Antier a esta hora... – Dijo Leo viendo su reloj mientras seguía conduciendo. - Le estaba tomando el pulso a mi hermano y jodidamente me tocó aceptar que su decisión no tenia marcha atrás. – Vi la hora, tenía razón. - ¿Crees que en última instancia pudo haberse arrepentido?
- No, An. Tenía conviccion en el hecho. Tú estabas en la habitación, de haberse arrepentido hubiese gritado. En cambio se recostó en la tina mientras las muñecas le ardían y de a poco se iba poniendo débil. Tuvo la fuerza, la convicción y la paciencia para esperar a que todo concluyera…
- ¡No digas más! - Le interrumpí. - Solo la imagen suya yaciendo es sufiente para sentir perder la razón.
- Lo siento. - Reacciono - Estoy igual que tú. No puedo dejar de pensar en eso, y no puedo...
- Hablarlo con nadie. Porque todos lloran pero nadie habla de las cosas, del por qué de las causas. Como si a nadie le interesará el porqué de lo que hizo. - Calló y yo lo seguí viendo hasta que pude volver a soltar la pregunta - ¿Por qué lo hizo? - Leo se puso tenso, las manos comenzaron a sudarle y cuando quiso responder su voz flaqueo. - No... no lo sé, An, por... por qué precisamente yo tendría que saberlo...
Había poca gente en el cementerio. En sí, las personas más allegadas a la familia Vilverg.
El sacerdote había llegado antes que todos, verlo parado ahí me causó tal ironía, y es que era un mal chiste de la vida y para entender tal tuve dolorosamente que recordar la última conversación que tuve con él: