Plaga: Invierno Negro

Capítulo 2. – Funeral Loreciano

La vida campestre puede parecer sencilla, pero no lo es. Hay cientos de factores que influyen en que un año sea un éxito total o una catástrofe, y muy pocos son controlados por la gente. Que un año llueva más, o menos, haya cierta plaga o el precio del grano suba o baje. Un montón de factores ante los que sólo se puede pedir bendiciones y hechizos climáticos a los magos nómadas de la corte.

Que nadie piense que la vida de campo es sencilla, o siquiera lenta. Los cultivos crecen de estación a estación, sí, pero en el día a día pasaban montones de cosas importantes. Por ejemplo, hace un mes, Noyce, la hija de Biggs, iba a la ciudad con la mercancía cuando la asaltaron por el camino, y tres días después estaba saliendo con el galán que la había salvado. Por ejemplo, ayer mismo, el pequeño Danael era enterrado por la familia Heinz, tras una muerte repentina que había roto la Villa, y hoy, intentaba con ahínco echar abajo la gruesa puerta del desván, para atrapar a su madre y su hermano pequeño, que se escondían aterrados.

Se pegaban a la pared opuesta de la puerta, tratando de fundirse con las piedras, y pegando un bote a cada empellón que le pegaba el niño a la puerta.

– Mamá… – Lloraba el pequeño en brazos de su madre. – ¿Qué le pasa a Dan? Tengo miedo, mamá… Ayer me dijeron que tenía que decirle adiós… ¿Por qué volvió?

– No… – Respondía su madre, con lágrimas en las mejillas y apretándolo fuerte contra su pecho. – Ese no es Dan. No es tu hermano…

No podía serlo. No después de lo que le había hecho a su padre. Pero no tenían tiempo de pensarlo ni decidir qué hacer, porque, tras un largo rato de intentarlo, el pequeño Dan – o lo que fuera que tenía su apariencia – estaba agrietando la puerta gruñido a gruñido, golpe a golpe, arañazo a arañazo.

¿Qué habían hecho mal? ¿Cuándo o dónde habían ofendido a los dioses? Habían hecho todos los rituales, seguido todas las instrucciones de los magos, pagaban honestamente el diezmo… ¿Quién había decidido castigarlos así? Klynian, Molbazaar… Según se resquebrajaba la puerta con cada embestida, comenzó a rezarles. Y entonces… Entonces los golpes se detuvieron, y madre e hijo pudieron oír el característico chirrido que hacía la puerta de fuera al abrirse.

– ¡Aquí! – Dijo una voz masculina, que les resultaba vagamente familiar. – ¡Aquí hay otro! Por Klynian, es un niño… ¡Ven rápido, Chanty!

La señora Heinz oyó una mezcla entre gruñido y risa gutural al otro lado de la puerta, y algo metálico desenvainarse, y supo lo que iba a pasar. Y no pudo evitarlo. – ¡No! – Gritó, soltando al pequeño y lanzándose hacia la puerta.

– ¡No lo maten! ¡Es mi…!

Pero un silbido cortó su ruego en seco, un silbido que acabó de golpe, cortante, convirtiéndose en una punta de flecha dorada que atravesó la puerta y sobresalió ante ella.

El hombre llamó, desde el otro lado, y el pequeño se levantó y fue con ella. – ¡Mamá, es Leon! ¡El soldado! – La madre le miró, sin entender. – Sí, ¡ha venido a ayudarnos! – Continuó, y destrancó la puerta, antes de que ella pudiera detenerlo.

Leon tenía sangre en la armadura, pero la mirada amable: Era el mismo chiquillo inquieto al que la señora Heinz había visto jugar con sus hijos mayores, correteando por la vereda como si hicieran desfiles militares.
Lo acompañaba una mujer hermosa, de melena rubia, que vestía una armadura extraña y con filigranas y tenía un arco a la espalda.

– Estaba… Estaba… 

– Estaba muerto. – Le dijo la mujer, tomándola de las manos. – Lo lamento mucho, Señora Heinz. Su hijo murió, pero alguien estaba manipulando su cuerpo usando magia oscura.

– ¿Quién…? ¿Cómo…? – Fue capaz de articular ella.

– Es una alerta máxima. – Dijo Leon, acariciándole la cabeza al niño. – Los primeros casos fueron al norte de aquí, hace un par de días, y el Gobernador ya tomó medidas, mandándonos a todos a las Villas, pero ya es el séptimo caso en ésta. – Miró a la puerta, que, abierta aún, le ocultaba el cadáver a la vista. – Dime, ¿Has sabido algo de mi familia? ¿Sabes si están bien? No creo que hayan podido llegar hasta allí, pero…

– ¿Crees… Crees que pueden haber sido los elfos? – Preguntó la señora Heinz. Sí, aquello tenía que ser. Esos horribles elfos del norte, con sus hechizos y su imperio. Siempre le habían dado mala espina. El chico dudó, pero la mujer la tomó de los hombros. Cuando se inclinó hacia ella, la señora Heinz vio sus orejas picudas asomar entre mechones rubios. Una elfa.

– Señora Heinz, le aseguro que, cuando sepamos quién le está haciendo esto a la gente, quién ha levantado el cuerpo de su hijo de la tumba, le aplicaremos la pena más dura que conozcamos. Sea hombre, hada o elfo. Se lo juro por Klynian.
La señora Heinz asintió, sin saber qué decir o hacer.

– ¿Y todo esto por una manzana? – Los sobresaltó la vocecita del pequeño. – Pues casi pillo yo otra…

– ¿Qué estás diciendo? ¡Cállate! Ha sido un mago, ¿Es que no has oído? – Le pidió la madre, sintiendo sus ojos llenarse de lágrimas de nuevo, pero la elfa se inclinó ante él para ponerse a su altura.

– ¿Qué quieres decir? ¿Qué manzana? – Eh… Fue hace dos días… – Miró a su madre, dubitativo. – No se lo dije a mamá porque pensé que se enfadaría… 

– Está bien. – Le dijo la elfa, sonriendo de forma encantadora. – Cuéntamelo.

– Fue cuando fuimos a la feria de Tressex… – dijo él. – Papá dice que siempre tenemos que estar atentos a los precios de las cosas y por eso nos lleva a veces al pueblo. Me aposté con Dan tres saltamontes a que no le pillaba una manzana del puesto de la señora Maggard, pero lo hizo porque yo sé pillar saltamontes mejor que él, y luego se la comió… – Llegado a éste punto, sollozaba, sabiendo que había obrado mal, y miraba a su madre. – Ayer se quedó frío y quieto, y nadie sabía por qué era, pero yo sabía lo que había hecho, y sabía que había sido malo y que había sido por mi culpa… Él no quería hacerlo, yo se lo dije. – Comenzó a llorar, abrazándose a su madre. – No quiero que los dioses lo castiguen, mamá…



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En el texto hay: aventura epica, accion, medieval

Editado: 14.05.2020

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