El Mar (Prólogo)

Pensó que estaba muerta, su cuerpo no solo le decía que era cierto, también su mirada pálida de seda, tan suave como un bebé recién nacido, tan frío como el hielo del sur.

Su mirada estaba perdida, no podía creer que se había ido, una chica de cabello rubio como los girasoles al amanecer, sus ojos azules iguales al océano inmenso de peces. Al menos todavía tenía a su hijo sano, fuerte, con el mismo color de su pelo y los ojos de su padre.

Pero sentía su pérdida, el vació, un gran hueco en su corazón. No creía que estuviera pasando esto, perder a su hija, era tan duro, tan horrible.

Así que arrojó su cuerpo al agua, para que su padre pudiera llevarla al otro lado o quedársela en su barco para luego verla una vez más.

Se imaginaba la reacción de su padre, la sonrisa suave de alegría, reconocería que ella es su hija, pues su cara es idéntica al de él y su cabello al de ella. Tal vez estaría triste por un tiempo, pero se alegraría tener una parte de ella y él juntos, en una sola persona, llena de ternura y amor, de los dulces lagos y mares de aquella isla. 

Sintió un gran presentimiento, la marea subía, era hora de irse, no dejaba de preocuparse por la dulce niña de su corazón, tenía miedo de no verla nunca más.

 Soñar con esos ojos azules apagados, su cabello rubio desteñido, su mirada vacía en el mar, no quería recordar eso; solo miraba hacia adelante donde la veía brillante como el sol a punto de salir, alegre por verla, con esa sonrisa que sería igual a su padre, esos ojos sacados de su madre antes de morir, teniendo temor al reconocerla y salir corriendo tras ella recordando que es su madre, aquella que daría la vida por ella, a pesar que estuviera muerta.

Tenía tantas ganas de tenerla en sus brazos no como una ida, sino un regreso, sin importar que fuera poco tiempo que estuviera con ella, lo único que pedía era verla, viva.

Pero jamás la volvió a ver.

Al menos no por un largo tiempo.

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Tessa Briseño. La Colibrí