Piratas Hasta la Muerte

¡Brinda conmigo!

     Todavía recuerdo aquel día. La besé mientras estallaban los bombardeos de cañones, y juro que nunca me he acercado tan apasionado a nadie como aquella vez. Con caricias le prometí que saldríamos de ésta, que bailaríamos y cantaríamos a viva voz en jolgorio bajo la luna; aunque en parte lo lamento, porque lo único que conozco son canciones tristes. Astillas llovían por todos lados y tuve que soltar su mano para buscar mi espada enfundada en mi cintura.

 

―¡Que Dios se apiade de nuestras almas! ¡Y que nuestras musas encuentren el camino de regreso a casa! ―exclamé antes de salir a cubierta.

―Antonelo Bravia, creí que yo era tu musa ―reclamó con un aire coqueto mi doncella.

―Con tus mismísimos labios robas las canciones de mi alma y perfumas mis pesadillas de fiero coraje ―agregué―, más que mi musa, eres mi diosa ―. Los piratas guiñamos el ojo, y esta no fue la excepción. Los piratas también, aunque parezca difícil de creer, escribimos poemas, aunque nuestra tinta es la sangre de nuestros enemigos.

 

     Todos mis hombres estaban listos para abordar al Lujuria de los mares, embarcación gigantesca de velas negras y de tripulantes con ojos de fuego. Roguer Mani anunció desde lo alto de la canastilla, en el poste sobresaliente de nuestra nave.

 

―¡Tienen miedo! ― sacó su pistola y dio un grito de guerra.

 

     Era hora del enfrentamiento.

 

     Al salir, mis hombres se irguieron ante mí con respeto. Pero con aún más caballerosidad ante mi amada. De piel blanca como la luna y de mirada penetrante, fulgurante, de un violeta que jamás he visto portar a nadie. De nariz fina, de cabello que jugueteaba con la brisa bajo un sombrero negro que exhibía una calavera en su parte posterior. Piernas largas que me hacían perder la cordura, labios tiernos y rosados que me hacen olvidar que la muerte existe. La noche es fría, pero es ella quien provoca en mí esos escalofríos.

 

―¡Caballeros!, esta vez yo invito a los tragos… ―dije.

     Gritos y ánimos. Una docena de piratas al borde, a punto de saltar e invadir a uno de los barcos con más leyendas y temidos de los siete mares. Roguer Mani y otros cinco lanzaron las cuerdas para enganchar a la gran bestia de los océanos mientras esta nos disparaba con sus cañones sin piedad; y así fue como tras un fuerte choque, nave con nave, costado con costado, saltamos.

 

     Aún hoy día la impresión de ese momento me estruja el corazón de igual forma, sin embargo, me es difícil describirlo. Eran sombras. Se movían con una rapidez casi imperceptible. En lo que significaba su rostro, dos llamas de fuego rellenaban sus cuencas y dientes como de agujas armonizaban una sonrisa extensa y gélida. Una figura femenina observaba todo, a nosotros, a su pequeño ejército de hombres fantasmales. Vestía una capa roja y ocultaba su rostro bajo un sombrero del mismo color.

 

­―¡Braa! ―espetó la capitana del Lujuría de los mares, y entonces esas figuras andantes arremetieron contra nosotros.

 

     En medio del mar luchamos. Esos seres compuestos de oscuridad eran fuertes, pero nadie enarbolaba sus hojas de metal como nosotros.

 

―Capitán, ¿recuerda cuando nos enfrentamos a esos monstruos de las arenas? ―preguntó Roguer Mani mientras incrustaba su espada en la boca sonriente de una esas figuras; el ser oscuro expidió humo y se desvaneció en el suelo, muerto.

―Hace diecisiete inviernos, bestias sangrientas, lo recuerdo claramente, amigo mío ―contesté al agacharme esquivando un manotazo de un oponente.

―¡Pues todavía tengo arena en el culo! ―Exclamó. Reímos a carcajadas.

 

     A continuación, unos de los gritos más aterradores que he escuchado resonó a nuestras espaldas. El mástil de la embarcación se partió en dos y el suelo bajo nuestros pies se resquebrajó. Mi amada sujetaba por las espaldas a la mujer de la capa roja, y con una daga de oro le había rebanado el cuello. Cual cascada, sangre del tono del carbón brotó de su garganta a chorros. Ella era como una rosa. Te arrebataba suspiros y te embriagabas con sus caricias, pero al mismo tiempo, peligrosa e impredecible con sus espinas empuñadas desde su tallo. Me he enfrentado a villanos poderosos, a gigantes inquebrantables, y solo ella ha sido capaz de doblegar este corazón. ¿Cómo puede este pirata resistirse a esta doncella? Las figuras de inmediato se desvanecieron en el aire.

     Con una patada, la puerta cedió. Y atada con cadenas, en una tina de agua, se hallaba una sirena. Entramos en esa habitación que antes era el cuarto personal de Capa roja. Habían estantes repletos de cráneos de mamíferos y envases que probablemente eran pociones; innumerables artículos estaban guardados en cofres de todos los tamaños. Un verdadero pirata es uno que guarda recuerdos de sus batallas, al parecer fueron muchas. Pero ella no era una pirata, las brujas son brujas, y nada más.

 

     Tenía mechones de cabello pelirrojo pegados, esparcidos por toda la cara, dejando ver sus ojos tras ellos, azules como una laguna apacible. Ambas manos estaban apresadas por grilletes oxidados, y su cola se movía inquieta desparramando cada vez más el agua en el interior de la tina.



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En el texto hay: misterio, accion, amor

Editado: 08.11.2020

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