Plaga: Invierno Negro

Capítulo 17. – La Compañía de Leon

Aquello no podía ser. Bryznar no quería creerlo. No podía permitírselo. Porque si lo hacía, la conclusión más lógica era que, en un futuro cercano, moriría.

Bryznar era un elfo, pero no uno cualquiera, sino un norteño, un gris. Y tampoco un gris corriente: Formaba parte del séquito de uno de los tecnócratas de Montaña Negra que había visto cómo la locura comenzaba a atacar a sus vecinos. Devorándose unos a otros, convirtiéndose en criaturas salvajes… Pero no, Naithes el Prudente no pensaba quedarse, como el resto de tecnócratas, a ver su nación ahogarse en el caos. Él, era más inteligente, y había puesto en marcha a su escolta personal, los Caballeros Negros, hacia el sur, al Reino de Morhan, junto a la cordillera de Akash, donde habitaban sus hermanos grises, esperando que aquella locura no llegase hasta allí. 

Pero la maldición oscura los persiguió hasta el territorio de los claros, atacándolos cuando menos se lo esperaban. Así, hambrientos y sin recursos, se detuvieron para aprovisionarse en una granja. Las personas que allí vivían, un par de familias, los acogieron muy agradablemente, y aunque una de las damas de Naithes sospechaba al verlos todos con guantes hasta el codo, la necesidad de víveres consiguió que ésta idea fuera descartada, aceptando así la invitación.

Por desgracia, la necesidad causa la toma de malas decisiones, y las sospechas de la elfa oscura resultaron ciertas: Una vez todos ellos estuvieron dentro, la familia los acorraló, y antes de que se dieran cuenta uno de sus hombres había caído a manos de aquellos monstruos. “¡La locura!”, había gritado Naithes, la misma de sus premoniciones.

Evidentemente, la Escolta de Lord Naithes no era débil en absoluto, pero como todo buen guerrero sabe, no conocer a tu enemigo es una gran desventaja. Espadas, hechizos eléctricos, nada podía dañarlos lo suficiente. ¿Y lo peor? Que, al morir, sus propios compañeros, sus amigos, se alzaban del otro bando.

En ese contexto, no importaba lo valiente, lo fuertes o inteligentes que pudieran ser los soldados, su Lord ya había caído, junto a otra media docena de buenos hombres y mujeres, no había esperanza que pudieran contemplar. Solos, rodeados de engendros oscuros que antes llamaban amigos

Todo era inútil y Bryznar aun recordaba como uno de sus compañeros, que sabía enamorado de una de las Damas Oscuras, incapaz de luchar contra la mujer que amaba, había dejado que ésta lo matara, para luego alzarse junto a ella y continuar la vorágine. Otro, pensó, deseó una muerte más rápida e indolora, atravesando su propio pecho con la espada. Su sufrir duró unos instantes, pero su condena tal vez sería eterna. Y ahora el único que quedaba allí era Bryznar. Bryznar el cobarde, el “me escondo antes que lucho”. ¿Qué sentido tenía? ¿Qué podía hacer si los monstruos eran imparables?

Retrocedió, interponiendo su chakram, un arma con forma de disco afilado, entre las criaturas de magia oscura y él, preparando el hechizo de rayo en la otra mano. Criaturas oscuras… Je, tenía gracia. Él era un elfo oscuro, de los que se asociaba generalmente con aquel tipo de magias, pero allí estaba, tratando de sobrevivirle a algo peor de lo que había visto nunca.

Era un combate perdido. No podía hacer nada. “Debería rendirme”, se dijo. “Debería cortarme la yugular, con el chakram…” Pero tampoco podía, y cuando uno de aquellos monstruos se abalanzó, Bryznar lo paralizó con electricidad y luego le lanzó un tajo con su chakram. Algo lo impulsaba a seguir, a llegar hasta el final. Si los monstruos querían su carne, debían luchar por ella.

O tal vez no.

Un cuerno sonó en el exterior. Guerreros. Refuerzos o víctimas, según quién respondiera. La primera reacción de Bryznar fue alivio, al ver que la atención de los monstruos se desplazaba al cuerno. Estaba salvado. Aprovechó el momento de distracción para usar de nuevo su hechizo paralizador, y en un pestañeo, lanzó el chakram como un disco con borde afilado, echando a correr hacia éstos, que incapacitados, no le impidieron el paso mientras recogía su arma y se dirigía a la salida. Estaba aliviado en un principio, pero también aterrado, porque eran más guerreros, lo que significaba que seguramente eran como él, gente sin suministros por la Plaga que se acercaban pensando que era un lugar seguro.

– ¡No! – Gritó Bryznar al salir del edificio, a los jinetes que había en la vereda. – ¡No se acerquen! ¡Este lugar está maldito, corran! – Los monstruos salieron tras él en estampida, y el elfo gris supo que no sería más rápido… Pero los jinetes tal vez sí. Por desgracia, ellos no parecieron entenderlo, ya que, en vez de arrear a sus monturas, habían tomado un arco. Aminoró la marcha, al ver cómo apuntaban en su dirección. Los monstruos corrían casi junto él y todos eran oscuros… Gritó, esperando que por fin acabase, que fuera rápido, con la flecha volando en su dirección. Él no se apartaría, después de todo, era la opción más segura, morir mientras aún era un elfo normal.

La flecha silbó, y pasó por encima del hombro, atravesando de golpe al monstruo de magia oscura que le había saltado encima. Y luego a otro, y luego a otro, y las flechas silbaron abatiendo a los cuerpos reanimados de sus compañeros. Bryznar no tardó en darse cuenta de que no volvían a levantarse, y para entonces, se volvió e hizo lo único que tenía que hacer, enviando un hechizo eléctrico, y paralizándolos el tiempo suficiente para que fueran eliminados.

– Todo mi grupo murió. – Relató, más tarde, agradeciendo al grupo de elfos que, con un humano, lo habían salvado. Los cuerpos yacían en el campo de la granja, a sus espaldas, y Bryznar prefería mirar al rostro de los vivos. – Creí que era el siguiente.

– Parece que Klynian tenía otros planes para ti, gris. – Sonrió un altielfo de cabellos castaños, apuesto (como toda su raza), que parecía el guía. – La única forma de eliminarlos y de devolverles la paz de Molbazaar, es la magia sagrada.



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En el texto hay: aventura epica, accion, medieval

Editado: 14.05.2020

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