Plaga: Invierno Negro

Prólogo. – El amanecer de una aventura

Los seres pensantes poseemos cierta afinidad a la corrupción. Desde el más pobre y miserable, hasta el más rico y miserable; Existe, junto a nuestra chispa divina, una oscuridad que no queremos reconocer, y sin embargo está allí. Incluso nosotros, los elfos de la luz, los primogénitos de la magia, a menudo olvidamos, deliberadamente, que toda luz proyecta sombras.

Así que, dicho esto, tal vez yo, una alta elfa, no sea la más apropiada para contar ésta historia. Pero, ya que todos compartimos ese pecado original en nuestra esencia, ninguno lo sería. Lo único que me separa del resto de mortales es que yo, por un privilegio que a día de hoy sigue pareciéndome dudoso, estuve allí. En un tiempo que ya me es difícil precisar, en el que la codicia y la ambición tomaron forma humana.

Pero no… Eso sería adelantarnos y echar a perder una gran e importante parte de la historia, sin la cual sería imposible comprenderla en su totalidad. Así que empezaré por el principio, por mi principio. Por el momento en el que todo comenzó para mí.

 

El día amanecía apacible en la pequeña ciudad humana de Lorecia, un lugar de paso situado al noroeste del reino humano de Arquilia, por la que cruzaba la llamada “Ruta de las Raíces” que, procedente de la lejana ciénaga del sur (Que era la principal exportadora de raíces medicinales), sorteaba la cadena montañosa del Dragón para adentrarse en el Reino de Valarys, que ya era territorio elfo.

Era, por tanto, una de las últimas paradas que aún pertenecían al dominio humano, por lo que servía como ciudad de acopio de provisiones para viajeros, punto de comercio suculento para los comerciantes enanos, un muy buen lugar para los cantineros, y un punto caliente para los sanadores y magos. Y, para sus habitantes, un lugar pacífico y tranquilo.

La ciudad, que se desperezaba como cualquier otra mañana, con los sonrosados dedos de Klynian avanzando por el cielo, estaba dividida por los cuatro caminos principales que habían establecido los primeros colonos, en dirección a los cuatro puntos cardinales, dividiéndola, aún sin saberlo, en cuatro barrios principales:
El primero y más importante era el que albergaba al gremio de magos, con extraños edificios, de los que salían frecuentemente nubes de humo y olores aún más exóticos, y a cuya cabeza estaba el templo de los dioses, con su magnífica torre vigilando desde las alturas. El segundo, enfrentado, era el barrio comercial, donde pasaban los aventureros, con varias posadas, rodeadas de puestos y tiendas de comercio. Otro era para los habitantes, los lugareños que se dedicaban principalmente a la artesanía, ganadería y agricultura, y en el cuarto, el situado más al sudeste, era donde se encontraba la gente más adinerada, presidido por la señorial casa del Gobernador de la región, que parecía rivalizar con la torre del templo.

Aquella era la ciudad donde la elfa había decidido asentarse, al menos hasta que la llamada de la aventura volviera a sacudir sus huesos, era un lugar agradable. Aquella mañana, por ejemplo, había comenzado con una caravana de enanos, que accedía por la puerta sur, algo que indicaba que seguramente procedían de Nydia, la capital de Arquilia. Con su habitual diligencia y sin perder un minuto, extendieron sus mercancías, alzando sus puestos y sus voces curtidas por el tiempo, que comenzaron a resonar por las calles, aún vacías a tan tempranas horas.

Como si fuera producto de un mecanismo de relojería, las posadas y hostales se abrieron, vomitando numerosos jóvenes modernos, de éstos que desprecian la milicia y no entienden el honor de luchar por la patria, que han decidido buscar Gloria haciéndose un nombre por sí mismos, sin estar bajo el mando de nadie. Esto significa que, por lo general, andaban bastante escasos de recursos económicos, y por tanto tenían que apresurarse para conseguir los mejores equipos al mejor precio.

Por desgracia para ellos, los enanos no son en absoluto nuevos ni modernos, y es muy difícil sacarles algo realmente barato, a pesar de que su labia te dé la impresión de que te están vendiendo una verdadera ganga. Eso es algo que aprenderían con el tiempo, si es que realmente llegaban a sobrevivirle al oficio.

Por otra parte, la entrada norte también estaba siendo ocupada, aunque ésta vez los comerciantes que se colocaban a los lados del camino no eran bajos y gruesos, y no vendían armas ni armaduras, si no verduras y hortalizas: Eran los granjeros, que traían sus productos de temporada, y su clientela, no tan inocente ni tan joven, pero también, desde luego, interesada en lo que se vendía.

Los ciudadanos más respetables, por su parte – es decir, aquellos que no tenían que ocuparse de tareas tan mundanas como las compras del día ni necesitaban preocuparse por su seguridad – se preparaban para una sesión de ritos litúrgicos, agradeciendo a Klynian por el día que les regalaba como de costumbre. No tan suaves ni refinados eran los taberneros, ya que, en vez de acoger fieles, los devolvían a la calle, sabiendo que dormirían y volverían – al igual que los ciudadanos respetables – al anochecer, aunque lo único que veneraran fuera el alcohol de sus barricas.

En resumen, aquel era un día como otro cualquiera. Ningún oráculo anunció nada especial, y ningún mago hizo ningún descubrimiento que cambió las leyes de la naturaleza para siempre. Es decir, es probable que alguna cosa impresionante ocurriera en algún lugar del mundo, pero allí lo único que pasó fue que las manzanas estaban especialmente brillantes en su puesto favorito.

Así que, tras darle un mordisco a una de ellas, y pasearse un rato por los mercados, echándole un ojo más experto de lo que parecía a las armaduras y equipamientos de los enanos – que, dicho sea de paso, estaban vendiendo por casi el doble del precio que le correspondía – la elfa decidió ociosamente dirigirse a la salida oeste, apostándose bajo un árbol para matar el tiempo molestando un poco a su guarda favorito.



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En el texto hay: aventura epica, accion, medieval

Editado: 14.05.2020

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