Cassie Meyer estaba de pie en la puerta de Vidal Forestier, había planeado durante todo ese largo verano las palabras que iba a dirigirle al ermitaño, gruñón y poco educado vecino. En sus manos sostenía siete galletas de avena con jengibre que su padre había hecho para el señor Francisco.
Vidal no fue quien abrió su puerta, sino la figura resplandeciente de lo que nunca sería aquel cruel muchacho, el señor Francisco Forestier le sonreía. El señor Francisco agradecido por aquel detalle de sus vecinos invito a pasar a la hija de su viejo amigo Colton, recordando en aquel instante los pequeños vínculos que tenían en común, si pensaba mejor no eran tan comunes. Tenían la misma edad y no tenían esposas, a diferencia de la muerte de la señora Meyer, su esposa los había abandonado con un pequeño Vidal de doce años, Francisco a pesar de haberse distraído se fijó que extrañamente Cassie había sacado un papel, había dejado el plato en la mesa y con la mirada de Águila buscaba entre el hogar algo o alguien. En cambio, Cassie inmiscuida en sus pensamientos buscaba al oscuro Vidal por la estancia, topándose con paredes vacías, no había árbol navideño, ni luces, ni adornos, en aquel hogar la navidad no existía. Cassie comenzó a sentir pena por los Forestier, un año después de la muerte de su madre, la extraña señora Forestier abandono su casa, su padre Colton le había contado que la mujer era una empedernida cristiana que criaba de una manera muy culta y extraña al pobre Vidal. Mientras divagaba en aquellos pensamientos escucho algunos ruidos, era una batería. Definitivamente Vidal estaba ensayando en la cochera, miro con vergüenza al señor Francisco y con voz baja le pidió pasar a su cochera para hablar con su hijo.
Vidal recordaba con mucha claridad cuando años antes su madre le obligaba ir a la iglesia, pues recordaba perfectamente como le había inculcado odiar la navidad, repudiarla, al pasar lo años, después del abandono ni ganas tenia de salir a jugar o siquiera armar un tonto pino como árbol de navidad. Pero cuando conoció a los tres chicos que ahora conforman con él una banda hubo un pequeño rayo de luz, era una luminiscencia en su camino gris. Entretenido con la batería escucho unos pasos, asegurando que era su padre en busca de comer las galletas que trajo la extraña Cassie que vio llegar por la ventana de su habitación, acelero el sonido haciendo más ruidoso todo, pero cuando uno de los palillos fue arrebatado Vidal confundido levanto la mirada dándose de lleno con unos ojos marrones enormes, tontamente Vidal se echó hacia atrás recostándose de la silla, esperando que diría aquella rara presencia en su cueva de sueños.
-Tengo una propuesta para ti, Vidal Forestier- la voz de Cassie era tenue, para nada segura con aquella mirada azulina encima de ella, penetrante, cazadora. Vidal frunció el ceño y espero a que aquella chiquilla hablara de una vez- Esté mes voy a mostrarte que puedes pintar las navidades de colores y no de ese horrible color que tienes incrustado en el alma- Vidal estaba sorprendido por esas palabras, parpadeando le respondió:
- ¿Cómo vas a demostrar algo que no existe, pequeña Cassie? – había burla en aquella pregunta.
-Déjamelo a mí, Vidal, voy a enseñarte lo que es disfrutar las navidades- y le dejo la hoja con el horario, esperando muy en el fondo que Vidal si fuera a ir a cada uno de ellos, la esperanza era lo último que perdería.
Atrás de la puerta con una sonrisa escuchaba el señor Francisco, por primera vez en años sentía que su hijo volvería a sonreír, aun preguntándose porque Cassie se había tomado tal molestia, su hijo era apuesto, era seguro que había heredado su belleza y Cassie había quedado atontada con tal hermosura, pero aun sobrepasando todo era el gesto más lindo que había visto y planeaba ayudar a Cassie en todo.