–¡No pueden ignorar los hechos! – La voz de Chanty resonó en la cámara. – ¡Si de verdad están ahí arriba para hacer una diferencia, para mantener la paz, deberían ser capaces de ver más allá del puente de su nariz!
Leon suspiró, temiendo que en cualquier momento los Cascos Blancos que custodiaban la entrada a la cámara los echaran, como los pordioseros que parecían ante toda aquella perfección.
Mármol blanco con veteado de oro, cubierto de tapices que no parecían hechos por mortales, al lado de aquel lugar, el Castillo de Nydia, en Arquilia, parecía poco más que un fuerte. Todos allí parecían vestidos con sus mejores galas, y no sólo eso, éstas parecían haber sido creadas exclusivamente para ellos.
Él… sólo vestía lo que llamaba traje de domingo, con una chaqueta formal sobre la cual llevaba una de esas capas de un solo hombro, atada con una cadena dorada. En Lorecia habría parecido un príncipe. Allí…
Chanty, por su parte, escogió un vestido blanco con retoques dorados, que a juicio de Leon le quedaba más que bien, y que además lucía un par de placas plateadas, con filigranas doradas, que recordaban a los uniformes de escuderos elfos. El pensar en una mujer elfa sirviendo de escudera, según Alphonth, era algo nunca visto, pero ante eso, Chanty asintió, y dijo que en la academia pensaron lo mismo, hasta que les hubiera asfixiado con un torniquete aprendido, a base de sufrirlo, de sus hermanos humanos, quienes, a su vez, lo habían diseñado exclusivamente para que ella dejara de vencerlos.
Y Leon descubrió entonces que la vida de Chanty a lo mejor no habría sido tan fácil o perfecta como él pensaba, que antes de su familia ella habría tenido que pasar por mucho. Lo suficiente como para plantarse ante los elfos más influyentes del mundo igual que se había plantado ante aquel perro rabioso para proteger a sus hermanos. Igual que se plantaba ante quien tratara de estafarla, o igual que había enfrentado a aquel uro en el Bosque Dorado y lo había salvado. Leon había estado allí siempre junto a ella, admirando aquella determinación en sus ojos que era capaz de bajar a los elfos de sus tronos y palacios y convertirlos en simples perros que querían atacar a los suyos.
Así era Chanty, y ahora, al verla, no sólo notaba a la poderosa elfa protectora de la familia. Ahora la veía como su compañera, una idea que le hinchaba de orgullo el pecho y le daba un calor que necesitaba expresar.
Uno de los representantes dijo algo en élfico antiguo, un lenguaje que Leon no conocía. Por suerte, el traductor sí hablaba Alfio, la lengua más coloquial para los elfos, que también hablaban en Arquilia.
– Te hemos permitido hablar en ésta cámara a pesar de tu atrevimiento… – Tradujo, en una advertencia. – No eres más que una escudera, no quieras dictarle lo que debe hacer y lo que no a un Consejero Elfo, la voz de éste nuestro pueblo.
– ¡Un pueblo que muere día tras día! – Repitió ella, sin amilanarse. – Las granjas se secan, los mercados se vacían, y los muertos recorren la tierra. La oscuridad se está propagando por nuestros reinos, ¿Y qué hace el Concilio? ¡Preguntarse qué tipo de impuesto ponerle al… orégano!
Otra de las consejeras, de cabello blanco y rostro tan atemporal como Chanty, aunque mucho más altivo, hizo un gesto con la cabeza, con un comentario que provocó que ella resoplara, mientras uno de piel gris intervenía en aquel extraño y musical lenguaje, irritado. La mujer le lanzó una mirada y unas palabras, volviéndose luego al interprete, que asintió.
– Esa terrible plaga de la que nos hablas no es más que el ataque de un nigromante. No es extraño que los elfos oscuros…– Miró de reojo al representante de dichos elfos. – O, mejor dicho, algunos de ellos, conciban la idea de extender su dominio sobre el resto de nosotros. Nuestros ejércitos ya se han puesto en movimiento, y nuestros magos buscan la causa. No hay de qué preocuparse.
– ¡El culpable ya debe haber alcanzado el Árbol Sagrado en lo que estamos enzarzados en discusiones! – Gritó Chanty. – ¿No lo entienden? Su mayor tesoro está siendo profanado por la avaricia de un simple mago…
– Eso no tiene ningún sentido. – Replicó la Consejera, por vía portavoz. – El Árbol Sagrado es Superior a todos nosotros. Pretender creer que un simple hechicero de pacotilla es capaz de contaminarlo es un pensamiento poco inteligente, propio de una simple escudera.
– Tal vez no sea más que una escudera. – Replicó Chanty, conteniendo la rabia. – Pero soy consciente de lo que ocurre en mi mundo sin encerrarme en una torre de mármol, ciega y sorda a las necesidades de mi pueblo. – No había terminado ahí, y ya incapaz de contenerse, dejó atrás los modales y avanzó. – ¡Al menos yo no pacto bajo mano los precios de los alimentos mientras mis pueblos se mueren de hambre! – Y otro paso, y otro más, y los guardias la interceptaron cruzando dos lanzas, que ella, lejos de achantarse, agarró con fuerza para seguir con su diatriba.
Otro elfo intervino, de piel verdosa y ojos ámbar, con voz punzante y acusatoria, y antes de que el traductor pudiera hacer lo suyo, Chanty se la devolvió, apartando la discusión de Leon.
– Ha… Ha dicho algo de que, si el hechicero es humano, serían éstos a los que habría que castigar. – Dijo vacilante el intérprete, con la discusión de fondo, incapaz, también, de seguir el ritmo a la traducción.
Leon miró a su alrededor, al resto de consejeros, que observaban a su vez a Chanty sumamente indignados. No sabía qué estaban diciendo, pero no les gustaba. Intervenir para calmar los ánimos cruzó por su mente, pero ambas partes eran inflexibles y comenzar a gritar (los insultos se entendían hasta en idiomas desconocidos) no parecía lo más productivo. Pero, ¿no era esa la idea? Hacerles ver que su mundo no era de mármol ni oro, ni hermosas esculturas. Chanty, la escudera y la elfa del pueblo, se elevaba hermosa y terrible oponiéndose a aquellos viejos apoltronados.
Editado: 14.05.2020