Dicen que por allá de marzo de 1970 fue cuando nací, exactamente un 16. Las monjas de mi orfanato me cuentan que ese día fue cuando me encontraron en una canastita, era un bebé recién nacido, pero estaba tan bebé que afirman que ese mismo día fue en el que nací. Fue de madrugada, y dicen que por lo fuerte de mis llantos salieron a ver qué sucedía y me encontraron llorando desconsoladamente. Desde ese entonces vivo en este orfanato, durmiendo en una cama muy chiquitita y en el mismo cuarto que otros ocho niños. No me quejo, siempre he pensado que me pudo haber tocado un destino peor. Pero yo me considero un niño solitario, así que no me gusta mucho convivir con los demás. Es más, desde que tengo memoria recuerdo esconderme debajo del comedor, me llevaba mi cuaderno y mis crayolas para poder dibujar a solas sin que nadie me moleste. Pero, crecí y ya dejé de caber ahí abajo, así que mejor me salgo al patio.
Y si no estaba en el patio, estaba leyendo un libro bajo las sábanas de mi cama. Han sido buenos momentos de verdad, aunque me hubiese gustado tener una mamá o en general tener familiares, pero estando aquí me la he pasado bien. Pero, ya es hora de despedirme de este lugar, tomando mis maletas y alzando mi cama por última vez.
Hoy es un día caluroso de verano, exactamente agosto de 1985. Aunque aún sea adolescente, el orfanato dónde vivía solo aceptan menores de quince años. Y por ley, dice que, los huérfanos deben de ser trasladados a una escuela internado que igualmente es un orfanato. Así que me mudaré a una nueva casa hogar y al mismo tiempo empezaré la preparatoria. A la hora de llegar me pareció impresionante, la escuela es muchísimo más grande que el orfanato dónde provengo. Miro a través del vidrio del taxi, maravillado. Aparte, la iglesia no parece una como tal, parece una catedral, o al menos eso aprecio desde en dónde estoy.
"¿Y donde se supone que está el joven Lewis?" Logré escuchar una vez me bajo del taxi. Yo de inmediato tomo mis cosas, que consta de una mochila y mi peluche preferido, abrazándolo entre mis brazos.
──Yo... Yo soy, señorita directora.── Le contesto con nerviosismo en mi tono de voz, sintiéndome tan pequeño a su lado por su dominante mirada.