Pinturas y Acuarelas.

Capítulo 1. 1

El tiempo regresa, es tan vivido el recuerdo que siento que esto no es más que un fragmento que mi mente tira al aire como si se tratase de una jugarreta. 

Oriol se encuentra sentado junto a una mesilla, taciturno observa los paisajes impresos en fotografías que había tomado en el transcurso de un viaje de hacia tiempo. Yo, o mejor decir, mi representación, está escuchando las celebres melodías de Niccoló Paganini. Lo hago con el propósito de sacar inspiración para el libro que intento escribir en el computador. El ambiente se entre laza para ayudarme y el sol que agotado está a punto de caer es quien más me colabora. Oriol lo otea por el vidrio grande que cubre la habitación. Las aves vuelan al este a resguardarse del frio de la noche que esta pronta a presentarse. Ambos estamos distraídos, cerca, pero sin pensar el uno junto al otro. Puedo ver ahora con exactitud su semblante, tétrico, un poco más de lo usual. Observa las fotografías como si quisiera perderse y escapar de sí mismo. No lo consigue, está nervioso, sus manos tiemblan y aunque es poco evidente lo hacen con frecuencia. Lleva su mano izquierda al rostro y la restriega imitando limpiarse la cara. Se levanta de la silla dejando las fotos esparcidas en la mesa. Ahora va hacia mí pero estoy distraída y no le pongo mayor atención, entonces me ve y he de suponer que piensa lo imprudente que sería distraerme. Camina de izquierda a derecha, lo vuelve a pensar y mientras desatenta de lo que ocurre me pongo a tararear La Campanella que suena como eco tras rebotar en las paredes, se acerca e intenta besarme. Le sonrió para pronto devolverle el beso, es cuando me doy cuenta del semblante tan trágico que demuestra. Me pide acostarse en mis piernas, pongo el computador al lado y le hago espacio para que se acueste mientras comienzo acariciar su cabello rizado y umbroso, imitando a una madre consolando a su pequeñuelo.

Ahora siento un helado aire que recorre cada parte de mí, que distrae y me impide poder detectar el instante en el que dejo de ser espectadora y comienzo a ser aquella que vuelve nuevamente a vivir la escena.

 

- Cuando era pequeño no era feliz... - Trago saliva - creo que nunca me he sentido dichoso.

- ¿No lo haces acaso conmigo?

- Tus eres... eres como esa cancioncilla que ponen en el bar después de la cadena de estupideces que han sonado antes - Me sonrió y después fijo la mirada al techo. - pero sabes con exactitud que después vendrán canciones aun más torpes.

- Te refieres a que la dicha de esta cancioncilla no justifica lo pésimo de las demás.

- A veces lo hace. Le comienzas a encontrar el sentido a la letra y ¡genial!, es estupenda, es más, no importa, con esa basta. No dejas de repetir y repetir la melodía pegajosa que te ha dejado, como si se te hubiese pegado en el paladar porque la saboreas en los labios. Es cierto lo que te digo. - Hizo un tosido fingido - Pero no podría mentirte, si hago tal cosa rebajaría lo que somos. La cancioncilla no es suficiente... no aminora el dolor que en su mayoría siento, y el que en mi mente tenga todo el tiempo el perfecto sonido de esa canción, lo que está a mi alrededor nunca deja de escucharse y me entorpece la dicha que me causas.

- ¿Qué puedo hacer para que pienses diferente? ¡Dime y lo hago!

- No puedes hacer nada...



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En el texto hay: tragedia, poesia, tristeza romance

Editado: 25.12.2018

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