Los viajeros aspiraron el aire, que tenía un deje de irrealidad, una especie de ensoñación, desde que dejaron las montañas. Frente a ellos se encontraba el Valle Dorado, el lugar más mágico al sur de Valarys, y el más cercano a éste.
Desde hacía cientos de años, la presencia de la Torre de Marfil convertía aquel lugar en un lugar único, lleno de espíritus y criaturas mágicas, donde humanos y elfos vivían en armonía entre sí y con otras criaturas, como las hadas o los gnomos.
La mayor parte del valle, al menos desde donde lo vieron ellos, se encontraba cubierto de un suave bosquecillo de hojas doradas, que reflejaban la luz de la mañana. Era el Bosque del Tesoro, llamado así por los primeros humanos que lo encontraron, protegido de las inclemencias del exterior por la Cordillera del Dragón a su alrededor. En su interior, los espíritus campaban a placer, encarnados en distintos animales más o menos comunes, que convivían con varias comunidades, que eran las que, tradicionalmente, daban la bienvenida a los viajeros.
Las hadas de las flores eran hospitalarias y a la llegada de los viajeros, cansados tras la ardua ruta por las montañas, siempre les ofrecían un tentempié hecho de néctar o miel, a cambio de un poco de compañía y algunas historias del exterior. Los gnomos, por su parte, eran más huraños y solemnes, pero buenos comerciantes, y los mejores artesanos de la madera de todo el reino: Efigies, decoraciones, e incluso instrumentos… La madera de árbol de oro era la más valorada de la región.
A la salida del bosque estaba la fortaleza elfa, una construcción barroca en la que vivía la comunidad elfa, que convivía con los magos humanos, enseñándoles su magia y filosofía particulares – todo el mundo sabe que si hay algo en lo que los elfos sobrepasan a los hombres es en magia y filosofía – e investigando con su ayuda.
Esa era, al menos, la explicación oficial, ya que era de sobra conocido entre la comunidad de magos que lo que había en esa fortaleza era un escuadrón de magos militares elfos, que se encargaban de proteger tanto la Torre como sus recursos e inversiones en su interior, controlando la dirección que tomaban las investigaciones y a qué oídos llegaban.
Pero, en el fondo, no era algo que preocupase a nadie: Gracias a la educación e influencia elfa, los magos e investigadores eran naturalmente reservados, y no tendían a compartir sus secretos con los humanos corrientes, tan ignorantes y desconfiados.
En resumen, la vida en el Valle Dorado era tranquila y agradable, y los viajeros, siempre que no consistieran en un escuadrón militar, solían ser bienvenidos. Y su comitiva iba encabezada por una elfa y un mago militar. ¿Qué podía salir mal?
Después de que Roy les explicó que en la Torre de Marfil se investigaban, entre otras cosas, las cualidades del Árbol Sagrado, Glassind, no hubo mucho más que discutir, ya que era evidente que tendrían que ir hasta allí: Los magos no eran precisamente colaboradores con el reino, y no le rendían cuentas a nadie, por lo que para obtener su ayuda deberían ir personalmente hasta allí.
Sobre la comitiva, al principio barajaron la posibilidad de entrar con un escuadrón de soldados para evitar posibles resistencias, pero Chanty pronto los disuadió, ya que sabía que la presencia militar en la Torre no conllevaría nada bueno.
Además, había que tener en cuenta la fortaleza elfa, que no permitiría el paso de tantos soldados y pondría en alerta a Valarys, algo que no querían provocar.
Al final, consiguieron convencer al consejo de reducir al máximo la comitiva, y componer ésta de Chanty y Roy, dos conocidos de los elfos y de la torre, que no levantarían sospechas al acercarse y que contaban con la confianza suficiente de los investigadores como para estudiar la Raíz.
La única condición que puso el Consejo fue la participación de Leon. Tenía que presenciar aquello y verlo todo hasta el final, dijeron. Había sido él quien viera iniciar todo, así que era él quien debía seguirlo hasta el final. El chico se preocupaba por si habían decidido convertirlo en cronista, pero Chanty sabía bien que con ello lo que hacían era colocar a alguien de su equipo en la comitiva, alguien que había jurado lealtad y obediencia al Rey. Chanty era una elfa, y Roy un mago que sólo era leal a sí mismo. Leon tenía un juramento, y, más importante, tenía familia entre los humanos. No podía traicionar al Rey.
Así que, tras hacerse con una orden del Rey para los de la Torre y una actualización de rango de Leon, que había pasado a ser un Agente del Rey, y había recibido nuevo equipamiento, los tres marcharon hacia el Valle Dorado, haciendo una parada en casa de Leon, donde la madre de éste agradeció a Chanty y Roy el cuidar de su hijo y le hizo prometer a éste que se portaría bien, algo que al mago le resultó muy gracioso.
Para cuando el equipo hubiera superado las montañas del Dragón, los magos deberían haberlos detectado. Era un camino lento y difícil que permitía, cuanto menos, la lejana visibilización de los objetivos, y ya ni hablar de las barreras mágicas o espiritus de la zona.
Por eso aquel silencio sepulcral resultaba aún más inquietante.
Una hoja seca crujió bajo la bota de Leon, y Roy se la quedó mirando, extrañado. Estaban en Despertar, la estación en la que brotaban los árboles y los animales salían de sus refugios. Aquella hoja… Aquel estado del bosque, no tenía sentido.
– Algo me da mala espina. – Se adelantó Chanty, mirando a su alrededor. El viaje por las montañas, aunque fue rápido, había tardado más de lo que ellos pensaron, y ya estaba anocheciendo. – Este lugar está envenenado. No es el Valle que yo conocía.
Las sombras se alargaban por doquier, y los árboles parecían retorcerse, inmóviles, a su alrededor. Avanzaron, con cautela, mientras una brisa fría que no traía buen augurio los envolvió. Continuaron, dando vueltas, alertas, esperando el ataque de un orco o un animal salvaje. El silencio era opresivo, parecía caer sobre ellos como una telaraña que impedía sus movimientos. Y entonces…
Editado: 14.05.2020