habían decidido por uno negro que según Julia era precioso. Por segunda vez desde que había quedado ciega, maldijo el hecho de no poder verse.
— ¡Ahora el toque final! Date la vuelta, querida. — obedeció sin prestar atención a la sensación de dejavú que esa acción le causo. Se desconcertó cuando sintió un tela ceñirse sobre su rostro ¿le estaban vendando los ojos?
— Fabián, yo no veo. No es necesaria la venda — señalo con sarcasmo, el hombre rió de manera estruendosa.
— ¡Lo sé! Pero la gente que entrara al restaurante esta noche no lo sabe, así que quería darle un toque misterioso a tu puesta en escena. — frunció el ceño, pensándolo unos minutos. Era bastante ingenioso si lo pensabas bien, pero le parecía un poco exagerado, solamente iba a cantar en un restaurante.
Escucharon la puerta abrirse, seguido de una exclamación
— Wow, definitivamente has hecho un gran trabajo, Fabián — Francisco parecía realmente contento con el resultado. Sintió sus pasos acercarse hacia ella.
— Empezaremos con una canción esta noche, ya he dado instrucciones a los músicos, dependiendo de tu éxito, empezaremos a hablar de tu paga y más tiempo sobre el escenario ¿vale? — asintió convencida, no le interesaba demasiado tener mucho éxito, después de todo su principal aspiración no era volverse famosa, pero si eso ayudaba a mantener un techo encima de su cabeza eso bastaría.
Sin embargo, termino obteniendo más, mucho más.
— ¿Isabela, estas lista? — asintió colocándose la venda en los ojos y poniendose de pie. Había pasado una semana desde que llego al hotel y todo se había vuelto una completa locura. Desde el primer día, la misteriosa cantante de los ojos vendados llamo la atención de manera casi inmediata. —. Ojala pudieras ver la cantidad de personas que hay allá afuera ¡incluso hay fila para entrar en el restaurante! No creo poder encontrar un cliente por el simple hecho de que casi no se puede caminar por el hotel
— Lo siento Julia… no es intencional — la mujer rio sin dejar de caminar, el repiqueteo de los tacones resonando por el pasillo.
— No te preocupes, de todas maneras me entretengo bastante ordenando todos los regalos que te dejan, aunque Francisco no me pague tan bien por hacerlo todos los días — Isabela suspiró exasperada, esa había sido otra de las consecuencias del revuelo que había causado. Los hombres ahora revoloteaban a su alrededor como abejas. Según Julia, se debía a que la mayoría de ellos anhelaba lo que no podía tener, y como ella entraba claramente en esa categoría, se había vuelto un gran objetivo para las conquistas de hombres apasionados.
Lamentablemente para todos esos hombres, ella amaba a un solo hombre apasionado al que extrañaba con locura. Había pasado poco tiempo desde que se separaron y se sentía realmente vacía. El único consuelo disponible era aquel trabajo que servía para mantenerla distraída de su propio dolor.
— ¡Aquí están! — Francisco se escuchaba desesperado y todos estaban realmente agitados en aquel almacén que habían convertido en un camerino improvisado — ¡Tienes que salir al escenario ya, florecilla! ¡Que todos están ansiosos por verte! — exclamó arrancándola de las manos de Julia y llevándola derechito al escenario donde los aplausos no tardaron en reemplazar el sonido típico que hacían los cubiertos contra la platería.
Luego de una leve presentación por parte de su ahora jefe, finalmente pudo hacerse con el ansiado micrófono. Sin saludar y sin presentaciones de su parte, empezó a cantar según la melodía. Su imagen artística era esa, el misterio, por eso habían decidido que solo usaría vestidos negros cada vez que saliera al escenario. Ella estuvo de acuerdo… después de todo era lo único que la rodeaba, tanto por dentro como por fuera.
La presentación no duro más de una hora, jamás lo hacía. Bajo del escenario rápidamente con la ayuda de Francisco, ya quería esconderse de nuevo en la seguridad de su camerino improvisado, aún se sentía incómoda siendo el centro de atención.
— Te lo dije, Isabela. No he conseguido a nadie, todos los hombres de este sitio están babeando por ti — señalo Julia burlona nada más al entrar a aquel sitio. Tuvo el impulso de decir algo desdeñoso, pero se contuvo.
Tomó asiento y se quitó la venda de la cara, suspirando con cansancio. Ya estaba empezando a dolerle la garganta.
— Sabes que en el momento que quieras podemos tomar un taxi e ir a tu casa ¿no? — aviso su ahora amiga con voz neutra, seguramente al verla tan afligida. Ella negó fervientemente
— Solo es cansancio… además no puedo hacerle eso a Francisco, con todo el dinero que está ganando se volvería loco si me voy así como así.
— Me encerraría en una habitación con un detective hasta que te diga donde estas — la sola imagen de alguien interrogando a Julia le hizo reír a carcajadas, por el simple hecho de que esa mujer primero moría antes de decir algo que no quería, era como una tumba.
— Otra razón más para quedarme, no queremos que Francisco pase horas interrogándote para saber dónde demonios estoy — Julia se unió a su risa
— Ya sabes que no diría nada ni que me torturaran por horas — escuchar el repiqueteo de los tacones nuevamente le hizo ver que Julia se había levantado de donde quiera que estuviera — Iré a ver si encuentro algún cliente dispuesto ahora que finalmente has parado de encandilarlos con tu belleza, si no consigo alguno volveré en unos minutos. Y si lo hago, no te preocupes, Francisco vendrá a escoltarte a tu habitación en un rato.